En 1788, desde la Presidencia interina de la Real Audiencia de Santo Domingo, el abogado Pedro Catani elaboró un proyecto de reordenamiento forzado del espacio público que implicó la restricción sistemática de la libertad de movimiento y asociación, así como la creación de guetos conformados por negros libertos vigilables y castigables que no debían exceder los cien integrantes por población. (Carlos Jáuregui: “El “Negro Comegente”: Terror, colonialismo y etno-política”).

La idea de Catani era reorganizar a los negros libertos con el propósito económico de integrarlos a un sistema de jornaleros dentro de un modelo económico que fomentaba la producción sobre la base del trabajo en condiciones infrahumanas mientras se llevaba a cabo un proyecto político de contrainsurgencia. Desde este proyecto, la historia del “comegente” como asesino serial que actuaba de modo solitario no resultaba útil.

Jáuregui señala que, a finales del siglo XVIII, el relato del “comegente” se va reformulando a partir de la convicción de que el homicida forma parte de una red de complicidades, en una atmósfera de miedo ante la posible invasión esclava del lado occidental de la isla. De este modo, el temor al “comegente” se yuxtapone con la fobia racista y xenófoba. La Real Audiencia ordena la detención de personas por responder al perfil de negro y extranjero mientras Catani lleva a cabo su proyecto de reingeniería social enviando a la cárcel o la muerte a reos que responden a su idea del delincuente ocioso y dañino.

En los documentos que cita Jáuregui, podemos notar la insatisfacción de Catani con la liberación de los individuos arrestados y su convicción del peligro que representa el retorno del “comegente”. Este es un aspecto fundamental en la construcción de una narrativa que insiste en el peligro latente de la invasión de los negros libertos quienes, según Catani, son la fuente de todos los males que amenazan a la isla.