Cuando se empieza a pensar que lo que le importa a uno les importa a los demás o viceversa ¿se anda bien de la cabeza? Lo que le importa al poder, ¿les importa a los gobernados? Lo que le es bueno a Dios, ¿pasa lo mismo que al hombre? El comerse la gallina, si la gallina pensara, ¿se sintiera orgullosa de servir de alimento? Arrastramos el interés, por tradición, que lo que a sí mismo importa, por el hecho de ser propio, le importa al otro. Una aseveración de agua. Todo lo que se haga debería ser para mejorarnos sin propósito alguno, pero somos educados para obtener beneficio de todo. De ahí nuestra desconfianza porque si el otro quiere lo que uno que uno quiere hacer con él no hay manera de ponerse de acuerdo, pero en el fondo el propósito no es ponerse de acuerdo es imponérsele al otro.
Bajo la dualidad del otro, el mismo nos desenvolvemos en toda nuestra cotidianidad trascendente e intrascendente y si nos atrevemos a abordar la felicidad pensándola, sin dudarlo, se llegaría a la conclusión: se es feliz también como una dualidad. No se puede dejar de pensar como dualidad, es la condena de la racionalidad. Y se educa para eso. Es como la educación nos somete y a su vez sometemos a los demás. La cadena, el ruido de su desplazamiento por dentro, solo nos aterra cuando nada se da como lo ponderamos. Al pensar lo que queremos pretender ser ¿qué somos? ¿Una paradoja de sí mismo, es decir una caricatura? ¿Nunca como ahora somos una caricatura de nuestro proceder? ¿Pero hay que creerse que procedemos con algo que no sea la dualidad del otro, el mismo? Engañándonos, engañando. Buscando al otro nos encontramos a nosotros mismos. Somos lo que admiramos y buscamos convertirnos en la proporción de nuestra sabiduría e inteligencia emocional, ¿pero pasa lo mismo con el otro en caso que nos piense igual? Llega la duda, se posesiona la duda. Se es el otro por una vocación de servicio, porque se comparte la condición de estar vivo, de vivir en comunidad, de tener los mismos ideales en tanto dure; y en la duración de lo que queremos ser con nosotros mismos y el otro va a depender el posible bienestar, porque siempre estamos avisado de que nada es eterno, de que todo se renueva de manera finita, ¿esa finitud debería quitarnos siendo uno ser el otro para el bienestar , la paradoja de existir bajo la angustia, aunque no se diga, de que todo está perdido. El objetivo paradójico de El otro, El mismo en su discurrir eraclitiana. Perecer a mano del otro, el mismo es perecer por sí mismo. Somos el otro en la proporción de ser lo que se ha pensado de sí mismo. Si nos pensamos en cómo, el ascenso será finito; en cuándo, la arena no cabrá en el reloj de sol.