“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol” (Martin Luther King). Las personas que luchan cuando creen que ganarán son valiosas, pero las que siguen adelante cuando todo parece perdido, son extraordinarias.

La esperanza no sólo nos proporciona bienestar, sino que es necesaria para nuestra salud mental.

En psicología experimental se han sometido a animales de laboratorio a alguna situación molesta y luchan reiteradamente para tratar de librarse de ella, pero finalmente, al no lograr conseguirlo, se resignan y ya no luchan. Esto se denomina indefensión o desesperanza aprendidas. En ese estado son más vulnerables, enferman con más facilidad y tienen menos posibilidad de sobrevivir. El hombre es igual.

El hombre postmoderno, además de impactantes situaciones que ha vivido, ha experimentado una importante crisis de fe. Sigue captando subliminalmente la trascendencia, pero cada vez le resulta más difícil sintonizarse con la misma prédica religiosa de tiempos antiguos, porque algunos conceptos o términos ya no forman parte de su cotidianidad. El contenido del mensaje mantiene su vigencia, pero sobre el vocabulario pesan muchos siglos de cultura, lo que ha generado una gran crisis de fe con repercusiones a nivel de la esperanza. Desde la óptica de este déficit espiritual es muy comprensible el vacío interno que reveló el existencialismo, porque a diferencia del comportamiento instintivo animal, el ser humano sano necesita marcos conceptuales de referencia donde no existan cabos sueltos. Otras especies no necesitan comprender el sentido de la existencia, pero el Homo sapiens sí. Quien pierde la esperanza tiende a deprimirse, inmovilizarse, perder la autoestima y a enfermarse tanto física como mentalmente. Es muy peligroso destruir la esperanza de un pueblo.

Se nos habla de que el Planeta está en peligro, pero no es cierto, lo que realmente está en peligro son las condiciones planetarias que nosotros necesitamos para vivir. Si nos extinguimos, el Planeta seguirá y resurgirá la vida, seguramente con otra especie animal dominante. Dios no está descansando, sino que sigue creando y nosotros tenemos la opción de colaborar o estorbar.

El no creyente solo tiene la esperanza de que la humanidad reaccione, que comprenda que es preciso modificar el rumbo hacia un futuro verdaderamente sostenible. Obviamente, debe desesperarse cada vez que se evidencia nuestra tozudez para asumir los cambios de conductas requeridos. Tampoco considera esperanzador creer que le restan unas pocas décadas de vida.

El creyente (entendiendo que no necesariamente todos los que participan de una religión lo sean), cree estar temporalmente en este plano existencial y que incluso si el planeta desapareciera fruto de una explosión cósmica, él perdería su cuerpo, pero no su vida. Así vemos en nuestra frase inicial de Luther King, su disposición como hombre de fe a seguir luchando, aunque todo parecía perdido e incluso sabiendo que ya sus días estaban contados.

La ansiedad sacude los cimientos de la humanidad y no es para menos, es difícil estar sereno cuando las bocinas a tu alrededor solamente anuncian desgracias. Somos muy diligentes para prevenir a los jóvenes sobre las amenazantes tinieblas y consideramos innecesario hablarles de la luz, pero luego nos extrañamos si no son felices. La imposibilidad de concebir una esperanza es un detonante en la creciente tasa de suicidios de la humanidad, especialmente de los jóvenes.

El miedo se evidencia a nivel del sistema límbico cerebral, afectando negativamente nuestra psiconeurofisiología. El miedo es importante porque impide que sigas corriendo cuando vas hacia el precipicio, pero el miedo excesivo te frena tanto, que te impide caminar. De igual forma algunos procesos biológicos internos se inhiben. Así, mientras llevamos vidas no saludables y estamos aterrados por el zoológico de gérmenes que nos amenazan (virus del mono, del murciélago, el aviar, del mosquito, del camello, etc.), todo esto repercute en nuestro sistema inmunológico quien tiene precisamente a su cargo defendernos de ese universo microbiano (que siempre nos acompañan) y que nos atacan cuando perdemos el equilibrio o armonía con la naturaleza. Muchos siguen creyendo que descubriremos un antibiótico que eliminará a todos nuestros vecinos microscópicos.

Algunos cirujanos preferimos operar a personas diabéticas, hipertensas, etc., que a aquellos que hayan perdido la esperanza de vivir. Alguien sin esperanzas podría no ir al médico, no utilizar correctamente su tratamiento y como si fuera poco, sus células podrían comportarse con la misma deficiencia.

La esperanza nos mantiene activos, nos hace buscar opciones cuando todo parece perdido. Permite a nuestro corazón latir fuerte y hace nuestra respiración más profunda. Mantenemos una mayor apertura…porque esperamos, determinando que nuestros sentidos estén agudizados. Facilita que nuestro inconsciente active facultades que no sabíamos que teníamos ni entendemos cómo funcionan, así nuestros logros superan el rango de lo ordinario. La esperanza nos permite encontrar lo supuestamente inexistente y vivir la vida más plenamente. Y aprendes que debes luchar con todas tus energías sin escuchar a los que dicen que ya no hay esperanzas, con la serenidad de quien sabe que nada se perderá.