- El ritmo de la pobreza confunde a los políticos
Siempre hemos repetido que tenemos “arritmia histórica”, empero, consideramos más grave la arritmia política. Usamos una terminología prestada de realidades socioeconómicas más o menos estables, tomando como modelos sociedades organizadas, pero con solo señalar algunos detalles, nos daremos cuenta de que la realidad nuestra desborda la fantasía politiquera.
Nadie ha llegado al poder pensando en el país primero sino en su partido. El partisanismo es la desgracia mayor que se padece en una democracia débil como la nuestra, por falta de institucionalidad. Se debe llegar al poder para gobernar con lo mejor, sean cuales sean las ideologías de los que ocupen sus empleos dignamente, sobre todo si se han mantenido pulcros en medio de un gobierno anterior corrupto, aunque solo sea para dar un ejemplo de que se va a gobernar con decencia y justicia. La competencia y la honestidad deben primar sobre el interés politiquero. Si se gobierna bien, si no se roba ni se mata ni se encarcelan las personas por sus ideas ni por sus protestas legítimas hechas en orden, no se necesita más para continuar gobernando. Pero, desgraciadamente, no nos gobiernan los mejores, y cuando aparece un sorprendente ciudadano decente, bien educado, con buenas costumbres y capacidad intelectual, que desea adaptar las cosas a su modo de ser, aunque esté rodeado de algunas personas serias y honestas, capacitadas y deseosas de hacerlo bien, el resto, por desgracia, son politiqueros que solo piensan en el empleísmo de las bases, pero no en esta realidad: Nadie gana las elecciones solo con sus gentes, nos necesita a los independientes, por eso deben hacerlo lo mejor que puedan para convencer hasta enemigos. Por eso hay que preocuparse por sus capacidades y en la necesidad del Estado, por no calcular las funestas consecuencias que se pagan a la hora de estar solos los votantes con su Dios y sus personas frente a las urnas salvadoras o desgraciadoras de un país.
Esto lo decimos porque mientras leen los “libritos sociológicos” que se han aplicado o pueden aplicarse en un país medianamente culto y bien informado culturalmente, nos olvidamos de dónde venimos, sin saber bien hacia dónde queremos ir. Sobre todo, olvidando que estamos en el siglo XXI, el de la técnica y las especialidades.
Olvidando, además, que estamos en Latinoamérica, no en Europa ni en Asia ni en el Norte brumoso sino en un rincón del Caribe que llamamos Antillas Mayores. De modo que nuestros espejos son, además del cielo y el mar, los vecinos Puerto Rico, Haití y Cuba. De Puerto Rico no abundaremos sino que no produce lo que consume y casi todo se importa, vendiendo bien lo poco que producen. Sin embargo es con los otros dos con quienes debemos compararnos, por ser vecinos que alguna vez vivieron mejor que nosotros, y uno hasta nos ocupó 22 años, que padecieron corrupciones que lo destruyeron, y el otro, Cuba, era autosuficiente y ahora no produce lo que consume, para saber si hemos avanzado o estamos retrasados en el concepto de ir resolviendo la situación de los pobres verdaderos.
- El ritmo de la pobreza en varios tiempos
En nuestro artículo anterior hablamos de experiencias personales durante la Era de Trujillo. Luego solo hemos pasado fuera de nuestras fronteras unas semanas o pocos meses. De modo que hemos vivido los cambios y podemos hablar de ellos sin problemas ideológicos politiqueros de ningún orden: Nunca nos inscribimos en ningún partido político, salvo el Dominicano de Trujillo, porque sin la Palmita, no hubiera tenido cédula ni hubiera podido estudiar en la Universidad. He tenido, y tengo, simpatías personales, porque para eso tengo ojos y pienso en lo pasado.
¿Qué tsunamis políticos hemos padecido y sobrevivido en estos sesenta años desde 1962 cuando al fin se fueron los Trujillo?
Creo que de todo hemos ido saliendo, menos de la politiquería partidista.
Me explico: En 1962 tenía 29 años y era Juez de Paz en Pimentel, y en premio a las muestras ofrecidas al nunca condenar a los que atacaron el régimen y descargar hasta los revoltosos tira piedras de Unión Cívica, me nombró el Consejo de Estado Juez de Instrucción del Distrito Judicial de la provincia Duarte, cargo que confirmaron los del PRD y desempeñé hasta renunciar en protesta por el Golpe de Estado sin ser perredeísta sino simpatizante del 1J4, dedicándome al ejercicio de abogado, padeciendo persecuciones de todo orden por conservar mi libertad.
De modo que el rosario del país sin aparente aurora, lo viví plenamente.
De los Consejos de Estado, triunviratos, elecciones, conjuras, retorno de Joaquín Balaguer (1906-2002) con ideas de extrema derecha con visos sociales del Partido Justicialista (1946) de Domingo Perón (1895-1974), por lo menos en la ideología del programa del partido Reformista Social Cristiano (1964), que se copió de aquél y por eso hubo coincidencias con la extrema izquierda para la famosa Ley de Reforma Agraria, que se aprobó textualmente como la enviaron los comunistas, según nos informara un diputado de entonces cuando pedimos que en vez de tierra para los campesinos, se dijera: para los agricultores. Una tontería aparente, pero es lo que hubiera sucedido en el Cibao, no en el Sur, donde casi todo hombre pobre trabaja. En nuestra región los que politiqueaban y andaban gritando consignas eran en su mayoría los vagos de siempre, de ahí el fracaso. Hoy esas parcelas repartidas y vendidas para parrandas y mudanzas en los cinturones de miseria de las ciudades y poblados o para irse del país más tarde, son hatos, solares para urbanizaciones, grandes haciendas que, por otro lado, han garantizado que por lo menos no se importen el arroz y otros rubros, que ahora se exportan.
Si le hubieran dado la tierra a los agricultores, que ya sea por sus conucos o por administrar las de terratenientes o dirigir brigadas, no tenían tiempo para andar voceando consignas politiqueras, y hubieran sido los primeros en llamar para entregarles las parcelas, qué distinto hubiera sido cuando florecieran las cooperativas, pero no, de nuevo el partidismo y la politiquería tuvieron la culpa. Otra sería la realidad de la pobreza campesina.
El fracaso de la Reforma Agraria quizás sea el más doloroso tsunami social que ha padecido la campiña nacional. Pero nadie habla de eso sino en reincidir en el error. Ya la realidad es otra. Ahora producimos en muchos renglones para abastecer el país hasta en la producción de carne y huevos, y para exportar. Estamos en una etapa de industrialización, y para eso necesitamos que los que tienen dinero se olviden de los paraísos fiscales y comiencen a transformar esa producción masiva para ganar más dinero ayudando su país a entrar en otra etapa de su desarrollo.
Si las industrias se hicieran en los lugares donde se produce la materia prima, la transformación de la campiña y los pequeños poblados sería tan grande, que hablaríamos de magia.
- ¿Pero bueno, de dónde salió tanta gente?
«Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social». José Ortega y Gasset (1883-1955) en La rebelión de las masas, 1929.
¿Pero bueno, de dónde salió tanta gente? Eso nos preguntamos cuando de pronto, en un país donde siempre iban las mismas personas a los actos y los restaurantes, de pronto se llenaron de caras nuevas.
Íbamos a los sitios años después de la dictadura y en especial la época post segunda invasión norteamericana, es decir, apenas en 1966 aproximadamente, sobre todo cuando llegó Balaguer al poder y nombró desconocidos ciudadanos de lejanas provincias como Secretarios de Estado y cometió el delito cultural de que sin preparar al profesorado, hizo Escuelas Normales o Liceos Ssecundarios en rincones del país, creando una crisis en la enseñanza nacional que todavía se mantiene. Además, por las puertas abiertas por los norteamericanos para recibir personas humildes, ya que antes solo viajaban los de clase media alta y baja, para buscar mejor vida, los jóvenes izquierdistas fueron de los primeros que se fueron y allá cayeron en el vicio de las drogas, la mayoría por el dinero fácil, abjurando de sus ideologías, que no eran muy firmes.
Es decir, lo que fue convirtiéndose en una novela de nunca acabar los episodios, tuvo su origen en una estampida masiva hacia otros países. En una república donde durante la dictadura era un privilegio tener un pasaporte y un milagro económico pagar un pasaje como los veinte pesos que valía ida y vuelta a Puerto Rico o los cuatro o seis de una habitación de hotel en la calle el Conde, solo lo podían pagar los de alta y los de media clase media, porque estaba fuera del nivel de los no tan pobres.
Ningún pobre de antes había pensado seriamente abandonar su campito, mucho menos el país, a lo mejor al pueblo cercano, aunque poco a poco fueron llegando a las ciudades.
Eso, en vez de detenerse ha ido en aumento.
¿Qué sería, comparando la Era de Trujillo, un verdadero miserable o muy pobre, en el día de hoy? Si ayer tener un caballito y un conuquito, una casa techada de zinc, se consideraba un menos pobre, yo pregunto, comparando a nuestro país con Haití y Cuba, si tener un motor para moverse, un carro o un camioncito, una casa de bloques de cemento, piso de cemento o mosaicos locos, techo de zinc, o de concreto, con luz, agua corriente, su televisor, su nevera, hasta su lavadora, y las tres comidas, en el lugar que fuese ¿estamos hablando de un pobre haitiano y cubano o de un indefinible ciudadano de nuestro país?
Si en aquí es fácil estudiar carreras universitarias, adquirir conocimientos técnicos en institutos gratis, si todos andan con teléfonos celulares y muchos tienen internet y sus hijos tienen escuelas y comidas en ellas sin pagar un centavo ¿estamos hablando de los mismos pobres o han cambiado los conceptos de lo que es pobreza real? Comparémonos sencillamente con esos vecinos y saquemos conclusiones, pensando en una que fue una potencia económica con una capital donde íbamos los dominicanos porque había lo que no teníamos, como Port-au-Prince, y el otro con La Habana, la segunda o tercera ciudad de Hispanoamérica, donde había industrias, y corrupción tanta, que se hizo una revolución social para acabar con la pobreza, precisamente, y ha fracasado estrepitosamente.
Cierto que aquí hay pobres, pero con libertad y esperanzas y si siguiera el crecimiento económico y se mantuviera la paz, iría creciendo y si se industrializara debidamente, vendiendo los frutos y los productos nacionales envasados o empaquetados de una producción ecológicamente limpia, como sucede con el cacao, el café, algunos vegetales, algunos frutales, el guineo y otros rubros, terminaría la angustia de los químicos dañinos, y se daría una nueva vida a un proletariado deseoso de trabajos fijos, y en pocos años desaparecería la pobreza verdadera y habría más clase media baja y alta al ritmo de los tiempos.
- Es verdad que hay pobres, pero…
Tenemos pobres, pero diferentes a los de ayer. Cada vez que entro a los grandes centros comerciales donde se come o bebe sigo viendo caras nuevas con sus familiares pasando un momento feliz, como los de Villa Juana en su Centro Comercial de la San Martín, lleno de gentes que ayer no podían ni ir a los ventorrillos o las pulperías, por no tener con qué.
Sin embargo, cuando la Madre Teresa de Calcuta (1910-1997) experta en hambre de verdad, vino en 1982 y vio las basuras nuestras, dijo que aquí no había hambre, por la cantidad de desperdicios comestibles, que en otros países, donde las hay de verdad, no existirían. Lo que ella y muchos políticos ignoran es, que además, el dominicano por pobre que fuera, es ñoño, por no decir comparón: He conocido pobres de solemnidad en mi vida que dicen que no comen tal cosa y prefieren quedarse con hambre. Aunque es cierto que hay enfermos o minusválidos orgullosos que no piden limosnas y todavía no tienen respaldo estatal.
Este es un país donde todos quieren disfrutar de los bienes de la clase media, aquí, o fuera. Basta ir por los pueblos y los barrios, por los campos más lejanos. En todas partes hay cambios y mejoras. Digan lo que digan los políticos y los expertos en sociología. Este es otro país, y si se hace hincapié en la cultura y en la honestidad, podrá ser el mejor de América.
Y es que un país cualquiera, para subsistir y progresar, solo debe tener, además de un gobierno honesto, libertad y esperanzas.