Se quiere desacreditar una corriente política, económica y social que obtiene triunfos electorales en la mayoría de los países de la región. Sus principales detractores provienen del litoral de la izquierda revolucionaria. No se dan cuenta de que el progresismo es una alternativa pacífica, dentro del capitalismo, para disputarle el poder a la derecha y ultraderecha, sin olvidar a los políticos corruptos.

 

La izquierda revolucionaria procura sustituir el sistema capitalista y de manera frontal combatir su punta de lanza: el neoliberalismo en todas sus manifestaciones; entre ellos existen diferencias abismales, pero hay puntos coincidentes muy importantes que pueden ser utilizados paras fines estratégicos.

 

El progresismo se enmarca muy bien en la etapa democrática, ya que es sistémica, no le interesa sustituir el capitalismo. Aunque reconoce la lucha de clases, la voracidad del imperialismo y lo anacrónico del colonialismo, está consciente del tránsito que camina para completar un inevitable periodo histórico del capitalismo.

 

Sus principales representantes, desde el Gobierno, fueron dirigentes y militantes de la izquierda revolucionaria. Los que aspiran a ganar elecciones no esconden sus procedencias políticas y reconocen que los progresistas han virado la tortilla. El progresismo es una opción de poder. Un fenómeno histórico y político que atrae simpatías en toda la geografía nacional de cada nación. Haciendo gala de una democracia inclusiva.

 

La efervescencia ha llegado al colmo, que sus “olas progresistas” son esperadas por los pueblos latinoamericanos, caribeños. ¿Cuándo nos tocará?

 

Es difícil producir el cambio del sistema capitalista a través del proceso electoral. Los escasos intentos han fracasado. Incluso, la República Bolivariana de Venezuela atraviesa por la etapa democrática, saboteado por un injusto bloqueo estadounidense. Igual ocurre con la hermana Nicaragua de mis amores, una frágil democracia, con una economía bloqueada por la misma gente, aquella, y herida por todos los francos.

 

El progresismo es muy diverso, con características muy peculiares a las condiciones económica, política, social y hasta geopolítica, de cada país. Muchas veces hay que tomar en cuenta la formación y el accionar de sus líderes y dirigentes, para identificar las diferencias al observar la democracia, su evolución y funcionamiento en la región. Ese es el progresismo, no es homogéneo, muy controversial.

 

A pesar de todo, el progresismo triunfa en condiciones desfavorables, precisamente en la zona de influencia y control de los Estados Unidos de América. El presidente Gustavo Petro, de Colombia, obtiene el triunfo electoral con la presencia, en su país, de siete bases militares gringas y una ultraderecha ligada al bajo mundo, capaz de cualquier cosa. Con todas las maniobras imperiales, se avanza en terrenos adversos; derribando obstáculos, pero con el respaldo de la población y de la izquierda.

 

En República Dominicana el asunto no es fácil. El progresismo apenas comienza a dar sus pasos temblorosos y buscando ayuda, y balbuceando palabras incoherentes. La dispersión y la prepotencia, no le permite consolidar su presencia. Su acercamiento con la derecha, precisamente en periodos electorales, ha dejado mucho que desear. Y no es que sea un pecado, pero la gente lo observa como un negocio, de los que están acostumbrados la derecha y los corruptos.

 

Por el momento, no se vislumbra la presentación de una alternativa electoral, unitaria, progresista y de izquierda. Los esfuerzos realizados por Alianza País, Frente Amplio, Fuerza de la Revolución, PCT y Gentío, alrededor de la Mesa Política de Seguimiento y Concertación, fueron torpedeados, a última hora, por ALPAÍS; con el anuncio de su alianza, echar jabón al sancocho, con el PRM. El Movimiento Patria Para Todos/as (MPT) encabeza un grupo de entidades políticas y movimientos locales. Opción Democrática sostiene conversaciones y acuerdos puntales, de manera selectiva. Así las cosas, más dividido que un crucigrama.

 

Alrededor de las organizaciones progresistas, democráticas y revolucionarias, legalmente reconocidas, se debió articular una maquinaria electoral de cara a las elecciones 2024. No se pudo. La incomprensión de la etapa democrática, desconfianza, prejuicio, y una debilidad congénita, provocaron abortar los intentos unitarios. No es extraño, situaciones acaecidas, se repiten cada vez que se menciona la palabra unidad y se aproxima el proceso electoral.

 

La Mesa Política de Seguimiento y Concertación, no debe perderse en el camino; por el contrario, llevarla más allá del 2024, profundizar los acuerdos pautados, ajustándolos a la coyuntura en desarrollo, y manteniendo la candidatura presidencial de la profesora María Teresa Cabrera; así como la formulación de las alianzas puntuales en los territorios con posibilidades de obtener el triunfo. Es un ejercicio enriquecedor para pulir una pieza muy valiosa que ha dado excelentes resultados en la región: El progresismo.

 

El progresismo criollo tiene que, comprender la etapa democrática, trillar su propio camino con audacia, arduo trabajo y confianza en el proyecto político. Dejar de marearse con los partidos tradicionales y corruptos reciclados, para marcar diferencias considerables y crear un nombre en quien confiar. Mientras la derecha y políticos corruptos se reparten la intensión del voto de la población, el progresismo y la izquierda se fríen en su propia salsa.