En su último libro, “El Nuevo Orden Mundial”, el célebre autor Ray Dalio profundiza en los últimos 500 años de historia económica, analizando los patrones de cambio y ofreciendo valiosas ideas para que los líderes políticos y empresariales naveguen por los inminentes cambios en la gobernanza y las perspectivas de futuro. La educación y la innovación surgen como ingredientes esenciales para el desarrollo y el crecimiento de las naciones.

Si observamos los últimos 30 años en desarrollo, es evidente que las grandes fortunas surgen del conocimiento y la inventiva. Basta con echar un vistazo a Jeff Bezos, Elon Musk, Bill Gates y muchos otros que han amasado riquezas aprovechando sus ideas innovadoras. En resumen, la educación y la innovación son cruciales para el progreso y la prosperidad de cualquier nación.

En su libro "Capitalismo Progresista», el economista Joseph Eugene Stiglitz, ganador del Premio Nobel, subraya los factores decisivos de la prosperidad económica inclusiva: la investigación, la innovación y la educación. Está claro que estos elementos son los cimientos de una sociedad próspera y la clave para liberar todo su potencial.

El desarrollo de una nación es un proceso complejo en el que intervienen diversos factores. Entre ellos, el crecimiento económico, la estabilidad política y la cohesión social son elementos esenciales que no pueden pasarse por alto. Aunque este criterio no es enteramente modernista, grandes estudiosos de la economía clásica han realizado importantes contribuciones a este campo.

Figuras de renombre como John Maynard Keynes, David Ricardo, Adam Smith y Milton Friedman, junto con sus Chicago Boys, han presentado tesis innovadoras y bien documentadas que han revolucionado el sector.

Está ampliamente aceptado que el conocimiento es un motor clave del crecimiento y el desarrollo de las naciones. Sin embargo, cabe preguntarse por qué los gobiernos latinoamericanos parecen ignorar las ideas de estos grandes pensadores. ¿Acaso desconocen estos principios o deciden ignorarlos para mantenerse en el poder y beneficiar a sus amigos y socios comerciales?

Si echamos la vista atrás a los últimos 100 años de América Latina, está claro que la región no ha alcanzado su potencial para convertirse en un países del primer mundo. Las deficiencias en las políticas públicas y la falta de inversión en innovación, investigación y educación han obstaculizado el posible crecimiento de nuestros pueblos.

Ya es hora de que los gobiernos den prioridad a estos elementos cruciales y trabajen por un futuro más decente para sus ciudadanos. Solo adoptando nuevas ideas e invirtiendo en capital humano podemos esperar superar los retos que tenemos por delante y lograr un desarrollo sostenible para nuestras naciones.

El negocio del subdesarrollo no encuentra espacio en la formación académica. Aunque Michael Sandel, en su libro “La tiranía del mérito”, hace una crítica a la meritocracia, este la enfoca desde el punto de vista de un país de primer mundo, no así desde el subdesarrollo. Hace hincapié en las credenciales académicas de los países del primer mundo y cita como ejemplo las prestigiosas instituciones y presidentes estadounidenses.

Cuando el expresidente Obama tomó posesión de su cargo, el 90% de los funcionarios que le acompañaban tenían títulos de postgrado, y el 40% de ellos eran licenciados en Harvard, al igual que Kennedy y W. Bush, que también eran partidarios de este tipo de meritocracia.

No solo el gobierno, sino también el Congreso de EE. UU. está compuesto por profesionales con un alto nivel educativo, ya que el 95% de la Cámara de Representantes tiene un título universitario y el Senado está formado al 100%.

América Latina necesita dar prioridad a la educación, la investigación y la innovación para estar a la altura de otros países del primer mundo. Sin estos esfuerzos, seguiremos rezagados y perderemos oportunidades de crecimiento y desarrollo.

Es evidente que los países en desarrollo dan prioridad en sus órganos de gobierno a las personas con un alto nivel educativo y una rigurosa formación científica, ya que estos tres pilares del crecimiento y el desarrollo son cruciales para el progreso.

Del mismo modo, el Reino Unido es famoso por dar importancia a la educación en su esfera política, con un asombroso 88% de parlamentarios británicos que poseen títulos profesionales y 9 de cada 10 que han cursado estudios superiores.

Una cuarta parte de ellos se han graduado en prestigiosas universidades como Oxford y Cambridge, lo que pone de relieve la importancia de los logros académicos en el panorama político del Reino Unido.

Pasando a la Europa continental, concretamente a Alemania, Francia, Bélgica y Holanda, vemos un énfasis aún mayor en la educación superior. Estas naciones tienden a reservar los altos cargos políticos a personas con una impresionante formación académica, que poseen una gran riqueza de conocimientos y experiencia. Está claro que la educación se valora mucho en estos países como factor clave para un gobierno eficaz.

Angela Merkel en su primer mandato estuvo acompañada en su gabinete de 15 ministros, de los cuales 9 tenían doctorados y el resto tenía maestrías y solo uno licenciatura.

El propósito de este artículo no es cuestionar el valor de quienes no poseen títulos académicos o no pertenecen a la llamada meritocracia académica. Más bien pretende poner de relieve cómo las naciones del primer mundo progresan mientras que nosotros los subdesarrollados no.

Nuestros dirigentes dan prioridad a políticas simplistas y no complejas, y no invierten en educación e innovación, a modo de ejemplo somos expertos importando soluciones y medidas populistas, sin saber si estas nos conviene o no como nación.  Necesitamos más gerentes y menos ministros.

Es un hecho ampliamente aceptado que el éxito de cualquier sociedad depende en gran medida de las capacidades de sus élites, este concepto lo desarrolla muy bien Stanislav Andresky, en su libro Parasitismo y subversión en América latina.

Como suele decirse, “las naciones tienen los líderes que se merecen”. Andresky le enrostra a las elites políticas latinas la responsabilidad del fracaso de sus pobres políticas y mal administración en sus gobernanzas.

Nuestros dirigentes deben preocuparse por el despilfarro de los presupuestos nacionales, como regalar nuestro patrimonio a un montón de vagos e inútiles para que promocionen a sus gobiernos, como si con esto estuvieran haciéndole honor a Joseph Napolitan, cuando hablo de campaña permanente. Debemos reconocer que solamente el Presidente López Obrador ha enfrentado esta “publicidad gubernamental”, y apenas ganó la SCJN, invalidó la “Ley Chayote”, que regula los gastos de publicidad. Recientemente, el presidente Milei suspendió esta ley en Argentina. Es inexplicable que países pobres regalen el dinero del pueblo que bien podría invertirse en educación, salud y cientos de políticas públicas en favor de las naciones y no engordando el negocio del subdesarrollo.

Con este credencialismo de los incapaces, es imposible progresar, y mucho menos crecer. Esto explica por qué intentamos batir Récords Guinness cocinando guisos (sancocho) en lugar de innovar y educar a una población cada vez más ignorante, a pesar de contar con grandes herramientas tecnológicas y recursos humanos capaces de avanzar y crecer.

No es necesario realizar amplios estudios sociológicos de la talla de Ortega y Gasset o Max Weber para darse cuenta de que la falta de progreso actual de América Latina se debe al negocio del subdesarrollo y a los beneficios de sus élites.

Está bastante claro que el crecimiento económico y social de la región se ve obstaculizado por la codicia y el egoísmo de quienes ostentan el poder. Estos individuos dan prioridad a sus propios intereses por encima del bienestar de las masas, perpetuando un ciclo de pobre formación académica, nada de innovación y desigualdad infinita que parece no tener fin. Los que promueven el negocio del subdesarrollo deben no olvidar las primaveras árabes que la inicio un simple ciudadano a travez de un sencillo mensaje en el internet.