Hay la urgencia suprema de ungirse el producto llamado La Candidatura.
Es una esencia exquisita y no tiene nada que la iguale.
Es superior, divina, y cubre con una nube de inmunidad (por no decir la otra palabra) a toda criatura que se lo unta a tiempo en todo el cuerpo.
Nadie se atreve contra el ungido de la rica esencia Candidatura. Ni siquiera tiene que gritar “cuidado, soy un candidato,” voz cuya génesis es el término latino cándidus, es decir, inocente, incapaz de hacer daño.
El candidato se halla libre a partir de ahí de toda sospecha y las acusaciones que le formulen forma parte del juego dialéctico del proceso electoral.
Las cosas no van a pasar de ahí ya que a cada uno lo cubre la protección de los dioses.
Desde su untura en adelante se ríen solos y ni siquiera la prensa de los escándalos se mete con ellos. La justicia se mantiene en su burbuja de indiferencia.
Y terminan pareciéndose al hombre invisible que puede tocarlo todo desde los cuerpos femeninos en sus áreas más sensibles sin temer que le suenen una “galleta” hasta los temas políticos duros, incluidos los que le estarían prohibidos por ser profundamente auto acusatorios.
Este es el soma de los dioses que hace invulnerables a los políticos aún a los menos diestros.
Los convierte en intocables antes, durante y después de los procesos electorales. Tocarlos es atentar contra las buenas costumbres y amenazar de “quiebra” el llamado orden democrático, siempre tutelado.
Ah, Pero esa es la razón de por qué tanta gente quiere figurar en la política!
¿Así quien no?