El fascismo es la ideología que, mediante propaganda masiva de estrambóticas mentiras y teorías de la conspiración, promueve el odio a, la exclusión de y la violencia contra el otro, el diferente, sean pobres, mujeres, sexualmente “desviados”, opositores, miembros de minorías étnicas o religiosas, clases sociales “peligrosas”, delincuentes, sujetos coloniales, extranjeros, inmigrantes o racialmente “inferiores”.

El fascismo demoniza a sus declarados malvados enemigos públicos a quienes es legítimo amenazar, acusar, perseguir, agredir, apresar, torturar y matar. Estas acciones son promovidas y ejecutadas por agitadores y fanáticos, pero también por ciudadanos comunes, “verdugos voluntarios” (Daniel Goldhagen). Pero… ¿qué lleva al simple ciudadano a tan viles acciones?

Muchos pensamos que es por nuestras extravagantes creencias que cometemos barbaridades. Pero, en verdad, “son las motivaciones para eliminar o dominar a personas vistas como rivales, amenazas o cargas las que impulsan a las personas a abrazar y propagar narrativas demonizantes. Como dice Hugo Mercier, Voltaire se equivocó cuando dijo que ‘aquellos que pueden hacerte creer absurdos, pueden hacerte cometer atrocidades’; es ‘querer cometer atrocidades lo que te hace creer absurdos’” (Dan Williams).

Pero… ¿por qué uno quisiera cometer esas atrocidades? Marx responde: “ellos no lo saben, pero lo hacen”. Žižek replica: “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aun así lo hacen”. Y, añado, lo hacen porque lo gozan y lo gozan porque otros lo sufren.

El goce, sin embargo, no viene solo de ser cruel. El goce lo produce creer que, como sugiere la propaganda fascista, “simplemente por pertenecer al grupo, el seguidor es mejor, más alto y puro que quienes están excluidos. Al mismo tiempo, cualquier tipo de crítica o autoconciencia es resentida como una pérdida narcisista y provoca furia” (Victor Klemperer).

El fascismo resulta atractivo entonces por el placer que uno obtiene de la exclusión de los otros. “El objetivo secreto del fascismo es el odio eterno, la degradación y la humillación del chivo expiatorio, ya que es allí donde tiene sus raíces el goce fascista. Eso significa que el fascismo desea secretamente la existencia permanente del chivo expiatorio y no su erradicación […] Destruir al chivo expiatorio es destruir al fascista. Negar la fuente de este goce perverso es negar el goce mismo que organiza la vida cotidiana del fascista” (Michael Downs).

El fascismo busca establecer “una hermandad de odio” (Alberto Toscano) pues, en la actualidad, parece que “lo único que se puede extender a las masas es el poder y el placer de dominar a los demás. Los salarios reales siguen disminuyendo, pero el fascismo ofrece los salarios de la blancura, la masculinidad, etc., extendiendo no el control material sobre la propia existencia sino la inversión libidinal en las ventajas de la propia identidad” (Jason Read).

No basta entonces mejorar las condiciones materiales de los pobres y la clase media para recuperarlos “de los engaños del fascismo”. No. Hace falta, además, enfrentar vigorosamente la “economía libidinal del fascismo”, vale decir, la “micropolítica del deseo”, y construir una clase social “capaz de negarse a ser convertida en la portadora de un predicado racial o nacional” (Toscano) y de resistir efectivamente “el atractivo del espectáculo del poder fascista” y “los placeres que el fascismo de los medios de comunicación de hoy hace posible y extiende a tantas personas” (Read).