En el campo o la sierra adonde me crié, bajo la lluvia y el canto de los pájaros, los aserraderos alcanzaban una categoría social de poder político y económico. Yo lloré muchas veces cuando los hombres derribaban los árboles y luego los bueyes con las yuntas puestas los arrastraban casi como desechos hacia los lugares más llanos del bosque.
Mi inocencia era tal que acudí, muchas veces, a oler las heridas de los árboles causadas por las hachas en manos de los hombres. Todavía lo hago cuando veo a un árbol derribado. Su olor acre me duele a muerte.
Cosa del destino. El mismo niño que lloraba antes los árboles derribados entre Cabral y Polo, en Barahona, es el mismo que, siendo vicerrector de la academia estatal, en dos ocasiones, le tocó coordinar los trabajos de la Comisión Ambiental de la UASD para, junto al pueblo dominicano, luchar por la defensa de Los Haiteses y de Loma Miranda.
En coordinación con Luis – Cuchito – Carvajal y el patriótico sector de los ambientalistas del país, me tocó organizar el más formidable acto de política ambiental en el Aula Magna de la UASD, para discutir y debatir la Carta Encíclica Laudato Si del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común.
Los ambientalistas del mundo lo advirtieron hace mucho tiempo: el peligro o tragedia ambiental estaba en marcha. Pero los dueños del mundo – y esto lo repito porque cabalgo sobre la defensa de la justicia social y el medio ambiente – se burlaron de ellos en complicidad con los políticos y el poder económico a través de la manipulación mediática.
En el mundo actual, la naturaleza, que parecería que ha enloquecido, para darle una respuesta a los que la destruyen, está buscando respuestas posibles a la agresión que ha sido sometida, usando sus únicas armas, para evitar el final de su existencia. No es raro que el calentamiento excesivo, la lluvia en abundancia y un frío demoledor sean las armas y respuestas de la casa común para defenderse de la tragedia agresiva de los seres humanos.