En el Tribunal de Askán:

Greta Bloch había sido la mediadora de la reconciliación, mientras Franz permanecía ajeno al juicio que le aguardaba. Su intuición, ese sexto sentido que a menudo lo guiaba, le impedía emprender el viaje hacia Berlín. Sin embargo, su debilidad por las mujeres resultó ser más poderosa.

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Greta Bloch.

Atrapado entre la responsabilidad y el deseo, Franz se encontraba en una encrucijada. La imagen de Greta y el compromiso con Felice Bauer lo atormentaban. Sabía que debía enfrentar las consecuencias de sus acciones, pero cada vez que intentaba prepararse para el viaje, el recuerdo de Felice lo detenía. Algo lo atrapaba en una red de emociones, un refugio que le ofrecía la posibilidad de redención.

Franz Kafka – Felice Bauerová

"No podemos escapar de lo que somos, Franz. Pero podemos elegir cómo enfrentarlo," le escribió Greta con delicadeza en una carta.

Felice y Greta eran amigas íntimas, y la traición de Franz había desencadenado una tormenta de emociones. Greta, pese a su propia atracción hacia él, decidió que lo correcto era confrontarlo. El encuentro, inicialmente concebido como una oportunidad de reconciliación, se transformó en un juicio implacable de ambas amigas contra Franz. La situación se intensificó aún más cuando Greta reveló las cartas íntimas que Franz le había enviado.

Fue en octubre de 1914 cuando ambas amigas llevaron a cabo el juicio en un salón del hotel berlinés Das Hotel Askanischer Hof (en español, Hotel El Tribunal de Askán), donde Franz solía hospedarse cada vez que viajaba a Berlín. Este lugar, con sus paredes adornadas con antiguos retratos y un aire de solemnidad, parecía un escenario adecuado para la confrontación que se avecinaba. El salón, que había sido la cuna de su inspiración para la novela "El Proceso", ahora se convertía en un espacio donde la realidad superaba la ficción.

Franz, sentado en una silla desgastada, se sentía atrapado entre el pasado y el presente. Las palabras de Kafka resonaban en su mente, recordándole que, al igual que en su novela, el juicio en la vida no siempre es claro ni justo. Las miradas de Greta, Felice y Erna (la hermana de Felice) eran como tres faros que iluminaban sus defectos, y él sabía que no había forma de escapar de la verdad que lo rodeaba.

"Este lugar, Franz," comenzó Greta con voz firme, "es un símbolo de lo que tú mismo has creado. Tú nos escribes cartas y nos tratas como si fuéramos personajes de tus historias, así como tus personajes enfrentan situaciones sin entender completamente su causa. Ahora, tú estás en el centro de una confrontación real, y es hora de que asumas la responsabilidad de tus acciones."

Felice asintió, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. "Siempre te admiré, Franz. Tu talento, tu visión. Pero ahora me siento traicionada. No solo por la infidelidad, sino por la falta de sinceridad. Creí en ti, en nuestra relación, y eso es lo que más duele."

La atmósfera en el salón era densa, como si el aire estuviera cargado de emociones no expresadas. Franz sentía su corazón latiendo con fuerza mientras buscaba desesperadamente las palabras adecuadas. No pronunció ni una sola frase. Permanecía inerte en un silencio de absoluta penitencia, pero en su interior una tormenta de pensamientos lo azotaba: "Sé que mis acciones han causado un daño irreparable, y estoy aquí para escucharlas, para entender lo que he hecho y, si es posible…". Pero Greta sucumbió a mis encantos, ¿o yo a los de ella? ¿Ahora soy yo el culpable y ella la juez? Entonces, ¿debo encontrar una forma de redimirme?"

Ambas amigas lo observaron, evaluando el absoluto silencio de Franz y su rostro parsimonioso e inmutable. Greta, percibiendo la batalla interna que libraba Franz y como si no hubiera sido cómplice de su infidelidad, se acercó un poco más y le dijo: "No se trata solo de ti, Franz. Se trata de nosotras, de la amistad que creíamos inquebrantable. ¿Sabes lo que realmente perdiste al traicionar nuestra confianza?"

Franz asintió, consciente de que su búsqueda de redención comenzaría por reconocer el dolor que había infligido. Sin embargo, sabía perfectamente que, si admitía su culpa, perdería su posición de poder. "No hay palabras que puedan reparar lo que he hecho," murmuró, "pero tampoco puedo cambiar lo incambiable. No estoy dispuesto a someterme a este juicio sin sentido. No quiero perder la confianza de ninguna de ustedes, y por eso debo hacerles entender que son ustedes las que me están perdiendo a mí."

La tensión en el salón del hotel Tribunal de Askán era palpable. Franz se dio cuenta de que este era solo el comienzo de un largo camino. La decisión estaba en manos de Greta y Felice, y el desenlace de su historia dependería de su capacidad para enfrentar no solo las consecuencias de sus actos, sino también la verdad sobre sí mismo.

Kafka ya se había distanciado de Felice en agosto de 1913 y le había escrito una carta planteándole terminar la relación. En su interior, la idea del matrimonio le aterraba. En una carta a Max Brod confiesa: "Algunas otras observaciones me llevaron a la conclusión de que, en mi creciente certeza y convicción interna, existen posibilidades de que, a pesar de todo, podría tener éxito en el matrimonio, e incluso llevarlo a un desarrollo que se ajuste a mi propósito. Sin embargo, es una creencia a la que, en cierto sentido, llego al borde de la cornisa de una ventana. Llego a tal punto de vértigo que me cierro ante todo. Me enemistaré con todos, no hablaré con nadie."

En busca de un refugio existencial, lee la antología de Kierkegaard y se da cuenta de la similitud entre el destino del filósofo y el suyo propio. En septiembre de 1913, huye a Riva, al sanatorio Hartungen. "La idea de la luna de miel me aterroriza", escribe en otra carta a Brod. Allí, vive un episodio extraño y oscuro con una mujer suiza que apenas conoció. "Todo se resiste a ser escrito. Si supiera que esto se debe a su mandato de no hablar de ella (lo cumplí estrictamente, casi sin esfuerzo), estaría satisfecho." Y más tarde escribe: "Demasiado tarde. La dulzura de la tristeza y el amor. Una sonrisa en el bote, dirigida a mí. Eso fue lo más hermoso. El constante deseo de morir y aún así sobrevivir, eso es amor."

Kafka está sumido en un estado mental y emocional turbulento, marcado por la angustia, el miedo, la resignación y la autoalienación. La introspección y la autoobservación son prominentes, pero no parecen brindarle alivio, perpetuando su ciclo de sufrimiento. Al leer el episodio "El libro del juez" en la obra de Kierkegaard "Temor y temblor", examina la historia bíblica de Abraham y su dilema ético, relacionándolo con la idea del juicio divino y la moralidad humana. En estas circunstancias, a Kafka le surge la idea de la novela "El Proceso".

"¿De verdad ya no tienes nada que decirnos?" replicaba Felice, su voz cargada de una calma inquietante que no admitía respuestas fáciles.

  • Alguien debió haber calumniado a Josef K., pues una mañana fue arrestado, aunque no había hecho nada malo. "No puede salir de aquí," ordenaba el guardián, mientras sus ojos vacíos parecían traspasar el alma de K.

"¿Por qué?" reclamaba K., sintiendo cómo la lógica del mundo se desmoronaba ante él.

"Estamos aquí para decírselo," respondía el otro guardián, su tono desprovisto de cualquier atisbo de compasión.

"¿De qué están hablando? ¿Qué autoridad tienen? Vivo en un estado de derecho, donde reina la paz y todas las leyes están en vigor. ¿Quién se atreve a irrumpir en mi hogar?" exclamaba K., su voz quebrándose entre la desesperación y la incredulidad.

"¿Así que no vas a hablar, doctor Kafka? Si guardas silencio, no podré hacer nada por ti," reprochaba Greta a Franz, sus palabras teñidas de una impaciencia que rozaba el desprecio.

"Estás sentada frente a mí como una juez. Seguro que eso te desagrada. A mí también me incomoda, pero en realidad, yo también estoy en tu lugar y no lo dejaré," murmuraba Franz, atrapado en el laberinto de sus propias palabras.

"No puedo presentarme ante ti con un hombre que no me desea. Tienes razón. Habla de amor, pero en realidad, solo quiere escribir libros obstinadamente y es elocuente solo cuando se trata de comida vegetariana, nueces o ejercicio físico," continuaba Felice, con la frialdad de quien ha decidido que la pasión no basta.

"Aquí están mis documentos personales," mostraba K. a los guardianes, como si esos papeles pudieran salvarlo de un destino que ya estaba sellado.

"Calculas peor que un niño. Quieres llevar a cabo tu maldito gran proceso rápidamente, discutiendo con nosotras, que solo somos vigilantes, y eso es todo. He intentado ayudar, doctor Kafka," reprochaba Greta, su voz resonando en el vacío salón del Hotel El Tribunal de Askán, que habían convertido en una sala de juicios.

Kafka expresa la dualidad de los procesos, tanto el judicial como el emocional, donde las figuras de autoridad—guardianes y amantes—imponen un juicio inescapable sobre Josef K. y Franz Kafka, atrapándolos en un ciclo de culpa, incomprensión y fatalismo. La analogía entre la vida real de Kafka y la situación de su personaje, Josef K., se vuelve cada vez más evidente. Franz, como Josef K., se enfrenta a un tribunal donde las reglas son ambiguas y la justicia, incierta. Las palabras de Greta y Felice, cargadas de reproche y desilusión, resuenan en la mente de Kafka como un eco de su propio sentimiento de alienación y desesperanza. Cada frase pronunciada en el salón del Tribunal de Askán es una sentencia que lo acerca más a la inevitable conclusión: en la vida, al igual que en "El Proceso", a veces uno es condenado sin comprender completamente su delito.

La confrontación llega a su clímax cuando Felice, con una mirada que mezcla tristeza y determinación, le dice a Franz: "No se trata solo de lo que hiciste, sino de lo que elegiste no hacer. Nos dejaste a la deriva en un mar de incertidumbre, mientras tú te aferrabas a tus miedos y tus libros. Nos convertiste en personajes secundarios en la historia de tu vida, cuando creíamos ser protagonistas."

Franz siente el peso de sus palabras, una carga que lo aplasta bajo el peso de su propia cobardía. En ese momento, comprende que el juicio al que se enfrenta no es solo por su infidelidad, sino por su incapacidad de vivir plenamente, de comprometerse con la realidad en lugar de refugiarse en sus escritos.

El silencio se apodera del salón, un silencio que habla más que cualquier palabra. Franz se levanta lentamente, como si el peso de la situación le impidiera moverse con rapidez. Sabe que este es el final, no solo del juicio, sino también de cualquier esperanza que hubiera albergado de reconciliación o redención.

Sin decir nada, se dirige hacia la puerta. Greta y Felice lo observan, inmóviles, conscientes de que este es un adiós definitivo. Franz sale del salón, dejando atrás no solo a las dos mujeres que marcaron su vida, sino también una parte de sí mismo que jamás recuperará.

En el pasillo, Franz se detiene un momento. Mira hacia atrás, pero no ve nada más que la puerta cerrada del salón. Suspira, un suspiro cargado de resignación, y continúa su camino, sabiendo que, como Josef K., ha sido condenado, no por un tribunal de justicia, sino por el tribunal de su propia conciencia.

La realidad y la ficción se entrelazan en la vida de Kafka de una manera que es difícil de discernir. En su mente, el juicio de Josef K. es también su propio juicio, un proceso interminable en el que nunca se alcanza una conclusión definitiva, porque la verdadera sentencia ya ha sido dictada: la incapacidad de vivir plenamente en el mundo real, atrapado entre el miedo, la culpa y la alienación.

Así, Franz Kafka se aleja del Hotel Tribunal de Askán, un hombre que ha perdido no solo a las mujeres que amaba, sino también la posibilidad de reconciliarse consigo mismo. La historia de su vida, como la de Josef K., sigue sin resolverse, un enigma que continuará persiguiéndolo hasta el final de sus días.

“En el bastón de Balzac: Yo derribo todos los obstáculos. En el mío: Todos los obstáculos me derriban. El factor común es todos”. Franz Kafka