No cabe duda de que la actividad económica, medida por el Producto Interno Bruto (PIB), ha estado creciendo durante los últimos años, pero lo ha hecho en áreas de baja generación de empleos de calidad y mucha informalidad.

Desde hace un buen tiempo distintos sectores han estado expresándose sobre la imperiosa necesidad de producir un cambio en el modelo del desarrollo económico alrededor de una visión que defina claramente hacia dónde queremos conducir al país en el mediano y largo plazo. En mi caso en especial puedo contarles que hace un par de años envíe a mis amigos un trabajo que escribí en 1989 y todos creyeron que lo había producido recientemente,

Los cambios en nuestro modelo económico y de producción han sido pocos, a pesar de que, a finales de la primera década de este siglo, movido por esa preocupación durante más de tres años representantes de todos los sectores del país  unimos voluntades para diseñar y conseguir la aprobación del marco legal que hoy constituye la Estrategia Nacional de Desarrollo , la cual cumplirá el próximo 25 de este mes de enero 11 años de ser promulgada como Ley.

Su ejecución como casi todos los proyectos transformadores que se han elaborado en nuestro país, ha sido penosa y las reformas estructurales que plantean prácticamente nulas.

No cabe duda que la actividad económica, medida por el Producto Interno Bruto (PIB), ha estado creciendo durante los últimos años, pero lo ha hecho en áreas de baja generación de empleos de calidad y mucha informalidad. En fin, hemos crecido sometidos a un modelo de reducido desarrollo humano, injusto e insostenible. La brecha de la desigualdad ha crecido de manera alarmante.

Continuar en ese círculo vicioso, que va destruyendo el tejido social y frena el desarrollo de las fuerzas productivas, no puede ser una opción. Estamos obligados a producir los cambios hasta por razones de sobrevivencia.

Muy pocos se niegan a reconocer la conveniencia de transformar el modelo económico, y a nadie se le ocurre disentir sobre la necesidad de acumular capital social y mejorar los servicios de salud, educación y, en síntesis, el bienestar de la gente. Nadie discute la necesidad de fortalecer la institucionalidad del país, frenar la delincuencia, mejorar los niveles de competitividad y eficiencia del aparato productivo, mejorar el servicio eléctrico, etc.

En fin, parecería que todos y estamos de acuerdo en las cosas que urgen hacer para alcanzar las metas de desarrollo que nos hemos trazado en esa estrategia. Pero por desgracia esa coincidencia no es sincera, es pura apariencia, de parte de aquellos sectores que se sirven la mejor parte del pastel económico. Se trata de los poderes facticos que controlan por medio del sistema político clientelar, la institucionalidad pública.

Otros muestran un interés autentico pues saben que para ellos es un problema de sobrevivencia, pero no logran aglutinarse.

La diferencia está en cómo hacerlo.

Ponerse de acuerdo en el cómo acometer los cambios es fundamental, no es tarea fácil, aunque si obligada, si queremos que la sociedad dominicana eche hacia delante.

¿Por dónde empezar?

Para mí la línea que marca la salida es la propia Estrategia Nacional de Desarrollo.

Retomar y actualizar con decisión la END es perentorio y empezar,  armado de esa visión desarrollista, a producir las acuciantes reformas estructurales que el país necesita para evitar un retroceso y emprender la senda del desarrollo sostenible.

No me cansare de advertir sobre el peligro de dejarnos cegar por las tasas optimistas de crecimiento, pues no reflejan la desigualdad ni los riesgos que nos acechan. No obstante, hasta hace unos días veía el futuro con cierto optimismo y así lo expresé en mi artículo titulado Nuevo año, nuevas esperanzas¨, optimismo que disminuyo al leer un artículo del reputado economista y ex gobernador del Banco Central, Jose Lois Malkun, donde manifiesta su preocupación por el destino de nuestra economía, después de conocer informes recientes del Banco Central.

Según el BC la economía ha sufrido una fuerte caída de 5.4% de crecimiento en agosto del 2022 a 2.9% en noviembre, es decir casi un 1% mensual en 4 meses, lo que indica que podríamos entrar en un periodo de recesión, más cuando es notable la contracción de la manufactura, la construcción y la minería; mientras el déficit de la balanza de pagos tiende a crecer; y esas no son noticias muy halagüeñas reconoce Malkun.

Por demás el precio de las importaciones de gas, petróleo y materias primas alimenticias, entre otras, aunque han bajado de precios en los últimos días, todavía mantienen niveles inalcanzables para nuestros bolsillos, no obstante, los grandes subsidios que otorga el gobierno a costa de endeudarse a unos niveles insostenible y creciendo, ya al 9 de diciembre de 2022 la deuda del sector público no financiero totalizo US $52,264,4 millones, 46.1% del PIB.

Son cifras frías que nos obligan a pensar y a exigirle con firmeza al gobierno que proceda sin dilación a realizar las reformas estructurales necesarias para enfrentar la tormenta que nos puede llegar. Este no es el cuento de viene el lobo, seamos optimistas pero preparemosnos para enfrentar  cualquier contingencia y evitar que nos cojan, como dice la sabiduría popular, asando batatas.