En la actualidad la poesía dominicana se ha quedado en un intimismo exasperado. Al poeta no le interesan las ideologías sociales, no le interesa el mundo externo con sus problemas sociales y la necesidad de remediar a las injusticias; solo le interesa el “yo” individual, su “yo”, y el efecto inevitable es el más burdo narcisismo. Tenemos, pues, una poesía sin ideas y sin sentimientos, concentrada puramente en el juego lingüístico y de imágenes. Ya que vivimos en una realidad en la cual todo es supuestamente relativo, ¿de qué sirven las ideas o los sentimientos?

Hay que notar que no toda la literatura tiene que preocuparse por la sociedad que la produce. Hay una literatura, la más importante, que trasciende la sociedad y está dirigida a todas las sociedades o la humanidad en su conjunto. En este caso podemos decir que hablamos de los clásicos. Una Divina Comedia, un Quijote, un Paraíso perdido, una Ilíada u Odisea, aunque sean obras relacionadas con la sociedad que las produjo, son también obras que la trascienden. No es de esta o aquella sociedad en específico de lo que tratan, sino de valores universales.

Juan Bosch.

Con relación a la literatura dominicana es interesante el caso que se da entre una novela como La Mañosa de Bosch y otra, menos conocida, también de su autoría, El oro y la paz. (1975) La primera trata de la montonera y como esta modalidad de la sociedad dominicana hace que el país no pueda avanzar en la modernidad. Es tal la insistencia de Bosch en este aspecto que es posible, por ejemplo, leer esta novela como una obra que auspicia la presencia de un jefe que aparezca para poner todo en orden, el cual sería, si bien indirectamente, Trujillo, el Hombre Fuerte, como sabemos, toda una tradición latinoamericanista.

El oro y la paz no logra dicho propósito, sino que trata explícitamente de un problema moral. Ambientada en la selva tropical, la obra se eleva a un carácter universal.  Lo que ocurre en la trama de la obra, más que un drama local, es un drama universal, es decir, la lucha entre el bien y el mal, con resonancias que nos traen a la mente la obra El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad. Tamaña lucha se desarrolla tanto en la vida individual de los personajes o los hombres, como también en la misma existencia humana o plano universal.

Un excelente ejemplo de la relación entre la literatura y la sociedad dominicana lo encontramos en lo que ocurre también en la novelística del país. Durante el régimen se escribieron muchas novelas de carácter propagandista. Hay todo un renglón novelístico que puede ser denominado como la “novela trujillista”.  En novelas como La octava maravilla (1943), de Luis Henríquez Castillo; Rosa Elena (1935), de Tomás E. Morel; No hay peligro en seguirlo (1937), de Colón Echavarría; Compay Chano (1949) y Gente de portal (1954), de Miguel Alberto Román, por ejemplo, aparecen todos los lugares comunes de la propaganda trujillista. Compay Chano nos presenta toda la dinámica de la relación entre la República Dominicana bajo Trujillo y Haití. Lo hace de una manera burda, como siempre ocurre con las obras de propaganda política.

Sin embargo, hay obras que legitiman el régimen y al mismo tiempo son obras que merecen ser leídas en profundidad en términos literarios. Es el caso de Caonex (1949), de J. M. Sanz-Lajara. Leer esta novela es entender cómo los dominicanos de tendencia trujillista vivían y sentían la dictadura. Es una obra que entra en la sicología del dominicano trujillista. A través de su lectura podemos entender cómo personas tan inteligentes como Sanz-Lajara optaron por el trujillismo.

No faltaron obras que condenaban al régimen, como Cementerio sin cruces (1949), de Andrés Requena, publicada fuera del país. O una obra como Jengibre (1940), de Pedro A. (Corpito) Pérez Cabral, en la que se cuestiona el régimen abiertamente. Dicha novela está bien escrita; Cementerio sin cruces, por el contrario, aparte de su denuncia del régimen de Trujillo, tiene muy escaso valor literario.

Y hay obras que se sitúan entre el respaldo abierto al trujilismo y la denuncia ambigua del régimen, como Over (1939), de Marrero Aristy, y Trementina, clerén y bongó (1943), de Julio González Herrera, ambas obras de mucho valor literario. Pese a ser considerada como una “novela de la caña”, según el crítico Giovanni Di Pietro, en verdad Over trata de la relación entre el intelectual y el poder político dictatorial de Trujillo. Marrero Aristy era un alto funcionario del régimen, pero, como el fino intelectual que era, también estaba consciente del dilema que se le presentaba. ¿Cómo respaldar al régimen cuando representaba todo lo contrario de lo que un intelectual con pensamiento independiente y crítico como él podría aceptar, viendo todos sus abusos e injusticias? Y entonces nos presenta a un personaje, un intelectual, quien, por rebelarse contra su padre (Trujillo), termina siendo un “desafecto” al régimen y pasando las de Caín como resultado. Trabajará en un batey, cuando debería tener un lugar privilegiado dentro de su sociedad. La caña, o el batey, tiene muy poco que ver con la novela; es una forma de decir de manera oculta que el país, como todos lo entendían, para Trujillo era solo su finca personal.

Trementina, clerén y bongó igualmente contiene un mensaje oculto, al igual que Over, y es que el país bajo Trujillo está en manos de un loco. Pero semejante loco cuenta con el apoyo de los Estados Unidos. Este hecho es simbolizado por Charlotte, la chica estadounidense que el personaje central, Rodolfo (representación de Trujillo), rapta y con quien termina casándose, haciendo muy difícil entonces que los dominicanos puedan deshacerse de él. González Herrera fue internado en un manicomio por haber hablado mal del padre de Trujillo durante una borrachera. De ahí la razón por la cual también sitúa la trama de la novela en un manicomio. Lo que quiere decir, por extensión, que el país durante la dictadura era un manicomio.

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Marcio Veloz Maggiolo – Revista Amigo del Hogar

La caída del régimen y sus secuelas aparece en las así denominadas “novelas bíblicas”. En dichas novelas, El testimonio (1961), de Ramón Emilio Reyes, Judas-El buen ladrón (1962), de Marcio Veloz Maggiolo, y Magdalena (1964), de Carlos Esteban Deive, emplean la metáfora bíblica para referirse al régimen de Trujillo. Reyes y Veloz Maggiolo lo hacen para encubrir la idea de que el régimen está por terminarse, ahogado en sus excesos de corrupción y violencia; Deive, ya que Magdalena es de 1964, o sea, escrita después de la caída de Trujillo, para indicarnos que ahora que el régimen desapareció, le toca al pueblo dominicano la ardua tarea de construir un nuevo país democrático, y esto así, para que la lucha contra el régimen no haya sido en vano.

Estas novelas se caracterizan por una directa relación entre la literatura, en este caso la novelística, y la sociedad que las produjo.

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Andrés L. Mateo. Fuente, Sana Sana Culito de Rana

Hay en la literatura dominicana, siempre en el ámbito de la novelística, un breve período en que aparece la novela de inspiración marxista, como en La otra Penélope (1982), de Andrés L. Mateo, y la novela que se remonta al existencialismo, como las de Lacay Polanco, La mujer de agua (1949), No todo está perdido (1966), En su niebla (1950). Entiendo que la novela de tendencia marxista no tuvo importantes representantes, a excepción de Andrés L. Mateo; la novela existencial, aparte de Lacay Polanco, que es el único de inusitado talento, registra solo novelistas de poca valía. Tanto la novela marxista como la existencialista son obras muy poco relacionadas con la sociedad dominicana, ya que el marxismo y el existencialismo no encajaban en la dinámica de los problemas que la aquejaban en ese período.

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Ramón Lacay Polanco

Tras estos dos intentos, viene una extensa serie de novelas que se denominan “testimoniales”, esto es, obras que relatan eventos relacionados con la dictadura de Trujillo, la lucha contra él y la experiencia de la Guerra de Abril. De vez en cuando surgen novelas que merecen la pena en términos literarios; pero, en los más de los casos, son obras que recurren a los mismos lugares comunes de la novela trujillista y que no aportan nada al esclarecimiento de la relación entre la literatura y la sociedad. Esto también se debe a que, para los años ochenta, el tema testimonial ya no solo estará desgastado, sino que en términos generales se produce un desinterés en la sociedad dominicana y otras por la literatura y la cultura en general.

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Roberto Marcallé Abreu

En este cuadro en cierto sentido aplastante, la única figura que se destaca es la de Roberto Marcallé Abreu, ya que logra dejar atrás la novela testimonial, la cual no escribe, y la novela existencial, que practica solo en parte. Marcallé Abreu se dedica a la novela social, muchas veces disfrazada en la forma de la novela negra, y en una larga y amplia producción, va describiendo los cambios sociales y políticos que ocurren en la sociedad dominicana desde la caída de Trujillo hasta el momento. Es una tarea encomiable, la suya, que ningún otro novelista ha emprendido. Novelas como Cinco bailadores sobre la tumba caliente del licenciado (1978), Sábado de sol después de la lluvia (1984), Estas oscuras presencias de todos los días (1998), Las siempre insólitas cartas del destino (1999), Sobre aves negras cortes de media luna y lágrimas de sangre (2002), La manipulación de los espejos (2012), Las calles enemigas (2013), entre otras novelas exitosas, varias de ellas laureadas, son obras que sobresalen por sus logros estéticos. En un futuro, al querer entender la sociedad dominicana postdictadura y moderna, la lectura y el estudio de estas novelas serán imprescindibles, lo que no podemos decir lo mismo de las de otros novelistas.

En definitiva, la literatura dominicana ha actuado como un reflejo de los vaivenes y desafíos de nuestra sociedad a lo largo del tiempo. Desde las primeras manifestaciones literarias que describen la lucha por la identidad nacional hasta las novelas contemporáneas que exploran las complejidades políticas y sociales posdictadura, cada obra literaria aquí referida y a grandes rasgos analizada no solo narra eventos históricos, sino que también cuestiona el status quo. A través de esta perspectiva literaria, podemos entender no solo el pasado, sino también los desafíos actuales y las aspiraciones futuras de la República Dominicana como país.