1.
En la ciudad de Rotterdam se está planteando desmontar un puente histórico para que el yate del millonario Jeff Bezos pueda pasar.
El yate es alto, el puente es bajo: dos cuerpos incompatibles.
Uno tiene que ceder.
Una noticia del The Guardian.
El yate es grande, efectivamente, y la historia también –pero esta siempre podrá moverse ligeramente hacia el lado; como si fuera un objeto. Y un puente es un objeto.
Para las máquinas modernas, el puente incluso es, digamos, un pequeño objeto -manipulable como una maqueta.
Para las potentes y altísimas máquinas del siglo XXI, que ponen objetos muy pesados en Marte y en otros lugares más allá de Taprobana, el mundo material a la superficie de la tierra es una enormísima maqueta; enormísima, sí, pero también pequeña: algo que casi se puede llevar, bajo el brazo, más hacia Norte o hacia Sur, más hacia Este u Oeste.
Al límite, al límite, te digo, en pocas décadas se trasladará una ciudad entera como ahora se lleva un contenedor de un lado a otro. Transportar la ciudad de París, por ejemplo, un poco más hacia el lado, para dejar paso a cualquier cosa que en ese momento quiera pasar por allí, por el centro.
Los responsables de la ciudad de Rotterdam todavía reflexionan –quién sabe si en la posición clásica: cabeza pensadora apoyada sobre dedos estables– no obstante, la construcción del yate ha dado trabajo a mucha gente. Se trata de un negocio, de una recompensa, no de una tontería, alegan.
El yate, según la noticia, “se está construyendo en Alblasserdam, cerca de Rotterdam, y tendrá que pasar por el puente Koningshavenbrug el próximo verano”. Ha sido un gran negocio para la ciudad. Este es “el único camino hacia el mar”, dicen responsables del Ayuntamiento.
El yate vale 486 millones de dólares y este valor es casi el valor de la isla con alguna dimensión y motor.
El yate es una isla con motor, digo. Una isla que sale de su sitio con capitán de barco y destino.
El puente se construyó en 1878 y todos los que lo vieron por primera vez ya han muerto, y los hijos de estos también, y los nietos también y después ya no lo sabemos -es cuestión de investigar; la noticia recalca aún que el puente “tuvo que ser reparado tras haber sido bombardeado en 1940 durante la Segunda Guerra Mundial.”
Un puente resiste a las bombas (las flojas) no a la buena diplomacia económica (cuando es fuerte).
La Segunda Guerra Mundial, al final, tampoco fue tan potente, se concluye. Lo que en ella no se logró lo obtiene ahora una conversación tranquila con facilidad.
La dinamita poco puede hacer contra la potente economía de las cosas.
El efecto puede ser el mismo: un puente deteriorado –pero el bombardeo viene del odio y de la maldad mala, muy mala, mientras que el acto de desmontarla viene de acuerdos buenos, muy buenos y claros. Así se podría argumentar.
Y sí, ahora no será bombardeada, solo desmontada como un bloque compacto de legos –y después montada, de un modo aún más firme, se promete. “El Ayuntamiento ha indicado que tiene en consideración la importancia económica y el empleo generado por la construcción de este yate, garantizando que el puente recuperará su apariencia actual tras ser desmontado”.
Es un proceso bastante sencillo -dice un señor que sabe de estructuras y resistencia de los materiales, pero poco domina la vieja ciencia de los simbolismos. En términos de ingeniería es menos que ABC; es la letra A, como mucho, broma de parvulario de ingenieros.
Sin embargo hay, efectivamente, esta cosa loca que los humanos también tienen: además de saber hacer cálculos para que el material de un puente sea desmontable y montable –y aún así se mantenga firme– los humanos mantienen las tontas actitudes de los antepasados: no les gusta que se toque en la Historia y en los símbolos con las manoplas certeras de la utilidad.
Un preciosismo del espíritu, claro.
2.
Discusión sobre la estética y su importancia.
Wilhelm Buch, citado por Gómez de la Serna:
“un tío que trae gominolas es mejor que una tía que solo toca el piano.”
Mi tío, tu tía, nuestros tíos.
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Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso