La semana pasada estuve absorto en el seguimiento de un drama de crimen político basado en hechos reales, que me mantuvo embelesado decenas de horas frente a la pantalla chica y a la chiquitica. El iPhone me reportó un aumento de 16% de tiempo en pantalla durante la semana y tan solo en YouTube me di un atracón de tres horas de reproducción el sábado en la mañana.
Lo que me mantuvo pegado a la computadora y al móvil más tiempo de lo usual -que ya es enorme- fue la primera audiencia del Congreso de Estados Unidos sobre el asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021, y, a partir de ella, me enganché en lecturas de largo aliento y en otras investigaciones visuales acerca del mismo tema.
En Estados Unidos, un público de 20 millones de televidentes en tiempo real se aglutinaron en torno a la audición del Congreso, según la medición de Nielsen, la reconocida firma especializada en medición de audiencia. Un público tan monumental como ese solo se agolpa en torno a la transmisión de grandes producciones, como la entrega de los premios Óscar.
Merece que destaque que estos 20 millones de televidentes no incluyen a quienes vieron la audiencia a través de YouTube, en tiempo real o diferido, o a los espectadores que consumieron el contenido fuera de Estados Unidos, en vivo y diferido, por cualquier medio, sea este convencional o digital.
Más allá de mi interés por la política y la historia, ¿qué me hizo quedarme pegado a la pantalla por decenas de horas, subsumido en un drama de la política estadounidense de poco interés nacional, cuando ya teníamos en la política local un thriller criminal que a todos los dominicanos nos mantenía boquiabierta?
¿Qué hizo que 20 millones de norteamericanos se mantuvieran pegados a la televisión en primetime, durante dos horas, viendo una audiencia del Congreso cuyo contenido era mayormente un conjunto de fiambres periodísticos sobre eventos que ocurrieron hace 17 meses? La narrativa. No hay más. El poder del storytelling en la política explotado a su máximo potencial.
Hasta el momento, pese a las grandes piezas de periodismo de investigación que habían realizado medios tan prestigiosos como The New York Times, incluyendo excelentes documentales, el público general tenía una percepción fragmentada, atomizada, como trizas de piezas de un rompecabezas disperso en una mesa.
La audiencia del Congreso transmitida el pasado jueves lo que hizo fue conseguir todas esas trizas, armar las piezas y ordenar el rompecabezas. Estructuró una narrativa que aportó marco y significado a una serie de eventos, demostrando que las turbas del 6 de enero no fueron meras manifestaciones civiles inconexas que se salieron de control, sino la culminación de una conspiración política, diseñada y puesta en marcha desde antes de las elecciones de noviembre de 2020 y aun después de ellas, por un presidente en ejercicio, para subvertir 246 años ininterrumpidos de democracia.
Un primer bloque para convencer racionalmente
Esta primera audiencia fue un opening perfecto para una saga de seis episodios que se completarán en las semanas sucesivas, tal cual esas miniseries que se transmiten en streaming y nos hacen perder varias noches de sueño. Totalmente guionizado, el primer episodio abrió con sendos discursos del presidente y la vicepresidenta de la comisión bipartidista del Congreso a cargo de investigar los hechos, quienes establecieron el marco de lo que habría de venir.
“El 6 de enero fue la culminación de un intento de golpe de Estado”, dijo el representante demócrata por Misisipi, Bennie Thompson, presidente de la comisión especial, regalándole a los periodistas un potente titular, una espléndida cita y un magnífico corte de televisión. “La violencia no fue un accidente”, continuó. “Representó la última oportunidad de Trump, la más desesperada, para detener la transferencia de poder”.
La representante republicana por Wyoming, Liz Cheney, remachó el marco y aumentó las expectativas: “Van a escuchar sobre complots para cometer una conspiración sediciosa el 6 de enero, un delito definido en nuestras leyes como conspirar para derrocar, destituir o destruir por la fuerza el gobierno de Estados Unidos u oponerse por la fuerza a la autoridad del mismo”.
Condenada al ostracismo en su partido, por ser la voz disidente más vigorosa, esta vez Cheney se erigió en la voz de la conciencia republicana, y, elevándose, dijo clara y fuertemente: “A mis colegas republicanos que defienden lo indefendible les digo: llegará el día en el que Donald Trump se haya ido, pero el deshonor de ustedes permanecerá.”
Los discursos de Cheney y Thompson estuvieron salpicados de soundbites (frases pegadizas) pensadas para los medios, fueron leídos en teleprompter, pronunciados en un escenario augusto, con una pantalla gigante de fondo, donde en breves minutos se iban a presentar impactantes imágenes del asalto del 6 de enero, reveladores testimonios de los miembros del anillo de Trump, clips de documentos comprometedores y fragmentos audiovisuales “nunca antes vistos”, frasecilla comercial repetida una y otra vez por los voceros del comité.
El plato fuerte en ese primer bloque de la noche fue el reconocimiento de Ivanna Trump de que le había dado crédito a las afirmaciones del fiscal general William Barr, quien en un testimonio previo había calificado de locuras, “una mierda” los alegatos sin fundamento del presidente Trump. Esos dos testimonios fueron demoledores, un punto de inflexión tras otro en la narrativa de la primera audiencia.
Un segundo bloque profundamente emocional
Tras el primer bloque para el hemisferio izquierdo del cerebro, vino un receso de 10 minutos. Al regreso, Thompson y Chiney entrevistaron a la oficial Caroline Edwards, la primera policía que fue herida y arrasada por las hordas, hasta dejarla inconsciente en el suelo y pisotearla, para entrar violentamente a la ciudadela del Capitolio.
Edwards testificó con escalofriante detalle sobre la primera violación de las líneas policiales, en la que fue aplastada por la turba bajo un portabicicletas. "La parte posterior de mi cabeza cortó las escaleras de hormigón detrás de mí", y a seguidas perdió el conocimiento por un momento.
Al volver en sí, la escena que vio desde detrás de las líneas de la policía le quitaron el aliento. Se resbaló en sangre, vio a otros oficiales retorciéndose de dolor y sufriendo por causa del gas lacrimógeno que le rociaron los conspiradores.
Calificó como una escena de guerra la que se desarrollaba fuera del Capitolio. "Fue una carnicería", dijo. “Fue un caos. Ni siquiera puedo describir lo que vi", se limitó Edwards, mientras se veía a sí misma, en pantalla gigante, siendo atropellada por las turbas.
El discurso patriótico de apertura de la oficial Edwards, contando su historia como servidora pública, fue tremendamente conmovedor, incluso para este televidente que lo estaba viendo a miles de millas de distancia y que con Estados Unidos no tiene más lazos que la curiosidad.
De la producción televisiva me llamó la atención no sólo cómo se alternaban las entrevistas en vivo con material grabado, sino la destreza de los entrevistadores, Thompson y Chiney, para pulsar teclas emocionales de sus fuentes.
El esfuerzo organizado por los Proud Boys
Los congresistas también entrevistaron en vivo al cineasta británico Nick Quested, que en los días previos al ataque filmaba en Estados Unidos un documental sobre la polarización política en ese país. En esas tareas estaba, y gracias a ellas se había insertado en el grupo extremista de ultraderecha Proud Boys, antes de la ofensiva. Esta posición de testigo de primera línea le permitió dar testimonio de que sus líderes habían estado conspirando junto a los cabecillas de otro grupo violento, los Oath Keepers, mucho antes de los disturbios, para planear un ataque que violaría el Capitolio.
Haber filmado a los Prouds Boys en un peregrinaje en autobús desde distintos estados hasta Washington, sus movimientos en la escena del crimen y el discurso de Trump a 500 metros del Capitolio, invitando a sus hinchas a marchar hacia la sede del Congreso, aportó un pietaje inédito. demostrativo de que se trataba de una conspiración orquestada. Un tweet del ex presidente incentivaba a sus seguidores a ser “salvajes” el 6 de enero.
“Nunca antes visto”
Entre las novedades, se presentaron grabaciones en las que se escuchan a los colaboradores de Trump presionando a sus delegados electorales para que aportaran pruebas inexistentes del fraude que alegaba el presidente.
Un abogado de campaña, Alex Cannon, contó que informó a Mark Meadows, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, que los aliados de Trump no habían encontrado problemas electorales que pudieran revertir los resultados en estados clave. “¿Así que no hay nada de nada allí?” Meadows respondió decepcionado, según el testimonio de Cannon.
El intercambio de chats y conversaciones de miembros del gabinete en aquel momento muestran a varios de ellos decididos a decantarse de la conspiración del presidente. Cheney informó que en la víspera del ataque del 6 de enero miembros del propio gabinete de Trump hablaron de invocar la Vigésima Quinta Enmienda para destituir al mandatario.
Cheney dijo que el comité había recibido testimonio de que cuando Trump se enteró de las amenazas de la turba de ahorcar al vicepresidente Mike Pence, por resistirse a sumarse a la conspiración, dijo: "Tal vez nuestros partidarios tengan la idea correcta", y añadió que su hasta entonces leal compañero de boleta "se lo merece".
Otras de las revelaciones fue el testimonio grabado del general Mark A. Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, quien contó que Meadows le incitó a fingir que Trump estaba activamente tomando decisiones para proteger el Congreso, cuando la realidad era que el presidente había estado incitando a la muchedumbre a ser “fuerte” y “salvaje”, a través de su discurso de esa mañana y sus tweets, y se resistió desde la mañana hasta la caída de la tarde a hacer un llamado a la calma.
Según citó el general Milley, el jefe del gabinete le instruyó con estas palabras: “Tenemos que eliminar el relato de que el vicepresidente está tomando todas las decisiones”, ante la decisión de Pence de mandar a la Guardia Nacional a pacificar la rebelión. “Necesitamos imponer la versión de que el presidente todavía está a cargo, y que las cosas están firmes o estables”. El jefe militar mostró reticencia ante ese encargo, y dijo al Congreso: “Inmediatamente interpreté eso como política, política, política”.
Algunas de estas revelaciones provocaron exclamaciones de asombro en la sala del Congreso donde se llevaba a cabo la audiencia, ante un público cuyo lenguaje no verbal formaba parte de la narrativa que se escenificaba frente a las cámaras de televisión.
El final…
El primer “episodio” concluyó con trailers de lo que vendría en los próximos, siguiendo el truco de las miniseries para comprometer el ocio del público por anticipado. Los avances mostraron vídeos de los propios alborotadores diciendo que creían que habían sido invitados a Washington ese día por su presidente, que les había pedido que lucharan por él, que les acompañaría en su marcha al Capitolio, cosa que finalmente no ocurrió.
El martes de esta semana continuó la segunda audiencia, cumpliendo lo prometido y mostrando más pruebas de que Trump fue incesantemente alertado por varios de sus colaboradores cercanos de que no había evidencias de fraude electoral, pero el presidente refirió escuchar al ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, que, según los testimonios, en la noche de las elecciones, en estado de ebriedad, exhortaba al presidente a declararse ganador.
Trump no solo engatusó a sus hinchas y luego los abandonó, sino que también los estafó económicamente , desviando para fines desconocidos millones de dólares donados por ellos para defender la victoria electoral. Como dijo una representante republicana en el comité del Congreso: no solo fue una gran mentira, sino también una gran estafa.
Por qué es importante la narrativa
¿Por qué es importante un esfuerzo tan grande para presentar los hechos, cuando todo el mundo los conoce, grosso modo? Contestaba esa pregunta al principio del artículo: para entregar un relato organizado, abarcador y completo de lo que ocurrió el 6 de enero, con marco, enfoque y significado, más allá de lo evidente.
Nadie había podido armar un relato con la esfericidad con que lo ha estado haciendo el Congreso, con sus incontables recursos y poder para investigar, pero también con la extraordinaria capacidad de convocatoria que tiene el poder legislativo. El hecho de que hiciera su primera entrega en un horario de televisión estelar habla de la ambición del Congreso de que el mensaje se difunda masivamente, como no se puede hacer desde ninguna otra tribuna, ni siquiera desde cabeceras periodísticas tan prestigiosa como The New York Times y The Washington Post, que, por demás, son medios de suscripción pagada. Es decir, de alcance limitado.
La gente está más dispuesta a ver dos horas de televisión que dedicarse a leer miles de páginas de un expediente político y judicial. Hay que tener presente, sin embargo, que el trabajo de selección y edición periodística de estas audiencias para la TV ha debido ser brutal, porque la investigación del Congreso ha abarcado más de mil entrevistas, más de diez mil documentos y ha producido más de 140 mil documentos.
En materia de alta política, la televisión sigue siendo el rey, a pesar de los cambios en la industria de medios. Por eso, el Congreso se hizo acompañar en esta aventura de quienes mejor saben cómo capturar y retener la atención y cómo explicar los procesos complejos de manera llana y atractiva. Ha contratado a un veterano ejecutivo de televisión para que le ayude a hacer el trabajo. Se trata de James Goldston, el expresidente de ABC News, para que produzca las audiencias como si fueran un docudrama o una miniserie que hay que ver, incluso si la atención de los ciudadanos están ahora mismo centrada en la inflación, el alto costo de los combustibles, la guerra de Ucrania y los homicidios masivos ejecutados por disparadores solitarios.
Era necesario contar una historia apasionante que se abra paso en medio de tanta competencia por la atención, armar un relato compartible y con momentos con potencial de ser viralidad.
El crítico de televisión jefe de The New York Times, James Poniewozik, lo explica de esta manera: “Sé que algunos lectores se sentirán ofendidos por el mero uso de la palabra 'narrativa' o 'relato' para describir información crucial sobre un ataque a la democracia. Pero estos no son insultos; la estructura de la historia no es solo para las películas de Marvel. La narrativa es lo que da forma y patrón a un diluvio de información. La narración de historias es una herramienta para el compromiso, no solo para la distracción”.
Un relato para el presente y para la historia
La narrativa sobre el 6 de enero no solo es una rendición de cuentas necesaria para el público contemporáneo, sino para la historia, y, ¿por qué no?, también tiene como público prioritario al Departamento de Justicia de los Estados Unidos de América.
El Congreso está sentando las bases para que el fiscal general procese judicialmente al ex presidente, incluso para empujar a que lo haga. ¿Cómo puede la justicia ignorar que un presidente en ejercicio por primera vez en más de dos siglos de historia estadounidense urda una conspiración de “siete pasos”, como aseguró su correligionaria Chiney, para dar un golpe de estado en su propio país, desconocer deliberadamente la voluntad electoral de los ciudadanos, liderar una conspiración sediciosa y obstruir un acto oficial? Todos esos son delitos de mayor gravedad. Por si fuera poco, otra correligionaria de Trump le ha acusado en la segunda audiencia de desviar fondos de donantes, estafando dinero a sus seguidores. Es poco probable que todo esos delitos se puedan barrer debajo de la alfombra.
Si bien es verdad que el nivel de radicalización y polarización política en Estados Unidos nos lleva a pensar que estas audiencias legislativas no pueden cambiar la opinión de los convencidos, también hay muchos votantes republicanos disgustados por lo que sucedió el 6 de enero de 2021. Casi la mitad dice que averiguar lo que pasó ese día es importante.
“Las audiencias del 6 de enero forman parte de una lucha más amplia sobre el futuro de la democracia estadounidense. Es probable que los estadounidenses nunca lleguen a un consenso sobre muchos temas políticos polarizantes, como el aborto, las armas, la inmigración y la religión. Eso es parte de vivir en una democracia, escribe uno de los tantos ensayistas políticos que me he leído en estos días. “Pero si los estadounidenses no pueden estar de acuerdo en que el ganador legítimo de una elección debe asumir el cargo y si los candidatos perdedores se niegan a participar en una transferencia pacífica del poder, el país tiene problemas mucho mayores que cualquier desacuerdo político”.
Aun si el fiscal general no está de acuerdo con el enfoque de estas investigaciones y las audiencias congresionales resultan ser el único juicio que Trump vaya a enfrentar por sus esfuerzos para revocar los resultados de las elecciones, el comité del Congreso está decidido a asegurarse de que al menos ganaría una condena con el jurado de historia.
Audiencias en el Congreso de RD
¿Por qué un artículo de 3,000 palabras sobre política estadounidense que probablemente poca gente va a leer en República Dominicana? Todo lo que sea sobre narrativa y especialmente sobre narrativa política me apasiona, aprendo mucho cuando estudio estos casos y creo que por ahí tendré dos o tres gatos lectores que comparten estas mismas pasiones.
Pero la razón honesta de este artículo es dar ideas. ¿Se imaginan a nuestro Congreso formando una comisión bipartidista para emprender una investigación de casi dos años con el objetivo de documentar, narrar y explicar al pueblo llano, en un relato inteligible y atractivo, las implicaciones de un expresidente en casos de corrupción mayúsculos y complejos como Odebrecht, las operaciones Antipulpo, Coral o Medusa, por solo citar los escándalos que están más frescos en la memoria colectiva?