Otro campo relevante en cuanto al pensamiento crítico y que es uno de los grandes aportes de la filosofía francesa de los años 50 y 60, concretamente en dos autores: Levinas y Ricoeur, es pasar de la metafísica a la ética. El punto de partida es reubicar el punto de partida del conocimiento que la tradición occidental lo señala en la ontología (o metafísica) y la lógica, para ubicarlo en la ética. El lugar de explorar como punto de partida la conciencia de si, el cogito, a la manera cartesiana, Levinas en particular señala que es la apertura del otro, el reconocimiento de la alteridad como llamado a despertar la conciencia y comprometernos con el destino común.

El substrato de tal afirmación proviene de la tradición antropológica que afirma que semejante al hecho de que surgimos a la existencia como resultado de la donación biológica de nuestros padres, semejante a eso cada persona surge a la conciencia como fruto de la acción de quienes nos cuidan y forman desde nuestro nacimiento. La lengua, la manera de hacer las cosas, la cultura en sentido general, que es lo que nos constituye formativamente, lo recibimos y somos integrados a ello por quienes se ocupan de nosotros desde nuestro nacimiento hasta que ganamos cierto grado de autonomía.

Justo en ese ambiente académico francés es que surge la expresión de Sartre: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”, que refleja el hecho que acabo de mencionar, somos, cada uno en particular, en cuanto nos integran a una comunidad, a una cultura, de ahí viene el pensamiento y las posibilidades de sostenernos como entes individuales, pero esa individualidad es un segundo momento, ya que el primero es la llamada del otro, digamos que la madre que nos mira y nos habla, nos cuida y nos enseña.

Abordar críticamente la realidad, nuestro conocimiento de la misma, nuestros criterios a la hora de actuar y juzgar, demanda que nos abramos al otro, en minúscula en cuanto cada prójimo, cada humano que existe de igual forma en que yo existo, y escuchar su palabra. Levinas incluso va más lejos y une esa experiencia del diálogo con los otros, con la experiencia trascendente frente al Otro -con mayúscula- que es lo divino, Dios tal como lo comprendemos judíos, cristianos y musulmanes. Por tanto nuestra humanidad se constituye en cuanto escucha, para luego responder, al otro y al Otro. Oponiéndose al pensamiento egocéntrico que desde el yo busca comprender para dominar al otro y define a Dios.

Críticamente hablando la apertura al otro, a todos, es condición esencialmente necesaria para avanzar hacia la verdad, y cualquier juicio o ideología que discrimina, anula o manipula a cualquier grupo humano, es falsa como punto de partida, ya que lo verdadero no es un ejercicio solipsista, sino el compromiso con el diálogo con los otros, especialmente con los más débiles y marginados (dicho en términos levinasianos).

Es desde esa tradición filosófica que un querido maestro y amigo, Enrique Dussel, formula la necesidad de que los latinoamericanos digamos nuestra palabra propia luego de haber escuchado la de los europeos, y que ellos deben escucharnos, y fruto de ello profundizar en la verdad que únicamente se va manifestando, develando (aletheia) en el diálogo.

El primer paso hacia la verdad, el primer resultado del camino crítico, es el reconocimiento de la dignidad e igualdad de todos los seres humanos, y el derecho que todos tenemos de decir nuestra palabra (únicamente excluyendo el discurso de odio contra cualquier otro ser humano) y apoyarnos en el diálogo sincero y racional, excluyendo la violencia, la explotación y el acoso como forma de relacionarnos.