El proceso de concentración del poder y monopolio de la violencia, como supuestos básicos para la constitución del Estado capitalista, se inició durante el gobierno de Ramón Cáceres con la creación en 1907 de la Guardia Republicana y una ley de Policía en 1911 y se cristalizó durante la Ocupación militar norteamericana (1916-1924) con la creación de un Ejército moderno y el desarme general de la población. En los años posteriores, este aparato represivo desempeñó funciones cruciales, principalmente en el ascenso de la prolongada dictadura de Rafael L. Trujillo en 1930.
Este Ejército se caracterizaba por poseer una “estructura organizativa muy tradicional y profundamente verticalista” en la configuración de sus mandos, además de “una disciplina y sentimiento de casta” que desarrolló la ideología trujillista. Sus miembros se hallaban penetrados de la idea que este era una entidad superior y segregada de la sociedad. Dicho sentimiento de pertenencia a la casta militar “colocaba a las tropas y mandos militares en una situación de sometimiento carismático a la figura del “jefe”. En esta lógica de “casta militar” lo esencial consistía en “la lealtad al dictador, como jefe carismático y patrimonial, no tanto la lealtad al cargo y la función”. (1)
Esta docilidad ante las iniciativas del “Jefe” explica la activa participación de sus miembros en el genocidio de 1937, lo cual representa una de sus principales máculas en su devenir histórico. La mayoría de los militares cumplieron cabalmente la orden de asesinar a la indefensa población haitiana sin reparar en ningún criterio étnico. A una minoría de sus miembros le aborrecía participar en el festín sangriento y para poder cumplir el “servicio” encomendado se embriagaron, pues a los que se negaban los encarcelaron o los fusilaron en el acto, en tanto otros desertaron pues tenían parientes haitianos.
Los militares que participaron en el genocidio esquilmaron a los haitianos masacrados y se apropiaron de una gran cantidad de gourdes, y, ante la imposibilidad de canjearlos en Haití lo ofertaron a bancos comerciales extranjeros radicados en el país. A los pocos días de la matanza, el 15 de octubre de 1937, la sucursal dominicana del National City Bank de Nueva York dio cuenta de que a su oficina de Santiago le habían ofrecido una cantidad considerable de gourdes con un descuento de un 50%, pero que solo decidió comprar una reducida cuantía de dicha moneda. (2)
La intervención de los guardias en la matanza suscitó desazón a su interior. El general José Estrella, delegado del Gobierno en las provincias del Cibao, remitió un ilustrativo Informe Confidencial a Trujillo, revelador del estado de malestar predominante al interior del Ejército luego de la masacre. En el primer párrafo del mismo, señaló haber realizado un recorrido por todo el territorio bajo su mando, en el que pudo constatar la unidad compacta de la población civil, la cual se encontraba llena de confianza en las eventuales decisiones que pudiera adoptar el tirano sobre el asunto de los haitianos. Pero la “inquietud” que preocupaba a Estrella era “la inconformidad del Ejército, y especialmente de la Oficialidad con lo que ellos califican de excesiva bondad de usted”.
Dichos oficiales se encontraban “ensoberbecidos y exasperados” por las declaraciones de George Leger, ministro de Relaciones Exteriores de Haití, quien en diversas ocasiones declaró poseer evidencias de que hubo una gran matanza de haitianos en la cual tomaron parte oficiales y soldados del Ejército, ante la fórmula manejada por los diplomáticos dominicanos de que solo se trataba de “pequeños incidentes fronterizos”:
“Ellos no se pueden conformar con que el Gobierno haitiano haya puesto en práctica la maniobra política de atribuir al Ejército nuestra participación en los incidentes de octubre y tratar con esta calumnia de unificar la opinión de Haití, evitando de esta manera la revolución que todos los que vienen de allá dicen que se le está formando a Vincent”.
Más adelante agrega:
“El Ejército considera que a usted se le ha insultado y que con las declaraciones de Leger se ha ultrajado el honor del Ejército dominicano y que este debe hacerle sentir enseguida a los haitianos que esto no se puede hacer impunemente. Estos jóvenes de la oficialidad, usted lo conoce mejor que yo puesto que son sus hijos y como tales lo respetan y lo quieren, están muy inconformes. Dicen que basta de diplomacia. Lo que quieren es acción”.
En los párrafos finales de la misiva, el general Estrella le informó a su Jefe de los esfuerzos que hizo entre los oficiales para tratar de contener sus ímpetus, incluido el coronel Manuel Emilio Castillo, quien se hallaba tan “exasperado” como los oficiales bajo su mando. Los oficiales le informaron a Estrella que no habían presentado su renuncia y asumido “responsabilidades” en la frontera por respeto a Trujillo.
Para Estrella la situación era muy “delicada” y requería prestarle “la mayor atención” de manera inmediata, pues no debía haber más “contemplaciones con esa gente que nos está calumniando y ultrajando sin respeto y sin razón”. Por último, en la referida carta, Estrella ponía su cargo a disposición de Trujillo para no comprometer al Gobierno en las acciones que pudiera asumir. (3)
Cinco días después de remitida esta comunicación con la renuncia del general Estrella, es decir, el 18 de noviembre, la totalidad de los altos oficiales del Ejército del Departamento Norte, encabezado por el teniente coronel Manuel Emilio Castillo, también renunciaron a sus cargos, probablemente por solicitud de Trujillo, ya que por la estructura verticalista del Ejército ningún miembro de ese cuerpo osaba renunciar y quedar impune. La dimisión se puede interpretar en dos sentidos. Primero como producto de la desazón al interior de este aparato represivo, o como un mecanismo de resguardo utilizado por Trujillo ante una eventual complicación que se pudiera producir debido a la matanza. En el referido documento los oficiales renunciantes expresaron lo siguiente:
“Por las razones poderosas y que atañen a nuestro honor como caballeros y al honor del Ejército que es para nosotros tan precioso como nuestras propias vidas, expresadas a Ud. en su carta del día 15 por el teniente coronel Castillo quien fue en esa ocasión nuestro portavoz, y con el propósito de asumir personalmente y por nuestra propia cuenta, las responsabilidades que procedan, los suscritos, oficiales del Ejército Nacional, tienen el honor de presentar a V. E., las renuncias de los cargos que actualmente ocupan en dicho Ejército Nacional, renuncias efectivas a partir de su aceptación por el Poder Ejecutivo”. (4)
No obstante la advertencia de que debían guardar absoluta discreción en la tarea que le delegaron, muchos guardias se regocijaron narrando todas las barbaridades cometidas durante el período de la matanza, muchas de las cuales recoge Freddy Prestol Castillo en su novela El Masacre se pasa a pie. Y lo que es peor, desvalijaron de la manera más burda a los haitianos masacrados. Se apropiaron de sus viviendas, ganado, dinero y bestias caballares; violaron a sus mujeres y niñas; cercenaron dedos y orejas para apropiarse de sus alhajas; saquearon sus negocios y cargaron con todos los objetos de valor.
Al ser interrogado por una comisión sobre la actuación de los oficiales del Ejército que prestaban servicio en el Departamento Norte, en el momento de la matanza de haitianos y domínico-haitianos, el coronel Castillo declaró sentirse “apenado” por la cancelación de dichos oficiales, pues los había “sobre advertido” ante cualquier actuación “en perjuicio de la institución, del gobierno “y de la conducta que debía observar todo caballero oficial”. Al ser interrogado por el coronel del Ejército Fernando A. Sánchez y el mayor Carlos Gatón Richiez, el 22 de abril de 1938, el coronel Castillo declaró lo siguiente:
“En varias ocasiones advertí a los Oficiales comandantes, capitanes Rojas, Carrasco, como al capitán Mañé, que evitaran por todos los medios de que casas en Dajabón, en Montecristi y Restauración, así como el ganado, parcelas de terreno, propiedades de ciudadanos haitianos, fueran irrespetadas, y si algunas de ellas estaban ya ocupadas, que ordenaran ellos el desalojo. Recuerdo que cuando esta orden fue dada al capitán Carrasco, en la oficina de la 4.ª Compañía, en Dajabón, este llamó al sargento Zapata y le transmitió la misma orden para el oficial del día, e inmediatamente, y ya en la noche, los alistados que vivían esas casas propiedad de ciudadanos haitianos, las desocuparon”. (5)
El teniente coronel Castillo defendió su actuación respecto a la burda depredación de los bienes de los haitianos asesinados. Sobre las reses abandonadas, que sumaban 400 o 500 cabezas y explicó que ordenó a sus oficiales subalternos entregarlas a los colonos recién llegados y a los que llevaban muchos años residiendo allí. También reveló haber obligado al sargento Acosta a devolver el valor de $150.00 por una casa vendida al comerciante Lleyo Rosario, residente en El Mamey (Los Hidalgos, Puerto Plata), propiedad de un haitiano.
Ponderó como “justo” el castigo infligido a los oficiales a quienes les cancelaron su nombramiento por la conducta observada durante la matanza, pues los delitos fueron cometidos a espaldas suyas y sin su conocimiento. Según Castillo, cuando se enteró de estas infracciones ya había el comando del Departamento norte, el 15 de febrero de 1938, y expresa que las personas perjudicadas y otras conocedoras de esos hechos cometidos enteraron a Trujillo en su viaje por la Región Noroeste. Los oficiales que practicaron el interrogatorio añadieron que además de “las actuaciones de algunos oficiales y alistados en la venta de ganado, terrenos, etc., ha quedado comprobado que los mismos cometieron indiscreciones y actuaron de manera censurable, por no decir vil, en ciertos aspectos que se les encomendaron”.
En otra parte del interrogatorio, el teniente coronel Castillo respondió hallarse al tanto “de que tales cosas indignas para el Ejército estaban sucediendo” y que había reunido a los oficiales y alistados de las 4a y 19.ª Compañías de Dajabón y Montecristi, respectivamente, para advertirles, separadamente, el “crimen de traición que se cometía divulgando los secretos del servicio, que tales sucesos ni siquiera podían hablarse ni siquiera podían hablarse entre compañeros. Estas advertencias fueron hechas por más de dos ocasiones, y yo, como oficial, no podía dudar de la lealtad de oficiales y soldados”.
“En cuanto a mí respecta, trabajé constantemente con amor y con lealtad abrazándome a la República y al Ejército en un constante anhelo de afecto y de cariño a mi ilustre Jefe”. (6)
Antes de interrogar al coronel, se había interrogado al feroz asesino Pío Villalona, de la 24ta Compañía del Ejército, sobre los hechos delictivos cometidos en su jurisdicción de Montecristi, y a quien ya habían trasladado a la Fortaleza Ozama para protegerlo, admitió que el capitán David Carrasco le había regalado seis reses, que eran propiedad de los haitianos, las cuales vendió a Ramón Rosa por veinticuatro pesos. (7)
1 Wilfredo Lozano, “Los militares y la política en República Dominicana: De la muerte de Trujillo al fin del siglo XX”, p. 123, en: Soldados y ciudadanos en el Caribe, Santo Domingo, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, 2002.
2 B. Vega, Trujillo y Haití, volumen II (1937-1938), p. 72.
3 Carta del general José Estrella, delegado del gobierno en el Cibao, al presidente Rafael L. Trujillo Molina, Santiago, 13 de noviembre, 1937, Archivo General de la Nación (AGN), Fondo Presidencia (FP), Secretaría de Relaciones Exteriores, SRE.
4 La carta a Trujillo, fechada el 18 de noviembre de 1937, la encabezaba el teniente coronel Manuel E. Castillo, comandante del Departamento Norte, ejecutor de la matanza; el mayor Manuel de Js. Checo, inspector de este Departamento; y los comandantes de Compañías, capitanes Manuel R. Perdomo, Rafael E. Pichardo, José de Js. Rojas, David Carrasco, Arturo Mañé P., Luis E. Feliz, Carlos Mota, Rafael A. González, Tomás Flores, Gustavo N. Bisonó, Pedro Andújar, más de 41 tenientes y un cadete, todos del E. N. AGN, Fondo Ejército Nacional, 1938.
5 Interrogatorio al teniente coronel del Ejército Nacional, Manuel Emilio Castillo, M. M., en relación con los hechos ocurridos en la frontera domínico-haitiana, por el coronel del E. N., Fernando A. Sánchez, M. M y el mayor Carlos Gatón Richiez, 22 de abril de 1938”, AGN, FP, SRE.
6 Ibidem.
7 Interrogatorio al sargento Pío Villalona de la 24ta Compañía, E. N., 31 de marzo de 1938, AGN Fondo Ejército Nacional.