En una entrevista que France 24 le hizo recientemente al canciller dominicano Roberto Álvarez, muy difundida en las redes, abordó cuatro temas que merecen ser comentados: las deportaciones, la carga que representa Haití para nuestros sistemas de salud y educación, las raíces históricas de las relaciones conflictuales entre los dos países que comparten la isla y lo que él llama “la falsa narrativa del racismo en República Dominicana”, alimentada desde fuera y acogida por supuestos malos dominicanos desde dentro.
Sobre sus planteamientos relativos a los tres primeros temas hay mucho que decir, pero para no aturdirlos con un pesado y aburrido artículo de quince o veinte páginas, que de seguro ustedes no leerán, me limitaré a comentar solo su posición sobre el último de estos cuatro temas.
“El pueblo dominicano no es racista”, afirma categóricamente el señor Álvarez. He aquí sus argumentos para apoyar esa afirmación: 1) en su composición racial República Dominicana es un país mayoritariamente mulato; 2) no tenemos leyes racistas, tampoco existe como política de Estado.
Pero olvida el señor Álvarez que el racismo, más que leyes y políticas de Estado que lo expresen, es un ordenamiento social. Es la manera en que las diferentes “razas” en una sociedad dada se vinculan a las riquezas, poder político, prestigio social… Aquí se desploman sus dos argumentos, porque, quiera él o no, hay en República Dominicana una muy estrecha vinculación entre “raza” y clase social.
Antes de seguir adelante, hagamos un paréntesis para precisar la noción de raza que utilizaremos aquí. Entiéndase no como un dato biológico, sino como una construcción social, que es como la entienden las ciencias sociales desde hace ya un buen tiempo. En esta perspectiva, no es la “raza” que da origen al racismo, sino más bien el racismo que produce la “raza”.
Evidencias, muy netas y claras, de cómo se vinculan en República Dominicana estas “razas” construidas socialmente (negros, mulatos y “blancos”) con las clases sociales hay de sobra.
Hagamos un simple ejercicio: un día cualquiera, tomen su auto y, partiendo de Naco o Piantini, diríjanse en cualquiera estas tres direcciones, hacia norte, rumbo a Capotillo; hacía este, rumbo a Los Mina; o hacia el oeste, rumbo a Manoguayabo. Descartemos el sur, hacia el Malecón, porque, al igual que Naco y Piantini, también es parte del Santo Domingo más o menos ordenado y próspero.
En cualquiera de esas tres direcciones, verán cómo, a medida que avanzan, se va oscureciendo el color de la piel de la gente, y también se va deteriorando el entorno, cada vez más arrabalización, más basura, más desorden, peor educación de la gente (la sociedad no les ha ofrecido otra cosa), más pobreza.
Otro simple ejercicio: luego, den una vueltecita por los cuatro o cinco buenos colegios privados del Polígono Central (el Santo Domingo rico) y, finalmente, pasen a las escuelas públicas y los pequeños colegios privados de la periferia del gran Santo Domingo. El mismo panorama, los primeros son generalmente blanquitos o mulaticos claros (algunos a fuerza de buenas cremas blanqueadoras); los segundos son negritos o muy mulatos.
Aclaro que con estas consideraciones no pretendo negar que algunos negros y mulatos dominicanos sean ricos o clase media alta y “blancos” sean muy pobres. Esto se dio hasta en Sudáfria en época del apartheid.
Este último ejercicio que les propongo es más sencillo, no tienen que moverse de sus casas, solo mirar estas fotos.
Se podrá argumentar para rebatirme que los negros en República Dominicana tienen hasta el privilegio de sacar un diploma universitario. ¡Pobre argumento! Es imposible probar que los primeros no tendrán que dar mil vueltas en busca de un empleo, que muchos no conseguirán y terminarán marchándose del país en busca de mejor suerte.
Otro será el destino de los blanquitos, estos, unos recibirán recursos de sus familias para despegar su propia empresa o negocio; otros utilizarán sus buenas relaciones sociales para conseguir un puesto en el gobierno o en el sector privado. Si algunos salen del país es para fortalecer su formación en el extranjero, sea con recursos familiares o con una beca en mano, gestionada, por su puesto, con un amigo o familiar influyente.
Finalmente, echemos una ojeada a la cima de la pirámide social.
Sin esta estrecha vinculación entre “raza” y clase social, y los privilegios que se derivan de esta condición de clase, ¿cómo explicar que, siendo los dominicanos en su inmensa mayoría mulatos y negros, los dueños del país sean todos parte de una muy escasa minoría “blanca”?
Para explicar esto, obviando la relación “raza”-clase social, como lo hace el señor Álvarez, habría que recurrir a lo que parece ser su noción de “raza”, un dato biológico, y concluir que esto se debe a que “los blancos” son más inteligentes, ingeniosos, laboriosos y disciplinados que los negros y mulatos. Los primeros son el mejor producto del Creador. Solo que por ese camino se estrellaría contra la religión, la ética y la ciencia.
Pero esto poco parece importarle a nuestro canciller, hay que negar esta relación, heredada de un colonialismo que convirtió a blancos traídos de la metrópolis en amos y señores y a negros traídos de África y taínos encontrados aquí en esclavos.
Y es que, para mantener sus privilegios, la minoría “blanca” necesita, además del poder económico y político, imponer su ideología, controlar la mente de la gente, aunque para esto tenga que recurrir a falsear la historia, ocultar realidades sociales. Sin esto, sus dos primeros poderes (económico y político) se desplomarían fácilmente.
Desmontar esta ideología que niega el racismo para que perdure in sæcula sæculorum será muy difícil sin el concurso de una intelectualidad dominicana que parece estar más interesada en arrimarse a la clase dominante que en colaborar con los sectores populares y sus organizaciones. No estamos en la época de gente dispuesta al sacrificio por justos y nobles propósitos. ¡Qué pena!