Los Sistemas Internacionales se transforman, pasan por períodos de auge y consolidación antes de dirigirse hacia procesos de reorganización y cambio. Y como con todo proceso de cambio, los reajustes que se producen generan conmoción en aquellos actores que no se encuentran preparados, especialmente en aquellos que han asumido la permanencia en el tiempo del status quo.
Desde hace poco más de dos décadas, el Sistema actual ha entrado en un proceso de cambio. En sus inicios de manera lenta, casi imperceptible, para acelerarse de manera vertiginosa en los últimos años. Este proceso, acompañado de grandes cambios tecnológicos y una redistribución del poder hacia actores no gubernamentales, ha generado importantes fricciones dentro de la estructura internacional surgida tras la Segunda Guerra Mundial.
Históricamente, cada reorganización del orden global abre oportunidades para que nuevos actores redefinan su rol y maximicen sus ventajas comparativas. Hoy, las condiciones están dadas para un cambio paradigmático en la distribución del poder. Sin embargo, el sistema que dejamos atrás se caracteriza por una particularidad: las relaciones entre los actores se han construido bajo la protección de una hegemonía que muchos han confundido como una característica inherente del orden internacional, fallando en reconocer que el multilateralismo preponderante de las últimas ocho décadas es, en realidad, una consecuencia de la participación hegemónica de los Estados Unidos.
A medida que los Estados Unidos reorientan sus prioridades estratégicas para fortalecer más su círculo de prioridades inmediatas, y evalúan el costo de proveer bienes públicos globales, los actores que han dependido del amparo de su sombrilla económica y militar se enfrentan a una disyuntiva: intentar mantener el sistema previo mediante un infructuoso esfuerzo multilateral o aceptar la nueva realidad y encontrar cómo adaptarse.
La República Dominicana, como séptima economía del hemisferio y tercera de la región, no puede ser ajena a este proceso. Y aun cuando sus desafíos geopolíticos distan de las grandes tensiones con las que tendrán que contenderán países en el este asiático, o los países de la Unión Europea, no es menos cierto que este momento es determinante para el futuro de nuestro país como punto central y neurálgico del Mar Caribe.
Gracias a que nuestra nación forma parte del Mediterráneo Americano, donde la influencia de EE.UU. seguirá siendo determinante, salvo un colapso total de su Estado-nación, la transición del sistema global nos presenta una oportunidad para poder expandir nuestra esfera de influencia y cimentar nuestra posición como potencia regional. Para esto debemos asumir responsabilidades y compromisos, así como también diseñar un espacio regional que nos permita proyectar este poder y ejercer ese liderazgo en el área del Gran Caribe.
Para poder consolidar nuestra posición debemos trabajar sin descanso en el diseño de ese nuevo orden regional en función de nuestras necesidades, apostando a nuestra creciente fuerza económica, nuestra capacidad de proyección cultural y los valores y principios que guían a nuestro país. Se hace necesario que se desarrolle una política enfocada en la expansión de nuestra influencia económica y diplomática en la región. Convirtiéndonos en el nexo donde coincidan todas las iniciativas que afectan al Gran Caribe.
Nos corresponde impulsar la democracia, la libertad y el libre comercio en este espacio que cuenta con el potencial de convertirse en un eje de desarrollo, no solo para el Caribe, sino para todo el hemisferio. Solo bajo un liderazgo firme y estable puede la región del Gran Caribe fortalecerse lo suficiente como para desempeñar un papel relevante en el nuevo orden mundial.
República Dominicana ya es un centro de inversión extranjera, manufactura y exportaciones, con una economía diversificada que le permite capitalizar este momento histórico. Hoy, ante el fracaso de otros bloques y experiencias regionales, se abre una ventana pasajera para que nuestro país asuma el liderazgo en la transformación de la región. Este es el momento que definirá toda una generación. Es nuestra oportunidad, nuestra responsabilidad, de tomar las decisiones correctas para que nuestro futuro sea definido por nuestras propias acciones, no por las decisiones de otros.