En la semana pasa circuló por las redes sociales el caso de una madre haitiana que, mientras era conducida en un camión de migración sostenía a su hijo por las rendijas del vehículo, pero el niño por fuera.

El hecho concitó la indignación de muchas personas, pero no faltaron quienes entendían que se trataba de un montaje, los que decían que era truco de la madre para que la dejaran en el país o quienes sacaban a relucir hechos atroces cometidos por haitianos en el país contra algún dominicano y me preguntaba ¿en dónde quedó lo humano cuando ni siquiera un niño nos conmueve?

En diferentes escenarios he dicho que no me gusta el nacionalismo y paso a explicar por qué.

La historia es una ciencia dinámica, no es estática. En su escritura intervienen muchos factores como la ideología, los intereses coyunturales, el contexto sociopolítico, etc. Por eso cuando leemos algo o nos lo enseñan es posible que esa no sea la verdad absoluta, sino que responda a un interés político o social.

Es ahí donde reside mi crítica al tema del nacionalismo porque quien aprende una cosa de una manera en la escuela difícilmente esté en la orientación de modificar lo que aprendió porque la deconstrucción de las ideas es mucho más difícil que forjarlas.

En la construcción de los discursos nacionalistas se tejen unas redes de mentiras sin el menor asomo de vergüenza, un discurso que idolatra en sus templos a gigantescos ídolos de la avaricia, enorgulleciéndose de los onerosos rituales de culto al que denominan patriotismo.

El nacionalismo fomenta la ceguera moral bajo la forma del culto al patriotismo, por eso hemos visto episodios de la historia tan triste como el holocausto o los discursos de Donald Trump quien ha reavivado el espíritu nacionalista y se han despertado en Estados Unidos células racistas que se daban por extinguidas como el ku klux klan.

Cuando prevalece el espíritu del nacionalismo se enseña desde la infancia al pueblo entero a fomentar odios y ambiciones por todos los medios, fabricando mentiras o medias verdades sobre los hechos históricos, presentando desfavorablemente a otras razas y cultivando sentimientos de animadversión hacia ellas, conmemorando sucesos, algunos falsos, y tramando constantemente malévolas amenazas contra sus vecinos y contra otras naciones.

Imbuir a todo un pueblo de un orgullo desmedido de superioridad, enseñarle a presumir de su insensibilidad moral y a perpetuar la humillación de las naciones vencidas utilizando las escuelas para instruir a los niños y niñas en el desprecio hacia los demás, es inadmisible, pero así funcionan las naciones.

El conservadurismo, que ha heredado el peor legado, se ha hecho experto en traficar con embustes y no se avergüenza de obtener beneficios recurriendo a ellos. Pero así funciona el nacionalismo, el patriotismo y demás teorías excluyentes. Lo peor es que se miran a sí mismos como aquellos a quienes les duele la patria en detrimento de quienes conservan una actitud crítica ante los que poseen una visión diferente sobre los discursos que se han construido. Es muy difícil para mucha gente reescribir y reentender la historia.