Las elecciones son una genuina manifestación de la democracia de los pueblos, en correspondencia con las garantías de los derechos humanos, con los que tenemos el compromiso, no solo de respetar, sino de fortalecer, a pesar de los traumas que suelen generarse en cada proceso competitivo.

En una hojeada al espejo electoral del mundo, nos encontramos con que, históricamente los órganos electorales han sido objeto de ataques sistemáticos, por múltiples razones. Ciertamente la democracia ha sido un mecanismo de ensamblaje, que su fortalecimiento ha tenido un alto costo, en razón de la diversidad de intereses que se mueven en su interior. Podemos citar entre los difíciles conflictos recientes, el caso de Venezuela (de forma retirada), Brasil y los Estados Unidos en sus últimas elecciones presidenciales.

En el presente año, América Latina tiene el reto de acudir a la celebración de elecciones presidenciales en la mayoría de los países: este pasado 4 de febrero le correspondió al Salvador, en mayo están programadas las de Panamá y República Dominicana, en junio serán las de México, para octubre las de Uruguay y en diciembre Venezuela. En el otro literal de América, en noviembre están Los Estados Unidos, en el que se vislumbra un impredecible y difícil torneo electoral.

Los poderes económicos de diversas latitudes han puesto precio a la democracia para lograr el control de los poderes políticos a través de los aportes millonarios a los candidatos y partidos, los cuales son dados en  función de las posibilidades de triunfo que se perfile de un bando o de otro. La composición de las instituciones de poder es permeada por la influencia de esos sectores insaciables, que de una u otra forma recobran sus inversiones y logran colocar sus alfiles que los representen.

Sería irresponsable hacer un analisis sobre la situación electoral dominicana, sin mirar al otro lado de la frontera, en razón del nexo vinculante entre el comportamiento de un lado, con relación a los efectos que genera del otro lado. Somos pueblos siameses que siempre estaremos pegados.  Debemos evitar a toda costa caer en  la desesperación social en que se vive en el vecino país, sin institucionalidad, sin gobernabilidad, en medio de una cruenta explosión de violencia, genocidios a diario, especie de guerra civil no declarada, es tierra de nadie, mientras la comunidad internacional hace amagos de intervención, pero nadie toma la iniciativa de asumir el control.

Una revuelta social o guerra civil en Haití podría resultar catastrófico para la existencia misma de la nación dominicana, ya que la autodestrucción que se está produciendo del otro lado de la frontera podría tener efectos impredecibles para el lado nuestro.

En el ámbito local, apostar a la crisis electoral mediante el descredito de los órganos electorales, sería una jugada cuyos resultados podrían erosionar la estabilidad del sistema democrático, y peor aún, las consecuencias podrían provocar un retroceso y debilitamiento en la gobernabilidad, produciendo efectos negativos en contra de los propios autores de la conspiración.

La organización intergubernamental IDEA Internacional, con sede en Estocolmo, luego de realizar un estudio en 173 países, indica en su último informe anual, reseñado en el periódico español El País que, “La democracia sigue en apuros, estancada en el mejor de los casos y en declive en muchos lugares”, resume que casi la mitad de los países analizados sufrieron retrocesos en los últimos cinco años, lo que nos hace reflexionar sobre el modo en que debemos manejar las diferencias en medio de un torneo electoral, en un mundo tan convulsionado, con amenazas permanentes en contra de la democracia.

Si bien es cierto que los órganos electorales están obligados a mantener un manejo estrictamente institucional, eficiente y transparente, no es menos cierto que son los encargados de decidir conflictos de carácter políticos, como son los resultados de elecciones, donde siempre habrán satisfechos e insatisfechos, ganadores y perdedores. Siendo este ambiente tan cargado de intereses y pasiones, que regularmente colocan a los órganos en un blanco de ataques que, en el caso nuestro, se remonta a los gobiernos del Dr. Joaquín Balaguer, llegando en su recorrido, a las elecciones del 2020.

El  presidente de la Unión Interamericana de Organismos Electorales, Lorenzo Córdova, en la celebración de La XV conferencia que tuvo como sede a la República Dominicana,  resaltó los ataques sistemáticos de los que han sido víctimas los órganos electorales, "que van directamente enfocados a tratar de minar la autonomía , de debilitarlos o, en todo caso, de construir narrativas que puedan ser utilizadas por los actores políticos a partir de los resultados electorales”. del Instituto Nacional Electoral.

Al parecer, al Tribunal Superior Electoral, a la Junta Central Electoral y posiblemente al Tribunal Constitucional se le adelantaron los francos tiradores,   demostrando tener el conocimiento de las 5 características que conforman los ejes generadores de crisis, según el experto en seguridad corporativa, Néstor Garrido Aranda, en el sentido de que:  escalan en intensidad, caen bajo el escrutinio de los medios de prensa o autoridades regulatorias, Interfieren con las normales operaciones del negocio y ponen en peligro una positiva imagen pública.

Los Órganos Electorales, Buenos o malos, han sido el diseño y selección de las autoridades competentes, cuya composición está conformada por los partidos políticos que son parte de estos procesos electorales. El árbitro atacado, ha sido construido por esos mismos partidos. Por cuanto les compete a estos, vigilar y fortalecer estas instituciones, para garantizar su buen desempeño, no así, desprestigiar y socavarlos en medio de intolerancia desmedida. Según el precitado presidente de UNIORE, señor Córdova, al referirse a las descalificaciones, dice que son “propias de la demagogia antidemocrática y de la narrativa contraria a la estabilidad política de nuestras naciones y, sobre todo, contraria a la natural e inevitable lealtad a las reglas del juego democrático que es indispensable por parte de los actores políticos”.

La democracia dominicana es una de las más solidas y estables no solo de América Latina, sino del mundo. Con sus imperfecciones ha logrado pasar grandes pruebas en los últimos 40 años, saliendo airosa, reeditando elecciones democráticas y cambios de mando ordenados. Es una democracia madura pero vulnerable, todos los actores de la sociedad debemos cuidarla como lo más valioso para vivir en una sociedad en derecho y armonía y, aunque se tengan reclamos, denuncias e inconformidades, no debemos llegar al extremo de desprestigiar los organismos llamados a gerenciar los procesos electorales, a promover el libre ejercicio del voto y garantizar el respeto a la voluntad popular.