MADRID – El presidente ruso Vladímir Putin lleva un mes de actividad intensa. En un discurso pronunciado en el Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, presentó sus condiciones para negociar la paz con Ucrania y propuso la creación -en colaboración con China- de un sistema internacional de seguridad alternativo.
Una semana después, durante una visita de dos días a Pyongyang, firmó un pacto estratégico de defensa con el dictador norcoreano Kim Jong‑un. Rusia y Corea del Norte se comprometieron al suministro mutuo de ayuda militar en caso de guerra; una señal más de que el Kremlin está decidido a debilitar el orden internacional liderado por Estados Unidos forjando alianzas con autócratas en todas direcciones.
El 14 de junio, en un discurso de más de una hora -pronunciado la víspera de la cumbre de paz organizada por Suiza en torno a Kyiv-, Putin comenzó por la denominada «operación militar especial» en Ucrania, examinó la «inevitable» emergencia de un nuevo orden mundial multipolar e hizo mención de los intentos Occidentales de «restringir el desarrollo del Sur Global». Asimismo, recalcó la presidencia rusa del grupo BRICS+ (formado por Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, junto con Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos).
Además de sus quejas habituales, Putin detalló las condiciones rusas para una paz en Ucrania, exigiendo que las fuerzas ucranianas se retiren de las cuatro regiones que Rusia anexó en 2022. El presidente ucraniano Volodímir Zelenski rechazó de inmediato estos términos, casi idénticos al ultimátum formulado por Putin al principio de la invasión. La negativa de Zelenski la secundó el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg, quien subrayó que es Rusia la que debe retirarse del territorio ucraniano. Es más, hasta notables comentaristas rusos tildaron las demandas de Putin como no realistas, entendiéndolas como un instrumento de presión a Occidente, más que un intento real de alcanzar la paz.
Putin también confirmó -de nuevo- que Rusia está en guerra no sólo con Ucrania (que considera un proxy) sino con Occidente -en particular Estados Unidos-. Tras pronosticar el colapso inminente de «todo el sistema de seguridad euroatlántica» y criticar las estrategias Occidentales para la defensa de Europa, expuso un plan de cinco pasos para la creación de un marco eurasiático -concepto sustentado en la geografía europea como apéndice asiático- de garantías de seguridad colectiva bilaterales y multilaterales.
Según Putin, este marco complementaría las iniciativas chinas de seguridad global, así marcando una nueva fase de la amistad «sin límites» entre Moscú y Pekín. Destacó que la nueva alianza de seguridad estaría abierta a los miembros de la OTAN y exhortó a los países europeos a reconsiderar la presencia militar de «potencias externas en la región eurasiática» -lejos de los principios de la OTAN-.
Las argumentaciones anteriores no son nuevas. Por el contrario, llama la atención el énfasis en el denominado “Sur Global”, particularmente en África y América Latina. Como otros demagogos y autoritarios, Putin resaltó la importancia de los BRICS+ como contrapeso geopolítico al poder Occidental y expresó su apoyo a los intentos de crear un sistema de pagos independiente -es decir, libre de control Occidental- para los países miembros. Esto forma parte de la estrategia más amplia con la que Rusia busca debilitar la arquitectura financiera internacional vigente y mitigar el impacto de las sanciones económicas lideradas por Estados Unidos.
El momento elegido para el discurso de Putin no es coincidencia. Refleja los esfuerzos del Kremlin por influir en debates políticos fundamentales en Occidente y en campañas electorales en países como Francia, donde la ultraderechista Agrupación Nacional de Marine Le Pen podría debilitar la creación de una estrategia europea coherente con respecto a Rusia.
Analizado el conjunto, el meollo de la alocución de Putin lo constituyó la Unión Europea, que siempre ha acusado de subordinada a Estados Unidos. Buscando revivir antiguas escisiones, se dirigió a los «políticos de una escala realmente europea y global» que sean «patriotas de sus países y naciones» y que, como el difunto presidente francés Charles de Gaulle, comprendan que el bienestar de Europa depende de mantener relaciones amistosas con Rusia.
El leitmotiv de debilitación del orden global vigente trabó la intervención. Junto con China, Rusia tiene una larga tradición de sabotear los esfuerzos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pero la trayectoria disruptora del Kremlin quedó superada por sus últimas acciones (por ejemplo, cuando usó su veto para poner fin a una misión humanitaria en áreas controladas por los rebeldes en Siria o para disolver un panel de expertos que vigilaba el cumplimiento con las sanciones económicas impuestas a Corea del Norte), causando alarma en la comunidad diplomática multilateralista.
Los términos del pacto de seguridad con Kim replican los del tratado de 1961 entre la Unión Soviética y Corea del Norte y representan una importante escalada. Además del apoyo norcoreano a la guerra de Putin en Ucrania, el acuerdo señala mayor respaldo ruso a las ambiciones nucleares de Kim -en detrimento de los vecinos de Pyongyang (en primer lugar, China)-.
En respuesta, Corea del Sur convocó al embajador ruso y anunció que considerará la posibilidad de enviar armas a Ucrania. China (principal socio comercial de Corea del Norte) ha intentado distanciarse de esta provocadora alianza. Pero los avances de Rusia podrían llevar al debilitamiento de la influencia de China sobre Corea del Norte y escalar tensiones con Occidente; esto pondría en riesgo las ambiciones geopolíticas a largo plazo del presidente chino Xi Jinping.
Es improbable que Putin abandone sus intentos de debilitar la unidad Occidental y socavar el orden internacional actual. Por lo tanto, Occidente debe centrarse en explotar cualquier posible grieta -por muy pequeña que sea- entre Rusia y China. En este sentido, la alianza de Putin con Kim presenta una oportunidad ideal para minar la relación sinorrusa.