Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor (Lucas. 2. 1, 8-10) … "Cuando Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes, vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente, y hemos venido a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él." (Mateo 2:1-3).
Proclamar la Navidad como una época de paz no refleja plenamente la esencia ni la historicidad del nacimiento de Jesús. Este enfoque forma parte del vaciamiento de contenido al que se ha sometido la celebración de este acontecimiento. En realidad, la Navidad representa una combinación de esperanzas encarnadas en los más humildes y una profunda perturbación para los poderosos.
Los relatos evangélicos sobre el nacimiento de Jesús, además de presentarnos un evento espiritual y trascendente, lleno de simbolismos e historicidad, evidencian cómo su llegada alteró las estructuras humanas. La tensión entre el poder imperial, encarnado por Herodes y Roma, y la esperanza de los marginados, como los pastores, no es una interpretación moderna, sino una realidad histórica reflejada en los textos bíblicos. Interpretar este nacimiento como un suceso que inquietó a los poderosos y ofreció esperanza a los excluidos no implica ideologizar su mensaje, sino reconocer tanto el contexto histórico en el que ocurrió como la trascendencia de su misión.
El mensaje de Jesús, expresado en su obra y palabra, trasciende cualquier interpretación ideológica. La grandeza de Jesús no cabe en una religión y, mucho menos, en una ideología. Su misión no se limitó a una agenda política ni a una lucha social específica, tampoco a instaurar estructuras dominadas por poderes jerárquicos o fundamentalismos doctrinarios. Él proclamó el reino de Dios, un reino de justicia, amor y reconciliación. No habló únicamente a la mente de su pueblo, sino también al corazón..
Un dato revelador de este acontecimiento fue la ausencia del poder religioso existente a la llegada de Jesús a la tierra. Los sacerdotes, escribas y líderes religiosos de la época, que se consideraban los guardianes de la fe y la tradición judía, no tuvieron participación directa en este evento trascendental. En su lugar, pastores humildes, extranjeros como los Magos de Oriente y una familia pobre fueron los protagonistas. Esta ausencia no fue casual, sino un mensaje claro sobre la ruptura que Jesús representaría frente a una religiosidad que había perdido su conexión con la justicia, la misericordia y la humildad.
La indiferencia o incluso hostilidad de las élites religiosas hacia el nacimiento de Jesús refleja su desconexión con las promesas mesiánicas que tanto proclamaban esperar. En lugar de recibir al Mesías con gozo, estos líderes se alinearon más tarde con los poderes políticos que buscaban su muerte. Así, el nacimiento de Jesús no solo desestabilizó el poder político, sino también el religioso, exponiendo la necesidad de una fe renovada y auténtica que no estuviera al servicio del poder humano.
Desde su concepción, Jesús irrumpió en su cultura y sociedad de manera disruptiva.. El anuncio de su nacimiento despertó temor en Herodes, el rey de Judea, quien vio en este niño una amenaza a su autoridad. Los Magos, al buscar "al que ha nacido Rey de los judíos" (Mateo 2:2), evidenciaron que su reino no sería como los de este mundo, sino uno con implicaciones eternas y universales, trascendentes. Esta proclamación encendió la paranoia de Herodes, quien, presa del miedo, ordenó el infanticidio de todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores. Este acto brutal, conocido como la Matanza de los Inocentes, simboliza la reacción desesperada de los poderosos frente a cualquier amenaza que desafíe su control.
El miedo de los Magos al enfrentarse al rey Herodes refleja cómo incluso aquellos fuera del círculo inmediato del poder reconocieron el peligro de su cólera. Decidieron regresar por otro camino, desobedeciendo al monarca, pues comprendieron que al proteger al niño estaban respaldando un poder mayor que el del rey terrenal.
La amenaza imperial obligó a José, María y el niño Jesús a huir a Egipto. Este exilio temprano subraya cómo el Salvador del mundo comenzó su vida como un refugiado, una familia desplazada que buscaba protección lejos de su hogar. Esta experiencia conecta el mensaje de Jesús con los desplazados de todas las épocas, mostrando que su vida estuvo marcada desde el inicio por la persecución y la marginación.
En contraste con la intranquilidad que generó en los poderosos, el nacimiento de Jesús fue recibido como un mensaje de esperanza entre los más humildes. Los pastores, considerados socialmente insignificantes en la sociedad judía de la época, fueron los primeros en recibir la noticia. Los ángeles proclamaron ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! (Lucas 2:14). Esta paz no fue acogida por los poderosos, sino por aquellos cuya vida diaria estaba marcada por la lucha y la exclusión, como los pastores.
La elección de los pastores como primeros testigos del nacimiento simboliza el carácter transformador del mensaje de Jesús. Ellos representaban a los marginados, a aquellos que vivían en las periferias tanto físicas como sociales. Su ocupación, asociada con la dureza de la vida al aire libre, la estigmatización de su trabajo y con una reputación cuestionable, los colocaba en la base de la jerarquía social. Sin embargo, Dios los eligió para ser partícipes del evento más trascendental de la historia.
El nacimiento de Jesús marcó un punto de inflexión en la historia. Para los poderosos, fue una señal de que sus días de dominio estaban contados, pues su reino traería justicia y verdad. Para los excluidos, fue el amanecer de una nueva esperanza. La intranquilidad de Herodes y del imperio romano contrasta con la alegría de los pastores y los humildes, quienes encontraron en este niño una promesa de salvación.
En su encarnación, Jesús desafió las estructuras opresoras de su tiempo y se identificó con los más vulnerables. Su mensaje sigue siendo un recordatorio de que la verdadera paz no es la ausencia de conflicto, sino la presencia de justicia. Su nacimiento nos invita a mirar más allá de las celebraciones superficiales y a reconocer en su historia un llamado a transformar el mundo, empezando por aquellos que más necesitan esperanza.
A llegada de Jesús también sacudió profundamente la vida de su propia familia, convirtiéndose en un evento lleno de riesgos y desafíos personales. María, al aceptar su papel en el plan divino, no solo asumió el privilegio de ser la madre del Salvador, sino también un enorme costo social y emocional. En una sociedad patriarcal y profundamente conservadora, quedar embarazada antes del matrimonio significaba enfrentarse al escarnio público, al rechazo comunitario y, en el peor de los casos, a un juicio que podía llevar a la muerte vía la lapidación (apedreada). Además, su experiencia como joven mujer estuvo marcada por el pudor de saber que su condición física sería observada con sospecha, estigma y juicio. Su valentía al aceptar esta misión, a pesar del riesgo de perder su dignidad pública, fue un acto de coraje y un testimonio de fe en un contexto que difícilmente la apoyaría.
Por su parte, José enfrentó una crisis personal y social al descubrir que María estaba embarazada antes de vivir juntos. Como hombre justo, tuvo que reconciliar su amor por ella con la presión cultural de repudiarla. Además, tuvo que lidiar con el pudor propio de aceptar como esposa a una mujer en una situación que podría ser interpretada como deshonrosa según las normas de la época.
Su decisión de protegerla y acompañarla no fue una simple muestra de bondad, sino un acto de coraje y rebeldía frente a las expectativas de su tiempo. Al obedecer la instrucción divina en sueños, José asumió la paternidad de un niño que no era biológicamente suyo, sabiendo que esto lo exponía al juicio y la desconfianza de quienes lo rodeaban. Su disposición para caminar junto a María en esta incertidumbre lo convierte en un modelo de compromiso y fe, que va mucho más allá de las normas convencionales de su época, desafiando tanto los prejuicios como las exigencias de un pudor mal entendido.
El nacimiento de Jesús está impregnado de simbolismos que trascienden el relato bíblico, ofreciendo profundas reflexiones espirituales y sociales. La humildad de un pesebre como cuna, la presencia de pastores como los primeros testigos y la guía de una estrella para los magos de tierras lejanas subrayan la universalidad del mensaje de Jesús. Este evento no solo marcó la llegada de un Salvador, sino que también desafió las expectativas humanas de poder y grandeza, revelando que la esperanza y la salvación están al alcance de todos, especialmente de los más vulnerables.
Además, las circunstancias que rodearon su nacimiento reflejan conflictos y tensiones profundas. La persecución de Herodes, que llevó al infanticidio y al exilio de la familia de Jesús, pone de manifiesto el choque entre los intereses terrenales y el propósito divino. La ausencia del poder religioso en este acontecimiento resalta una desconexión con los valores de justicia y renovación que Jesús encarnaba. Estos simbolismos invitan a contemplar cómo su llegada desafió las estructuras establecidas, ofreciendo un mensaje de esperanza que sigue resonando en una humanidad que no termina de encontrarse consigo misma y su esencia.