En el artículo anterior destacaba el impacto que en la opinión pública mundial está teniendo la guerra israelí en la Franja de Gaza, en buena medida gracias al rol jugado por las redes sociales y la prensa alternativa en la divulgación de hechos que los medios corporativos a veces prefieren callar. El mayor impacto de opinión pública sin duda lo ha tenido la crueldad con que Israel arrasó el norte de Gaza, sin que se vislumbraran esfuerzos reales por evitar las muertes de civiles.

Durante 6 semanas el mundo fue testigo del bombardeo inmisericorde de Israel sobre escuelas y hospitales, zonas residenciales y campos de refugiados, ambulancias y mezquitas. Vio los niños muertos y mutilados por bombas de hasta 2,000 libras, los proyectiles de artillería de 155 mm y demás armas de guerra descomunales cuya utilización en zonas pobladas es imposible justificar. Se calcula que hasta ahora la masacre de Gaza ha causado la muerte  a 14,800 personas, incluyendo más de 6,000 niños y 4,000 mujeres, así como miles de heridos y 1.7 millones de desplazados, lo que equivale al 80% de la población gazatí. Para mediados de noviembre Naciones Unidas reportaba la muerte de 102 funcionarios de ese organismo y unos 200 médicos y paramédicos, así como más de 50 periodistas.

La mayoría de los periodistas muertos eran corresponsales palestinos de medios extranjeros que ya vivían en Gaza. A los periodistas israelíes y extranjeros se les ha prohibido la entrada independiente (es decir, sin supervisión israelí) en un esfuerzo por controlar el flujo de información sobre las consecuencias de las más de 20,000 bombas y proyectiles lanzados sobre infraestructuras civiles. Igual propósito parecen haber tenido los 4 cortes de teléfono e internet que dejaron a los habitantes de la Franja incomunicados por hasta 30 horas seguidas en medio de los peores bombardeos.

Esas medidas han tenido un éxito muy relativo, al igual que la gigantesca campaña propagandística promovida y financiada a través de las redes sociales por organismos israelíes y sus simpatizantes. Además de la propaganda pagada, esta guerra ha sido pionera en el uso de la inteligencia artificial (IA) para producir deepfakes de escenas horripilantes que circulan copiosamente por las redes y que son realizadas por partidarios de ambos bandos, lo que ha generado confusiones y desmentidos mutuos. Pero nada de esto ha impedido que la opinión pública mundial, y particularmente la occidental, tenga acceso a información comprometedora y a imágenes reales, verificadas por medios confiables, porque en la época de celulares y satélites es prácticamente imposible mantener un bloqueo informático efectivo.

Más allá de las manipulaciones informativas, la misma dinámica noticiosa que genera la guerra ha resultado en la circulación amplia de informaciones de las que mucha gente no se hubiera enterado en circunstancias normales. Por ejemplo, en estos días de intercambio de rehenes muchos se enteraron de que Israel mantiene a centenares de menores palestinos encarcelados, la mayoría por lanzar piedras a los soldados y hasta por ondear banderas de Hamás. Previo al 7 de octubre se estimaba que Israel encarcelaba cada año entre 500-700 menores de 12-17 años, la mayoría procesados sin juicio por las autoridades militares y mantenidos en “detención administrativa” indefinida.

La opinión pública mundial también pudo ver la parcialidad sin disimulo de los medios corporativos occidentales, que le dedicaron horas y horas a los rehenes judíos liberados, cuyos rostros, nombres y reencuentro con parientes nos mostraron una y otra vez, en contraste con los prisioneros palestinos, anónimos, sin rostros y apenas mencionados en los noticieros. Quizás porque mostrar sus historias personales y reencuentros familiares los hubiera humanizado demasiado en momentos en que las autoridades israelíes promueven la imagen de los palestinos como seres infrahumanos sin derechos, empezando por el Ministro de Defensa, Yoav Gallant, que el 9 de octubre declaró: “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”.

Como bien saben los judíos, porque lo han sufrido en carne propia, la deshumanización del enemigo es la estrategia más vieja de los genocidas, en tanto debilita los límites morales establecidos y despeja el camino a la barbarie. No es casual que el comentario de Gallant fuera el preludio a su anuncio del bloqueo total de Gaza, incluyendo el corte de agua, electricidad, alimentos, medicinas y combustibles por tiempo indefinido a sus 2.2 millones de residentes. Y al cabo de 6 semanas de sitio, con la población desesperada, sucia y sedienta, con los hospitales sin poder operar por falta de agua, etc., en Gaza llovió. Y ahí nos enteramos de que hace años las autoridades de ocupación declararon que toda el agua de lluvia era propiedad de Israel, quedando prohibido a los palestinos el uso de cisternas y otros medios de acopio.

La magnitud de los abusos evidenciados ha obligado a reforzar la estrategia de animalización de los palestinos con otras medidas, como las sofisticadas campañas mediáticas diseñadas por la inteligencia militar israelí. O el uso recurrente de alusiones bíblicas por parte de Netanyahu y otros funcionarios, que buscan motivar a los extremistas religiosos en Israel y a los evangélicos en EEUU, defensores a partes iguales del derecho de Israel a “una guerra santa de aniquilación en Gaza", para citar al Primer Ministro. Éste no solo les recita Salmos a las tropas y les habla de la lucha entre “los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad”, sino que Netanyahu -un judío secular- repite lo que Jehová ordenó a los antiguos hebreos que hicieran a sus enemigos del pueblo de Amalec: “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (1 Samuel 15:3).

Las revelaciones que comprometen la imagen de Israel se suceden casi a diario: ahora sabemos que los túneles debajo del hospital Al Shifa los construyó Israel para usos hospitalarios legítimos y que no hay evidencia de que allí funcionara el comando central de Hamás; sabemos que los gobiernos de Netanyahu han utilizado durante años la estrategia de “divide y vencerás”, financiando y fortaleciendo a Hamás a expensas de la Autoridad Palestina; sabemos que el gobierno le ha dado rienda suelta a los colonos etnonacionalistas y extremistas religiosos para que aprovechen la crisis de Gaza a fin de acelerar el despojo de tierras palestinas en Cisjordania; y sabemos que altos funcionarios, ministerios y think tanks afines al gobierno israelí han estado trazando planes para la limpieza étnica total de los territorios palestinos, incluyendo la deportación masiva de sus residentes.

Un informe de Naciones Unidas da cuenta de que en el año previo a la guerra, 1,100 palestinos habían sido expulsados de sus tierras de Cisjordania por colonos israelíes, lo que resultó en la evacuación completa de cinco aldeas y éxodos importantes de muchas otras. Pero tan solo en el primer mes de la guerra, la ONU registró 200 ataques violentos de colonos judíos; 16 aldeas fueron tomadas, con saldo de 180 palestinos asesinados, 64 heridos y todos los aldeanos expulsados. Para enojo de Israel, los videos de los abusos y asesinatos cometidos impunemente por los colonos, muchas veces con el apoyo directo del ejército, se han viralizado. Menos atención han recibido las propuestas de concluir la limpieza étnica en los territorios ocupados, política por la que ha venido abogando desde hace varios años el actual ministro de gobierno encargado de la seguridad de Cisjordania con su llamado “Plan Decisivo”. Asimismo, hace poco una revista israelí publicó un informe filtrado del Ministerio de Inteligencia donde se argumenta que la guerra de Gaza ofrece a Israel la oportunidad perfecta para la expulsión definitiva de los 2.2 millones de gazatíes, que el Ministerio propone sean instalados en el Sinaí, el norte de África, Canadá y otros lugares.

Todo lo anterior explica por qué el control de la información se ha convertido en una prioridad para ambos bandos, pero sobre todo para los apologistas de Israel: en estos momentos, en un debate abierto, con libre intercambio de ideas, Israel sale perdiendo. Como perdió la votación del 26 de octubre en la Asamblea General de las Naciones Unidas, 121 a 14; como está perdiendo la batalla diplomática con las condenas internacionales y la retirada de embajadores (Sudáfrica, Irlanda, Turquía, Chile, Colombia, Honduras, Bahrein y Jordania han retirado embajadores; Bolivia rompió relaciones; otros países contemplan hacer lo mismo si se reinician los bombardeos). Y lo más importante, como está perdiendo el favor de la opinión pública mundial, tal cual muestran las manifestaciones multitudinarias en las grandes ciudades del mundo y las encuestas de opinión donde quiera que se realicen.

Por el momento, la combinación de movilizaciones internas en Israel -por la liberación de los rehenes judíos- y de presiones internacionales -por el cese al fuego y el fin definitivo de la barbarie- han logrado imponer una pausa a los bombardeos que el gobierno israelí aceptó a regañadientes y amenaza con romper tan pronto las circunstancias se lo permitan. En la última entrega de esta serie veremos cómo los impactos en la opinión pública mundial afectan las políticas de guerra de Israel y sus aliados y, en sentido más amplio, cómo están afectando la geopolítica de Oriente Medio, el futuro de los palestinos, las previsiones electorales en los EEUU y otras consecuencias inesperadas de la guerra.