Estoy convencido de las fuerzas de las ideas y de los valores democráticos y progresistas. Por eso me esfuerzo para que las ideas y los valores en los que creo se concreticen en acciones que ayuden a transformar de manera positiva la vida de la gente. Es esta la función esencial de la actividad política. El Senado es el ágora desde donde me toca ejercer “el oficio del Político”.
La vida política conlleva grandes sacrificios. A veces es muy desgastante e ingrata. Sobre todo, cuando estamos en ella por un real compromiso con el país. Pero es este mismo compromiso la clave para no caer vencido ni frustrado. La clave para que aquellos que no procuramos incentivos materiales o pecuniarios, o siquiera la comprensión o agradecimiento de la gente, sigamos adelante.
La necesidad de trascender, de aportar para la construcción de un mundo mejor, más humano y solidario, de organizar a nuestro país en base a instituciones fuertes y democráticas, que aseguren los derechos a todos los dominicanos y permitan disminuir o acabar con la pobreza y nuestra vergonzosa desigualdad. Cumplir con la obligación del presente, de legarle a los que “vienen luego de nosotros” un país y una tierra más sana y en condiciones más dignas, es lo que en términos personales me proporciona el incentivo para participar de la política militante.
Siempre tengo presente la frase que el gran apóstol y poeta cubano José Martí le expresó a nuestro Máximo Gómez, en su afán heroico de convencerle para enrolarse de nuevo a la aventura política de la guerra libertadora de Cuba: “Yo ofrezco a usted, sin temor de negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres…” Esta frase revela la precisa comprensión que Martí tenía acerca de este “oficio” al cuál hoy me dedico.
El oficio del político, como le llamó Weber, es de pugna y lucha constante. Es una lucha permanente por ganar espacios de poder. Es un campo de batalla social por el poder, por asegurar fortalezas y nuestro metro cuadrado, de ganar la hegemonía frente a nuestros competidores.
En esta lucha que describo, a veces desenfrenada por el poder, muchas veces el juego no es limpio y las miserias humanas salen a flote. Esto no es nuevo. Ha sido una constante en la historia de la humanidad. Esto lo entendió muy bien el gran genio florentino Nicolás Maquiavelo. El poder es el gran seductor de los hombres (y las mujeres) y es como un fuego que poco a poco lo consume, sobre todo a quien ejerce el oficio del político y persigue y obtiene el poder como un fin en sí mismo, para buscar riquezas ambicionadas y para alimentar los grandes enemigos íntimos de los hombres: los egos. El poder en manos de este tipo de políticos es un arma peligrosa y dañina; corruptora y abusadora y destruye en vez de construir.
Todas las glorias del hombre “caben en un granito de maíz” sentenció también Martí. Los grandes liderazgos políticos, los que han trascendido, los que hoy son referentes éticos y paradigmas de la humanidad, son aquellos que han aportado para la construcción de un mundo mejor desde el poder. Los que una vez teniendo la capacidad para influir en millones de seres humanos han mantenido la humildad y la sencillez, los que han mantenido sus egos bien “a raya”.
Sé que el entorno en donde hoy me toca aportar desde la política (el Senado de la República) es muy competitivo y, en ocasiones, hasta hostil. Pocas ideas se debaten. También, a veces, el nivel de los debates tiene poco que ver con la verdadera misión de la política. Trabajar con una agenda definida y progresista para proponer proyectos de leyes que fortalezcan nuestra institucionalidad y nuestra democracia para que la gente recupere derechos, encuentra escollos muy difíciles de derribar.
El Senado es un ágora desde donde puedo levantar mi voz para que el país pueda escuchar mis planteamientos y propuestas, para empujar los cambios necesarios para hacer avanzar nuestra Patria. La responsabilidad como senador, con la cual me siento más cómodo y más a gusto, es la de la representación territorial. La provincia Santo Domingo es muy pobre y aquí hace falta de todo. El índice de desarrollo humano es uno de los más bajos del país. Abrazar la gente sencilla, contribuir junto a la gente del barrio a cumplir con una agenda comunitaria y mejorar sus condiciones mínimas de vida me hace feliz y hace que mi “oficio de político” valga la pena.