El gobierno dominicano se ha apresurado a desmentir que haya aceptado la propuesta de Canadá de instalar en su país una oficina desde donde se gestionaría la ayuda internacional en favor de Haití y brindar apoyo a la policía haitiana.

Este desmentido se contradice con la reseña que hace el periódico Miami Herald sobre la reunión regional de ministros de relaciones exteriores en la que participó el ministro Roberto Álvarez.

En su edición del pasado viernes (16-06-23), el referido periódico señala que “mientras la ministra de Relaciones Exteriores del Canadá, Mélanie Joly, anunciaba la apertura de esta nueva oficina, aprovechó para agradecer a su homólogo dominicano, Roberto Álvarez, por albergar ese mecanismo”.

Si no fue eso lo que el ministro Álvarez había acordado con su homóloga canadiense (albergar ese muevo mecanismo), bastaba un excuse me, Miss Joly, but that’s not what I agreed with you. Pero no abrió la boca.

Solo se apresuró a hacerlo de regreso al país, cuando el presidente Abinader, en quien parece pesar más la algarabía de los nacionalistas que la toma de decisiones inteligentes, le ordenó que desmintiera eso. Luego salió al ruedo el vocero de la presidencia para hacer lo mismo.

Es pues un gobierno (no es el único, los anteriores también fueron así) rehén de un nacionalismo inconsecuente, que exhibe su nacionalismo solo cuando de Haití se trata, pero que guarda un absoluto silencio frente a los verdaderos agravios a la soberanía del país.

Comienzo por lo económico, en este orden, siempre ha silenciado la entrega, en condiciones no siempre ventajosas, de recursos mineros, grandes extensiones de tierra y casi todas las playas del país.

Aclaro que no soy opuesto a la inversión extranjera, los minerales que yacen en el suelo, las tierras por si solas y las playas vírgenes no producen riqueza, hay que explotarlas, y para eso se necesita capitales y tecnologías que no siempre se tienen, y aun cuando se tienen, siempre hay que arrimarse a los grandes consorcios foráneos, porque son ellos los que tienen el control de los mercados de esos productos. Son las atropelladoras reglas del capitalismo mundial, y todos los que han osado escapar de ellas han tenido que pagar bastante cara su osadía.

Entiendo también (cosa que no le preocupa entender a los nacionalistas dominicanos) que toda asociación a esos consorcios internacionales implica un cierto compromiso de la soberanía. Y que a lo más que puede aspirar el país que se arrima a ellos para explotar sus recursos naturales, es a negociar una buena participación en los beneficios. Este ha sido el fallo de los gobiernos dominicanos, que este nacionalismo inconsecuente nunca ha reprochado.

Paso a lo político. Este extraño nacionalismo siempre ha silenciado la injerencia de los Estados Unidos en la política doméstica. Recuerdo los resultados de esa injerencia: dos ocupaciones militarles, la imposición de un régimen de terror y muerte durante 31 años, el derrocamiento del primer presidente libremente electo, el gobierno de facto que le sucedió, la captura y fusilamiento del Manolo Tavárez y sus acompañantes, el ahogamiento en sangre de la Revolución de Abril, la imposición del régimen represivo de los doce años de Balaguer, la captura y asesinato de Camaño. En fin, groseras imposiciones, atropellos y sistemático golpeo a todas las luchas del pueblo dominicano por construir un destino mejor. ¿A dónde estaban estos extraños nacionalistas, qué dijeron, cuántas protestas callejeras hicieron, cuántas concentraciones en el Altar de la Patria realizaron, cuando se produjeron todos esos acontecimientos vinculados de cerca o de lejos a la injerencia estadounidense?

Es este nacionalismo inconsecuente el que ha servido de inspiración a esa política consistente en que el país no puede involucrarse en la búsqueda de soluciones a la crisis haitiana, porque ese no es un problema suyo, sino de los Estados Unidos, Francia y Canadá.

Y esa política sencillamente no tiene asidero, porque cada vez que los haitianos defecan, las heces, no es para los Estados Unidos, Francia o Canadá que corren, sino para casa del vecino.

Y justamente por eso es que tiene que accionar para que Haití defeque lo menos posible (entiéndase por defecar, hambrunas, recurrentes catástrofes naturales, presión migratoria, crisis sanitarias, etc.).