Seis meses antes de que iniciara la primera pandemia de siglo XXI Irene Vallejo Moreau escribió un magnífico libro que aborda desde su singular ángulo la creación, búsqueda, cuido y difusión de los libros. “El infinito en un junco” es un entretenido relato que nos hace ver cómo a través de los siglos ha existido una enorme fascinación por la producción y creación de historias, actividad que ha contado con una enorme participación de las mujeres.
Ella cita ejemplos desde la antigüedad y, muy interesantemente, resalta que, aunque muchas contribuciones hayan sido anónimas o no suficientemente resaltadas, el mismo lenguaje nos ofrece evidencias de cómo los verbos que se utilizan para referirse al oficio de escribir tienen un considerable número de alusiones a quehaceres típicamente femeninos como “la trama” de un libro, o el hecho de que “texto” tenga la misma raíz que tejer.
Vallejo señala que el primer documento firmado por una persona fue un poema religioso de Aspasia, quien escribió antes que Homero, pero que, de nuestros días, seguimos contando con el trabajo de muchísimas mujeres tanto en la creación de libros como en su almacenamiento, distribución y protección de la lectoría. Michael Moore, que se hizo famoso por sus documentales, relata que su primer gran éxito de ventas (Stupid White Men) se debió al trabajo de una bibliotecaria que se molestó con el hecho de que se tratara de suprimir este libro y entre ella y sus colegas hicieron un ruido tan grande (¡antes de la omnipresencia del internet, en el año 2001!) que la primera edición se agotó en pocos días.
En República Dominicana, en las últimas cinco décadas hemos contado con el trabajo entusiasta y de enorme calidad de Lucero Arboleda, formada en la Universidad de Antioquía, casa de estudios que en su propia denominación lleva el gusto por el conocimiento. (Aunque “Antioquía” es un departamento en Colombia, su nombre se debe a la ciudad que se hizo famosa por la biblioteca concebida y encargada por Antíoco III, alrededor del tercer siglo a.C).
Doña Lucero trabajó durante 44 años en Intec y al mismo tiempo ofrecía excelentes servicios de asesoría para otras instituciones para volver fácil y accesible la consulta de libros. En un principio a ella le preocupaba más el cuido, el debido almacenamiento y la preservación de los libros, pero con el tiempo fue orientándose hacia una mayor apertura y, con el advenimiento del mundo digital, se convirtió en un verdadero ente catalizador de diversidad de formatos. Ella fue la persona clave en lograr que la Academia Dominicana de la Historia pudiera poner a disposición del gran público su enorme acervo. En un proyecto iniciado bajo la presidencia de Bernardo Vega y con fondos aportados por el sector privado, la digitalización y “puesta al presente” de la historia dominicana vio la luz durante la presidencia de Mu-kien Adriana Sang, su antigua colega y otra gran promotora de que los conocimientos sean compartidos. Entre todos ellos nos permiten al día de hoy vivir con la ubicuidad de nuestro pasado.