Siendo un imberbe adolescente de apenas 16 años, Oscar Antonio Robles Toledano, fue enviado por el entonces Arzobispo de Santo Domingo Monseñor Adolfo Alejandro Nouel a cursar estudios humanísticos y eclesiásticos a Roma, convirtiéndose con el paso del tiempo en uno de los sacerdotes e intelectuales más influyentes durante y después de la caída del régimen de Trujillo.

Había nacido en San Pedro de Macorís un 12 de diciembre de 1911. Se había embarcado hacia la ciudad eterna un 26 de abril de 1927, recibiendo su ordenación sacerdotal ocho años y meses después, un 27 de octubre de 1935, festividad de Cristo Rey, en el prestigioso Colegio Pío Latino Americano.

En Roma también cursó estudios eclesiásticos su hermano José Abraham, aunque no llegó a concluirlos, recibiendo apenas lo que entonces se denominaba la primera tonsura clerical.

Desde su retorno al país, el P. Robles Toledano, poseedor de una elevadísima formación intelectual, se convirtió en un estrecho colaborador del régimen de Trujillo, especialmente a  partir de la década de 1940, alcanzando, entre otras importantes posiciones, la de catedrático y  Vicerrector de la Universidad de Santo Domingo, Subsecretario de Estado de Educación, Cónsul General en Nueva York, Embajador Alterno ante la ONU, Embajador ante la UNESCO,  asesor eclesiástico del Poder Ejecutivo  y diputado ante el Congreso Nacional.

No obstante su estrecha vinculación con  el régimen, todo apunta a concluir que en la etapa final de la era las relaciones del Padre Robles con aquel  no fueron las mejores. Y de esto ofreció un valioso testimonio Don Alfredo Federico Vorshirm, quien fuera, hasta su deceso, uno de los mejores amigos del Padre Robles y entonces una especie de asistente y  cercano colaborador del primogénito del tirano, Ramfis Trujillo, quien por entonces, buscaba atención a sus padecimientos psiquiátricos (Ramfis estaba diagnosticado de depresión) con especialistas de la salud mental tanto en Estados Unidos como en Europa.

Refirió Don Afredo,  que entre agosto y diciembre de 1960, no precisó fecha exacta, encontrándose Ramfis en Bruselas, Bélgica, hasta donde su psiquiatra en Nueva York le había recomendado trasladarse para continuar su tratamiento clínico con un colega belga, estuvo por unos días en París, donde se encontraban participando en una conferencia, en la UNESCO, el padre Oscar Robles Toledano y Augusto Peignand Cestero entonces  Secretario de Educación.

Tanto Ramfis como Alfredo se habían alojado en el famoso hotel Meurice y hasta allí fueron a visitarle el Padre Robles y Peignand Cestero, cursándole Ramfis una invitación a ambos para que días más tarde fueran hasta Bruselas para continuar departiendo.

Así ocurrió. Ya en Bélgica, fueron  a un restaurant y regresaron a la embajada a tomar unos tragos, ocasión en la que conversaron sobre diversos temas- religión, arte, historia, deportes. Repentinamente Ramfis preguntó a Peignand y a Robles, a quien Vorshirm calificaba como “el más inteligente y erudito sacerdote dominicano”, acerca de la situación política de la República Dominicana.

Cabe recordar la enorme tensión que por entonces vivía el país con el develamiento, encarcelación y tortura de los jóvenes del 14 de junio y la furia represiva liderada por Jhonny Abbes y el siniestro Servicio de Inteligencia Militar (SIM); la crisis entre Trujillo y la Iglesia tras la famosa Carta Pastoral de los obispos dominicanos de enero de 1960; el aislamiento internacional y posteriores sanciones contra el régimen tras el atentado a Betancourt y el transitorio viraje de la política exterior norteamericana hacia los regímenes de fuerza en la región  tras el ascenso al poder en Cuba de Fidel Castro y la instauración de su régimen revolucionario.

Peignand Cestero, excitadamente, y como era lo usual en el guión de la época, tras el requerimiento de Ramfis, se volcó en encendidos elogios hacia Trujillo y a su sistema, mientras Ramfis, Robles y Vorshirm escuchaban con paciencia  su encendida apología. Tras concluir Peignand Cestero, Ramfis dirigió  entonces su mirada al padre Robles Toledano quien con “voz lenta y sombría”, a decir de Vorshirn,  comenzó a dar sus propias impresiones, recordando a Ramfis que, como había sido su profesor y Ramfis su alumno, le  hablaría con absoluta sinceridad.

Así lo hizo, expresando que, en su opinión, el régimen era insostenible. Habló de las persecuciones sin amparo, del siempre creciente número de presos políticos y de las torturas y del clima de inseguridad que prevalecía en todos los hogares dominicanos.

Ferozmente atacó a Johnny Abbes y su aparato de seguridad. Atacó al sistema enérgicamente, aunque él le había servido desde varias posiciones a través de los años.

Ramfis, inmutable, escuchó sin decir palabra. Relataba Vorshirm al respecto:“ Yo miraba al sacerdote con enorme admiración. Me hubiera gustado tener el mismo valor. Sentía más miedo en la paz que lo que sentí durante la guerra”- Alfredo había sido teniente del Ejército de Liberación Nacional bajo la ocupación alemana y  combatiente durante la segunda guerra mundial- y afirmaba: “siempre  respeté mucho a Robles; ahora le admiraba”.

El encuentro se prolongó hasta la madrugada. Ramfis afirmó en la ocasión que “… todo era culpa de Abbes”, pero no fue pródigo en consideraciones respecto a la situación imperante en el país y en torno a los juicios externados por su antiguo y admirado preceptor.

Finalmente se despidieron. Al día siguiente, no fue poca la sorpresa de Vorshirm cuando el estenógrafo o taquígrafo de Ramfis, César Augusto Saillant, le sorprendió en el acto con la lectura de una carta que Ramfis dirigía a su madre, María Martínez de Trujillo, en la cual, entre otras cosas, acusaba a Robles Toledano de “ser un bandido y una amenaza para la estabilidad del país”.

En la referida misiva, Ramfis recomendaba que “lo más conveniente para deshacerse de él era enviarle permanentemente al extranjero, a la UNESCO en París. Allí no representaría peligro”. A decir de Alfredo: “…de no haberse tratado de un miembro tan prominente del clero, medidas más drásticas se hubieran sugerido”.

Alfredo, sin reponerse del todo de la sorpresa, telefoneó  al padre Robles a París para advertirle sobre lo  qué podía esperar a su  regreso a Ciudad Trujillo.

Prueba de que las cosas no andaban bien entre Robles Toledano y el régimen por entonces, no obstante que  en fecha 13  de junio de 1960, mediante el decreto No. 5826, había sido nombrado asesor eclesiástico del Poder Ejecutivo, es el hecho de que a principios de aquel mes en el famoso paredón de detractación que era el foro público, apareció publicada una carta de un tal Ismael Serrano- como se sabe era un nombre ficticio- reaccionando a otra que en el mismo espacio, días antes, había publicado un tal Juan Salas- también un nombre falso.

En la suya, el tal Salas había afirmado que  no se justificaba que obispos extranjeros- por supuesto un ataque velado a Monseñor Reilly y Monseñor Panal- sirvieran en la Iglesia dominicana, cuando esta contaba con sacerdotes dominicanos que «por sus relevantes virtudes, sus cualidades morales y su sólida preparación intelectual están plenamente capacitados para desempeñar esos puestos de alta jerarquía eclesiástica”.

Fue a dicha publicación que reaccionó en su escrito el tal Ismael Serrano, afirmando que, no obstante estar de acuerdo con Salas, tenía un solo reparo que formular a su sugerencia: “en el único punto que no estoy de acuerdo con dicho Señor es cuando señala al Padre Robles Toledano como candidato a un obispado, pues si este fenómeno ocurriera por uno de esos inescrutables designios de la Providencia», entonces podríamos repetir con asombro la frase «La Iglesia en manos de Lutero».

Todo apunta a que tras la publicación de la carta pastoral y especialmente cuando en febrero de 1960 la misma fue invocada por Venezuela como prueba para acusar a Trujillo ante la OEA  de violar los derechos humanos en nuestro país, se esperaba del Padre Robles, del entonces P. Roque Adames y otros sacerdotes competentes- y así le fue requerido por Balaguer- salir en defensa del régimen a lo cual dichos sacerdotes se negaron argumentando, como una excusa elegante,  que para ello debían obtener el consentimiento de sus superiores lo cual no ocurrió.

Cabe recordar a propósito de lo antes expuesto, que por aquellos días al P. Roque Adames le fue zaqueada su habitación en el Arzobispado, donde fungía como secretario de Monseñor Beras y director del periódico “Fides” pues de él también se creía, dada su alta competencia intelectual, que había sido el autor del borrador de la Carta Pastoral. No pudieron encontrar ningún documento comprometedor en su habitación pues para entonces las cosas importantes solía anotarlas en un diario que llevaba en idioma hebreo, que como otros,  dominaba a la perfección dado su sólida formación en sagradas escrituras.

Reportes de la embajada americana en el país dan cuenta- según ha recogido en valiosas publicaciones el historiador Bernardo Vega- que en el mes de abril de 1960 al padre Robles Toledano le fueron colocadas dos bombas en su casa, una de las cuales explotó antes de que pudiera alejar a los agentes a sueldo del régimen armado de una pistola de su posesión.

Según los referidos reportes de la embajada, Robles amenazó con dar a conocer documentos comprometedores que entonces se encontraban en los Estados Unidos en caso de que no cesara el acoso en su contra.

Lo anterior explica que tres años después, en un ríspido duelo epistolar sostenido con Juan Isidro Jimenes Grullón, el padre Robles, ante los ataques personales que en su contra profiriera Juan Isidro, acusándole de “figura turbia”, que “tras bastidores, alentaba los apetitos de poder de los triunviros Ramón Tapia Espinal y Manuel Enrique Tavares “y bajo cuyo influjo “se habían informado oscuras fuerzas reaccionarias” le lanzó en única respuesta la siguiente filípica:

Mientras el doctor Jiménez Grullón, satisfecho de sí mismo, paseaba por playas extranjeras su elocuencia melodramática, aquí se ponían bombas a mi casa con el ánimo de asesinarme, se intentaba arrojar un muerto en mi hogar con el propósito de atribuirme el delito y traducirme a la acción de la justicia, y un carro, cumpliendo órdenes recibidas, se echaba encima del mío con el designio de liquidarme.

Los que frecuentaban la Misa dominical en la Parroquia San Antonio durante el año de 1960 pueden testimoniar al doctor Jiménez Grullón que más, mucho más de lo que él, urgido por su habitual desenfreno verbal, profería en el extranjero, proclamaba yo desde el púlpito. Aquí, muy a mano de la fiera enrabiada”.