“Al que juró hasta que ya nadie confió en él; mintió tanto que ya nadie le cree; y pide prestado sin que nadie le dé; le conviene irse a donde nadie lo conozca”- Emerson.
Creo que fue Friedrich Nietzsche, uno de los más prominentes filósofos occidentales, quien en algún lugar de su rico legado escribió que lo aterrador no es que alguien le haya mentido, sino que ya no pueda creerle. Este país esta sobrecargado de mentirosos de todas las estirpes, especialmente en los niveles de poder más elevados. También de fanáticos que siguen a un reo de su propia gestión, como el caso de Danilo Medina Sánchez, un farsante profesional y personificación del clientelismo más rapaz de la historia reciente dominicana.
Se puede ser seguidor de una idea, proyecto o construcción ideológica encarnada en un hombre (el guía) o por un grupo de hombres. Esos hombres y, sobre todo el líder, deberían demostrar ser fieles a ciertos principios morales y exhibir una conducta pública intachable que, junto a sus cualidades intelectuales y otras distinciones meritorias, sean el soporte de la admiración y aceptación de miles de ciudadanos.
En general, carecemos de hombres de esa clase. En el mundo político dominicano muchos llamados líderes sobreviven, en una sociedad moralmente en quiebra, gracias al poder efímero de las mentiras y el dominio admirable de la demagogia y las simulaciones. Indudablemente, con las mentiras muchos hombres públicos pueden llegar muy lejos. Lo realmente difícil o imposible para ellos es retornar al momento de su gloria primigenia o reconocimiento político masivo.
Danilo Medina es un caso para estudio. Carcomido por sus resentimientos sociales y envidia visceral, no podía tolerar competencia dentro de un partido que ayudó a fundar pero que, gracias a él mismo, requiere urgentemente ser refundado. Quizás sea mejor decir radicalmente transformado en otra calidad política.
Haciendo uso de todos los artificios y recursos que son posibles dentro del clientelismo y la politiquería criolla, incluido el uso masivo de los fondos de los contribuyentes vía suplantadores profesionales e incondicionales -dobles identidades lacayas-, llegó a ser presidente del PLD. Y, como sabemos, por sus supuestas dotes como estratega político e indiscutible laboriosidad, fue presidente del país en dos ocasiones (2012-2020).
Uno de sus íntimos, sin incluir a parte de su propia familia, se encuentra hoy ante las duras evidencias de un expediente de 12 mil páginas que sigue creciendo con delaciones y arreglos con los involucrados. Jean Alain Rodríguez, quien pretendía ser presidente de este pobre país, es uno de los personajes más tristemente conocido del círculo cerrado del ex presidente.
Jean Alain Rodríguez. Una pieza clave en un puesto relevante, influyente, protagónico para fines de intimidación, acorralamiento de renegados morales e implantación de un sistema soez de sobornos y recaudaciones ilícitas. Casi familia del presidente, un equivalente de Alexis Medina, su hermano de sangre.
Son tantos los enredos perniciosos del atribulado Jean que el presidente no quiere mirar para ese lado, increíblemente sobrecargado de acusaciones ignominiosas. Por el contrario, actúa como si sus hermanos y amigos íntimos, que hoy protagonizan voluminosos expedientes, no existiesen. “Suma estrellas”, vive vibrante sus quimeras y fantasías. Él nada tiene que ver con los asombrosos hechos delictivos que se les imputan a quienes conformaron su círculo de afectos y confianza. Sus recaudadores.
En su mundo irreal, más allá de las duras evidencias que atrapan de vez en cuando su nombre y apellidos en acusaciones que ocupan varias cajas de papeles, prefiere juramentar a nuevos incautos, prometiendo ilusamente un triunfo electoral que nace-dice él-del llanto inconsolable de un electorado estafado en las intenciones de su voto. ¡Válgame Dios! Dice que los peledeístas tienen “una probada vocación de servicio” y siempre están en disposición de tender la mano amiga a quien la necesite. Es cierto: son miles los peledeístas formados y con vocación de servicio.
También, allá en su cúpula dirigente, en la pléyade selecta de sus ministros, directores y oficiales, encontramos la vocación bastante explícita de robar lo ajeno. Miles de millones sustraídos del presupuesto de la nación por sus allegados y familiares quizás hoy no permiten que las ambulancias no lleguen a tiempo o que no tengamos suficientes ambulancias; que los enfermos no tengan el dinero suficiente para comprar sus medicinas; que una familia no pueda costear la educación de sus hijos y que la periferia de las necesidades materiales por satisfacerse sea más grande, trágica y dolorosa.
No señor Danilo. En 2024 el pueblo tendrá memoria para recordar a los encartados de su entorno. No pretenda, apelando a un pueblo que supone sin memoria, volver al mando de la nación con su misma gente, las de su círculo cerrado, la que hoy se nos presenta inconsolable en los tribunales ante una sobrecarga de acusaciones inverosímiles. Sus últimas mentiras resultan ser las más crueles porque, como escribía Robert Louis Stevenson, las está diciendo en silencio, mirando hacia otro lado, recurriendo a la ignorancia y a las vanas promesas electoreras, sin sonrojos, pero con los hermanos presos y su admirado y muy diligente procurador cargando pesado con las culpas propias y ajenas. Este, debería ya ponderar el alivio que puede procurarle la traición.