Donald Trump regresa 4 años después de haber perdido el poder, de haber sido sometido un juicio político y juzgado por múltiples infracciones de carácter penal.  Está claro que el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 es más que un cambio de administración: es la reactivación de un fenómeno político que pone a prueba los cimientos de la historia estadounidense. Algunos celebran su regreso como la oportunidad de una nueva ‘revolución’ conservadora. Otros temen que este regreso profundice la división social y política. En un país dividido, el presidente tendrá que navegar entre dos corrientes opuestas: la de los conservadores que le siguen y la de una oposición a la que le ha costado aceptar su victoria en 2016.

Aseveraciones del discurso de toma de posesión de Trump en 2017 hicieron eco en 2025. “Mi elección es un mandato para revertir las traiciones del establishment […] Fui salvado por Dios para hacer a América grande otra vez”, dijo. A pesar de que mencionó las palabras “unidad nacional”, su discurso no fue uno de unificación: no agradeció, por ejemplo, al saliente presidente Biden (tradición), no habló de acciones conjuntas del bipartidismo (bipartisanship) y tampoco hizo un llamado a quienes no votaron por él. Emitió, sin embargo, la instrucción de “actuar con coraje, vigor y la vitalidad de la civilización más grande de la historia”, al tiempo que lanzó un canto de lucha en pro de una ‘revolución del sentido común’.

La reelección de Trump puede ser vista como un signo de fortaleza de su base de apoyo, que sigue firme y leal. Millones de estadounidenses ven en él un líder que lucha contra un sistema político pretendidamente corrupto y decadente, alguien que se atreve a desafiar el statu quo y a prometer una América “grande otra vez”. Para este segmento de la población, la llegada de Trump a la Casa Blanca representa la esperanza de recuperar un país que perciben como perdido, y su regreso no es más que la continuación de una lucha que comenzó en 2016.

El presidente Trump anunció que están entre sus pretensiones plantar la bandera de EE.UU. en Marte, recuperar el Canal de Panamá y cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de América. No me queda duda de que, cuando menos, se trató de un discurso que deja claro que el presidente Trump no tendrá miedo a la confrontación y a imponer su criterio con mayor convicción que en su primer mandato.

Lo anterior parece haber sido confirmado por sus primeras medidas ejecutivas, entre las cuales cuentan la firma de múltiples órdenes ejecutivas (1) instruyendo el retiro de EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo de París contra el cambio climático; (2) declarando emergencia nacional con miras a desplegar la milicia a la frontera para combatir la inmigración ilegal; (3) imponiendo severas restricciones a la obtención de nacionalidad estadounidense por lugar de nacimiento (jus soli); (4) confiriendo perdón judicial a los condenados por los ataques al Capitolio del 6 de enero de 2021; (5) disponiendo la finalización de programas de diversidad, equidad e inclusión puestos en marcha por el presidente Biden, sobre todo para protección de transgéneros; (6) ordenando un cese a las contrataciones de personal gubernamental federal (excepto personal militar)  e (7) instruyendo a las agencias federales a investigar, documentar y reportar potenciales hechos ilícitos de la administración saliente.

Muchas de estas instrucciones son un esfuerzo de convertir en medidas promesas que fueron parte del núcleo identitario de la campaña de Donald Trump. Ahora bien, una cosa es firmar un conjunto de órdenes contentivas de medidas de esto frente a una audiencia y otra, muy diferente, implementar estas medidas de forma efectiva, sobre todo porque muchas serán llevadas a la justicia y otras, per se, supondrán nuevos procesos administrativo de implementación. Con Trump de vuelta en la Casa Blanca, el futuro de Estados Unidos se presenta incierto. ¿Será este un nuevo capítulo en el que Trump logre consolidar su visión de un país fuerte, autónomo y con un enfoque renovado en los intereses nacionales? O, por el contrario, ¿será la reactivación de viejas tensiones y conflictos que, en lugar de resolver, profundicen las grietas sociales y políticas?

El tiempo dirá qué rumbo tomará Estados Unidos. Lo cierto es que el país se enfrenta a una encrucijada histórica en la que los desafíos, además de políticos, son éticos, sociales y económicos. En un clima de desconfianza generalizada, el regreso de Trump a la Casa Blanca no es solo un cambio de liderazgo, es el inicio de una nueva etapa en la historia de una nación que -al parecer- sigue buscando su identidad.