El 25 de diciembre buena parte de la humanidad conmemoramos el nacimiento de Jesús, el Cristo. Para los creyentes, el milagro de su renacimiento en nuestras mentes y corazones renueva nuestros compromisos de amor y solidaridad. Para muchos, renacen esperanzas y buenos deseos, alegría por la vida compartida. Su ejemplo de vida y sus mensajes han influido tanto en la humanidad que la historia ha sido dividida entre antes y después de su nacimiento.

La propuesta de Jesús, para la vida personal y social, está centrada, por una parte, en una ética del amor, en sus diferentes acepciones en la cultura griega: “filia” (amor como hermandad, admiración y respeto), “eros” (amor pasional, atracción sexual entre quienes comparten un proyecto de vida), “storge” (entre padres e hijos,” incondicional) y, lo que más destacó Jesús, “ágape” (se siente y se practica al compartir solidariamente con el prójimo, los otros); y, por otra parte, en el concepto de que el Reino de Dios  no es algo externo a las personas ni a lo terrenal, está y se construye en cada persona, por el camino del amor, y “la gracia de Dios” se alcanza no solo por el cumplimiento de  mandamientos y preceptos, sino esencialmente por la vía del amor solidario con los otros. Fe sin obras es Fe muerta (Pablo). Se estima que, en el mundo actual, alrededor de 2,500 millones de personas se consideran cristianas.

 

Cuando y donde realmente nació Jesús, es aun motivo de debate entre estudiosos de su dimensión humana e histórica. El imperio romano llegó a tener unos 57 millones de habitantes y casi 5 millones de kilómetros cuadrados. Palestina (como llamaron los romanos la tierra habitada por los Filisteos) comprendía tres regiones: Judea, Samaria y Galilea. La población judía había sido diezmada y dispersada, una vez derrotada su prolongada resistencia durante dos siglos a la dominación romana Más de 600,000 judíos, según Tácito, fueron muertos “por las armas, el fuego, el hambre y la pestilencia”. Muchos fueron vendidos como esclavos y gran número se dispersó hacia otros territorios del imperio. En Judea permanecerían sobre todo los fariseos, más afines a Roma.  Eran pocos y dispersos en pequeñas comunidades rodeadas de gentiles (no judíos). De allí que, de los acontecimientos del nacimiento y vida de Jesús, hayan quedado pocas evidencias escritas, con excepción de los relatos de los 4 Evangelistas.

 

Muchos consideran poco probable que Jesús haya nacido en Belén, un 25 de diciembre y en el año uno de nuestra era. Lo que conocemos, se basa predominantemente en los Evangelios de Lucas y de Mateo, escritos entre los años 80 y 90 de nuestra era, unos 50 años después de su crucifixión y unos 80 después de su nacimiento; y en algunas referencias puntuales de Flavio Josefo, historiador judío que vivió en el siglo I.

 

Las referencias sobre fecha y lugar, en dichos Evangelios, no coinciden con algunos hechos confirmados.  Mateo, señala que Jesús nació en tiempo del Rey Herodes el Grande, quien se sabe reinó entre el año 40 y el año 4 antes de nuestra era. Lucas señala que su nacimiento coincidió con el censo que, en tiempos del Emperador Augusto, realizó Publio Sulpicio Quirino en la provincia de Siria, pero hay pruebas de que Quirino solo gobernó en Siria (que incluía entonces a Judea) a partir del año 6 de nuestra era. Entre el fin del reinado de Herodes el Grande y el censo de Quirino hubo por lo menos 10 años de diferencia. Dadas las referencias de Josefo y las repetidas alusiones a Herodes el grande en los Evangelios, es más probable que Jesús haya nacido en tiempos de este reinado. Pero, de ser así, entonces no habría coincidido con el censo de Quirino y por tanto esa no podría haber sido la razón por la cual María y José se desplazaron 115 kilómetros, de Nazaret, en Galilea, a Belén, en Judea. De haber ocurrido, la verdadera razón pudo ser el deseo o el compromiso de que el nacimiento ocurriera en Judea y particularmente Belém, cuna del Rey David, de cuya descendencia, según las profecías del Antiguo Testamento emergería el Mesías, y de la cual era parte José. También se ha dudado de la ocurrencia de la matanza de los niños atribuida a Herodes. De ser así, habría otras razones para el desplazamiento de la familia Egipto.

 

En el 386, siglo IV, el imperio romano de convirtió oficialmente del politeísmo al cristianismo. Entre las celebraciones paganas más importantes, cercanas al fin del año, estaban las Saturnalias (dedicadas a Saturno, Dios de la agricultura), entre el 17 y el 23 de diciembre, que coincidían con el solsticio de invierno (día más corto del año). Había banquetes populares, regalos, fiestas, adornos de las calles y viviendas, y hasta cierta permisividad moral. El 25 de diciembre se celebraba el “nacimiento” del Sol Invicto (Natalis Solis Invictis), porque el sol volvía “a crecer”. En el proceso de cristianización del imperio, las fiestas paganas fueron substituidas por festividades cristianas. Es comprensible que el nacimiento de Jesús se situara precisamente en el día del renacimiento del sol.

 

En 526, el papa Juan I encargó al monje Dionisio, nombrado el exiguo (por su baja estatura), considerado un erudito, establecer con precisión el año de nacimiento de Jesús. Basado en cálculos astronómicos, lo ubicó en los últimos días del año 754 desde la fundación de Roma, número conveniente de más, porque el 7 y el 54 tenían cierto significado cabalístico, y propuso contar los años “a partir del nacimiento del Salvador”. Aunque esta fecha caía cuatro años después de la muerte de Herodes y seis antes del censo de Quirino, terminó por ser aceptada por todas las iglesias cristianas, más por conveniencia que por razones científicas y ha quedado aceptado universalmente que el “Anno Domine” (año de natalicio del Señor), divide la era pagana de la cristiana. Según estos cálculos, Jesús nació aproximadamente en el año 3753 desde   ” la creación del mundo” (Antiguo Testamento), trigésimo tercero del reinado de Herodes en Judea, vigésimo del emperador Octaviano Augusto en Roma y 754 de la fundación de Roma (ab urbe condita).  Y muy probablemente nació en Nazaret, Galilea

 

Estos debates académicos sobre fecha y lugar de nacimiento de Jesús, sin embargo, no opacan la relevancia y trascendencia de la vida y obra de Jesús, traducida en sus testimonios y en sus prédicas, que conocemos por vía de los Evangelistas, las cuales vibrarán una vez más, emocionando los corazones de muchos millones de personas, el día que conmemoramos su nacimiento, con alegría, celebraciones y ofrendas a la vida, la paz y la reiteración de los compromisos de amor y de solidaridad.