Hace un par de semanas, me encontraba en Ciudad de México para participar en el coloquio internacional dedicado a la obra y el impacto de la familia Henríquez Ureña, patrocinado por el Colegio de México y la UNAM. Mi intervención fue sobre Camila, nuestra gran maestra dominicocubana. Pero a lo que voy hoy es otra cosa: el efecto hipnotizante del mensaje político y la ceguera generalizada ante el racismo en la sociedad dominicana.
Esa semana, una mañana, antes de irme a recorrer las calles de CDMX, escuchaba una de las trasmisiones del programa HARDtalk de la BBC, conducido por Stephen Sackur. El programa tiene la reputación de conducir entrevistas contundentes a agentes principales del campo de la política, pero, para mí, se queda muy corto de ese abordaje en profundidad del periodismo investigativo. Los líderes políticos, militares e industriales que acuden le dan vueltas como un trompo al conductor, especialmente los representantes o portavoces del gobierno israelí, para quienes: “no hay ejército en el mundo que sea más cuidadoso que el de Israel cuando se trata de enfrentamientos militares”. Los hechos al respeto y la creciente montaña de cadáveres de civiles y no combatientes no importan, pero yo divago.
Ese día el invitado de HARDtalk era el presidente dominicano Luis Abinader, invitado para abordar el asunto del papel de la República Dominicana y su gobierno ante la actual crisis haitiana. Dos cosas me llamaron la atención: el desarrollo del profesionalismo político en la República Dominicana y la insistente negación de la existencia de racismo en la sociedad dominicana.
Ha pasado bastante tiempo y han ocurrido algunos cambios desde los días en que Hipólito Mejía le llamó “mono” al camarógrafo afrodominicano que acompañaba a Jorge Ramos, reportero de Univisión. Desde la distancia diaspórica, observo varios indicadores de profesionalización de los representantes del estado y gobierno dominicano, como Luis Abinader. Primero, él es capaz de usar el inglés a un nivel avanzado para comunicarse en varios foros internacionales. Segundo, y más importante, siempre se mantiene firmemente alineado con los “taking points”, los puntos de discusión o temas de comunicación, subrayados por su equipo profesional de comunicadores políticos.
Un punto de discusión política funciona como un sencillo mensaje coordinado previamente al momento de enunciación y que no cambia, no importa quien sea el interlocutor o la parte interesada presente o las circunstancias complejas del asunto. Exige una determinada disciplina respecto a la necesidad de repetir un mensaje básico, una frase pegadiza y no entablar una discusión lúcida, mantenerse lo más lejos de la evidencia basada en hechos. Ya sean falsos o irrelevantes al asunto o cuestión, la clave es la repetición del mismo punto, la misma respuesta.
Estos talking points se vinculan a estructuras del cerebro, “cognitive frames”, los marcos cognitivos que, según el psicolingüista y consultor del partido demócrata estadounidense, George Lakoff, son marcos de compresión que reducen los fenómenos a una sola dimensión y facilitan nuestra interacción con los hechos, los valores y el mundo. Lakoff ofrece este ejemplo: “cuando a la palabra ‘fiscal’ se le añade ‘alivio’, el resultado es una metáfora: los impuestos son una desgracia; la persona que los suprime es un héroe, y quienquiera que intente frenarlo es un mal tipo. Esto es un marco”.
En todo esto, la repetición es clave. La repetición es poderosa. La repetición, en última instancia, ejerce una fuerza mágica sobre los seres humanos. Con poco esfuerzo y eventualmente, nos pone a dormir. Crea la realidad dominante o preferida. ¡Cuánto no han logrado cambiar lucrativamente Trump y su comparsa, en cuánto a las reglas del juego político tradicional, repitiendo la mismas tautologías y odiosas tonterías!
En su entrevista, Stephen Sackur le preguntó a Luis Abinader, si en la República Dominicana se maltrata sistemáticamente a los inmigrantes haitianos o a los dominico-haitianos que viven allí. La respuesta de Abinader fue (y aquí voy a parafrasear): La República Dominicana es un país racialmente mixto; por lo tanto, no existe el racismo. Fue la misma respuesta que dio en el 2023, en foro de Columbia University ante el comentario de una joven estudiante (y aquí cito): “Déjame decirte. El 85% de la gente dominicana es de la raza mixta. Nunca ha habido un problema racial, un problema real; esa es mi opinión”.
En la República Dominicana sí hay racismo. Se trata de una sociedad colorista. Los líderes políticos y los ciudadanos, acomodados en su privilegio socioeconómico en esta mulatocracia trigueña, insisten en no reconocerlo o no lo quieren ver. En cambio, como me toca vivirlo, yo sí lo veo, igual que lo ven y lo viven y lo han vivido a través de los siglos las dominicanas y los dominicanos de ascendencia africana, los dominicohaitianos y los inmigrantes haitianos.
Por favor, compláceme por un segundo, querida lectora. ¿Te has detenido a observar el círculo de vida (familia, socios y amistades) o la foto del gabinete presidencial de Luis Abinader? ¿Cuántos negros y negras hay? Asómate a cualquier oficina, a cualquier casa o calle en Santo Domingo y vas a encontrar que el mayor porcentaje de afrodominicanos está relegado a la servidumbre.
Considera este cuadro: el negro sirviente, uniformado, en su chacabana blanca y pantalones negros se inclina para servir una bebida a la doctora, jueza, poeta que es blanca o mulata clara, con su atuendo de colores variados, sentada en el lujoso sofá de su gran sala bajo la luz tropical. Camina por las salas y puertas del Aeropuerto Internacional de las Américas y observa como el personal de seguridad del aeropuerto y de las líneas áreas da trato preferencial a los viajeros blancos o mulatos claros en comparación con el desdén o humillación que maltratan a las viajeras afrodominicanas, exigiéndoles cumplimento de determinadas normas que no les exigen a los blancos o mulatos claros. Eso no es un accidente; eso es racismo sistémico.
En efecto, a la hora de repartir los derechos y los beneficios de la sociedad, somos invisibles. Sin embargo, somos de inmediato visibles para recibir el maltrato. No creo que sea posible corregir cada mal social o imperfección humana con nuestros lentes y discurso racional y con poner nuestro corazón en el lugar correcto, pero insisto: ¿Qué vamos a hacer con estas contradicciones? ¿Enfrentaremos este orden de preferencias y discriminaciones? ¿O seguiremos viviendo así, igual de ciegos y desentizados al daño que causa el racismo a la sociedad, a la productividad social y convivencia humana? Para empezar, algo distinto se habrá que ver, decir o hacer. ¿No?