Un artículo bajo la firma del filósofo francés Edgar Morin (102 años) proclama una voz de alerta sobre el derrotero de nuestra civilización científico tecnológica y sus repercusiones para el futuro de la humanidad. (https://elpais.com/ideas/2024-01-28/la-tecnologia-progresa-el-pensamiento-retrocede.html).

Desde un optimismo ingenuo, suele pensarse que el desarrollo tecnológico, cuya última expresión es la inteligencia artificial, nos empuja por un sendero de progreso material y espiritual irreversible.

Sin embargo, se nos muestran muchos indicadores preocupantes sobre el estado actual del desarrollo tecnológico y su impacto en el incremento de la mejoría de nuestra especie. El mismo Morin señala uno de ellos: la emergencia de sociedades que él denomina “neototalitarias”, con una inmensa capacidad para el control digital de la ciudadanía y que lleva a la conformación de sociedades de la sumisión”.

Junto a esta realidad, no debemos obviar el hecho de que el desarrollo de los sistemas algorítmicos condiciona cada vez con mayor eficacia las decisiones de los usuarios de las redes, así como el funcionamiento de la industria del entretenimiento que las mismas construyen, promoviendo la alienación digital y la falta de pensamiento crítico.

De modo paralelo, un paradigma del mercado que ha colonizado las universidades radicaliza el cultivo del saber en compartimientos y promueve  las disciplinas que fundamentan un modelo económico extractivista y deshumanizante mientras margina los saberes llamados a comprender la intrincada red de relaciones sociales, institucionales y políticas que nos conforman, atizando lo que Morin llama un retroceso del pensamiento.

Al mismo tiempo, la exclusión de los saberes humanísticos se entrelaza con la crisis epistémica generada por los influyentes (influencers) y los youtuberos,  sofistas digitales de nuestro tiempo; mientras la polarización conformada por las burbujas virtuales exacerba los fanatismos señalados por Morin.

El filósofo nos llama a una resistencia espiritual articulada en comunidades “agroecológicas”, solidarias y de actitud crítica. Esta propuesta nos abre a las las preguntas: ¿Cómo pueden formarse estas comunidades sin convertirse ellas mismas en otras tribus digitales? ¿Cómo pueden formarse las nuevas generaciones en este espíritu de resistencia si se encuentran sumergidas en la “Matrix” de la industria del entretenimiento digital mismo? ¿Cómo pueden transmutarse algunos de los procesos epistémicos que han desembocado en la crisis de la experticia” y la promoción de los relativismos digitales?