Donde hay frontera, hay prejuicio, pues la frontera se puso porque hubo guerra, y la guerra crea estereotipos, de modo que, cuando termina la guerra, sigue el estereotipo.
Algunos prejuicios los he comprobado: españoles vs. franceses, franceses vs. italianos, o italianos vs. españoles o franceses. El prejuicio viene de la guerra, pero en el tiempo de paz, se transmite por todos los medios, desde la iglesia o la escuela, pero sobre todo desde la familia. Los judíos sufrieron, durante la Edad Media, un antisemitismo general, pues Europa hizo consenso: ¡son una raza maldita, con todos los defectos!, y para colmo, ¡habían matado a Jesucristo! Pero, los judíos, también tenían su prejuicio, pues se creían el pueblo escogido, y superiores a los gentiles.
Es forzoso decir que el prejuicio existe en ambos lados de la frontera, aunque cada lado solo vea el prejuicio contrario. Es como dijo Jesucristo: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mt.7.3). En mi práctica de terapeuta familiar ¡cada parte creía que el error estaba del otro lado! Por el contrario, el principio de circularidad descarta una parte culpable y otra inocente, sino que presume responsabilidad de parte y parte.
Estas ideas vinieron a mi mente escuchando a dos dominicanos eminentes, sobre nuestra relación con Haití. El primero presentaba evidencias históricas del prejuicio de nuestros vecinos, mientras el segundo mencionaba una experiencia personal lo que confirmaba. Coincidí con ellos sobre el prejuicio, especialmente de una clase intelectual haitiana que nos atribuye todas las maldades, mientras se exculpa de su situación. Lo curioso es que sucede lo mismo con una intelectualidad dominicana con su nacionalismo contra el inmigrante pobre, pero indiferencia ante la explotación de nuestras minas por los emporios extranjeros. El prejuicio se evidencia en nuestra literatura y jurisprudencia, en el habla cotidiano, y en algunas prácticas sociales discriminatorias, de modo que el prejuicio es de parte y parte.
Evitemos que la palabra extranjero impida cumplir el mandamiento: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, pues un mundo mejor es posible si no hubiera tantas fronteras.
Es como dijo el poeta:
“No, no me llames extranjero.
Traemos el mismo grito,
el mismo cansancio viejo
que viene arrastrando el ser humano
desde el fondo de los tiempos
cuando no existían fronteras
antes que vinieran ellos;
los que dividen y matan,
los que roban, los que mienten,
los que venden nuestros sueños,
ellos son los que inventaron
esta palabra EXTRANJERO”.
(Rafael Amor, argentino)