Mircea Eliade ha explicado la función cosmológica de las narraciones sobre batallas heroicas llevadas a cabo contra las personificaciones del mal o del caos. (El mito del eterno retorno). Las victorias de los héroes establecen el orden del universo y se recrean a través de los rituales que garantizan la estabilidad del orden natural y político de las comunidades primarias. Desde los orígenes de las colectividades humanas, los mitos, las leyendas y las tradiciones literarias han jugado un papel crucial en la percepción colectiva del origen y funcionamiento de la naturaleza y de la sociedad.

Si bien las leyendas desempeñan un rol menos fundacional que los mitos, ellas también contribuyen a la autopercepción que una comunidad va construyendo de sí misma. Esta autopercepción se va conformando de manera inconsciente y, en la medida que se va estabilizando, permanece indiferente a las evidencias y cuestionamientos. Siguiendo a Jáuregui (“El negro comegente: terror, colonialismo y etnopolítica”), la leyenda del comegente puede interpretarse como un relato que, en conjunto con otras narraciones de la cultura dominicana, ha cumplido la función de contribuir a conformar la autorrepresentación de la identidad dominicana.

Paralela a la documentación histórica del “comegente”, se ha forjado una tradición literaria que a partir de la obra de Casimiro Nemesio de Moya (1849-1915), Episodios nacionales, ha dibujado el personaje con unos rasgos específicos que lo distinguen del personaje registrado en los documentos históricos y que ha permitido la construcción de un “imaginario racial de la amenaza”.

El relato literario del “comegente” configura un escenario de conflicto entre un protagonista blanco, católico e hispano (seño Antonio) y un brujo negro africano. Si bien la narración tiene como desenlace la victoria sobre el “comegente”, resulta interesante que el “brujo” deja registrada unas escrituras en la punta de un cuchillo encontrado por las tropas invasoras de Dessalines y que profetizan el advenimiento de una venganza.

Como señala Jáuregui, resulta destacable, en el epílogo de la narración literaria, la promesa de la amenaza y como la misma se fusiona con Haití. Así, el relato del comegente se convierte en una alegoría del triunfo de la identidad nacional dominicana sobre sus peligros, pero al mismo tiempo, en el relato simbólico de la barbarie encarnada en las “fuerzas caníbales extranjeras” siempre latentes que pretenden devorar el orden político nacional.