Con el “mes de la patria” se amplifica en nuestro país el discurso nacionalista de carácter chovinista o fundamentalista. El nacionalismo chovinista dominicano se ha alimentado históricamente de unas características que lo identifican y lo distinguen de una adhesión amorosa y saludable de la tierra a la que pertenecemos. Estas son algunas de dichas características:

Esencialismo. El nacionalismo chovinista o fundamentalista dominicano propugna por la existencia de una identidad inmutable asociada a la lengua, la tierra, la religión y las costumbres familiares. No reconoce la diversidad como un atributo constitutivo de las identidades nacionales, por lo que rechaza las distintas maneras de ser que conforman a todo país. Como consecuencia de ello, percibe la lengua, la religión y la cultura como unidades indisolubles amenazadas por la contaminación de las nuevas sensibilidades, las costumbres emergentes, los cambios culturales y el flujo de las migraciones.

Relato sesgado de la historia. Partiendo de esta versión esencialista de la identidad, el nacionalismo fundamentalista dominicano ha construido una historiografía maniquea de héroes y villanos que distorsiona, a través del lente de los prejuicios indentitarios negativos, los procesos políticos que han conformado la nación dominicana y sus posibles amenazas. Siguiendo la metáfora del filósofo Pablo Mella (Los espejos de Duarte), esta historiografía no se apropia de los espejos que proyectan imágenes contrapuestas y borrosas de los datos históricos permaneciendo inconsciente de sus contextualizaciones y produciendo – aunque parezca paradójico- un discurso cientificista y mitificador.

Racismo. El nacionalismo chovinista dominicano se nutre de un racismo sistemático apoyado en una ideología legalista que niega la existencia del racismo por la inexistencia de leyes segregacionistas. Esta ignorancia deliberada obvia el hecho de que el problema del racismo trasciende la objetivación de los prejuicios raciales en un determinado marco jurídico e institucional y que los mismos se arraigan en la cultura como un sistema de hábitos y prácticas inconscientes que operan con un mayor poder coercitivo que cualquier sistema de leyes.

Xenofobia. Los nacionalismos tienden a una lógica tribal en que la defensa del clan depende de una actitud de escrutinio y desconfianza hacia el extranjero, al que suele vérsele como una potencial amenaza, sobre todo, en tiempos de crisis. En el caso del nacionalismo chovinista dominicano, las fobias siempre se han focalizado en Haití, el fantasma que carga todos nuestros miedos y males, y a cuya población migrante se le percibe como una de las causas fundamentales de nuestros problemas sociales.

Estas características que conforman el nacionalismo dominicano alimentan la política del odio, un conjunto de discursos y acciones articuladas para producir la confrontación y la polarización en el espacio público, así como la satanización de los rivales ideológicos.

Basada en nuestras emociones más primarias, la política del odio distorsiona nuestra interpretación de los hechos, obstaculiza una actitud de escucha hacia el Otro y, por tanto, socava las bases del diálogo abierto que requiere toda sociedad plural y saludable.

Asi, el nacionalismo chovinista dominicano termina destruyendo el ideal de sociedad que, supuestamente, ama y defiende.