Una de las bondades del mundo de hoy es la facilidad que nos brinda de obtener la información. Antes del internet y, sobre todo, de la invención de las redes sociales, se hacía imposible acceder a un evento determinado en tiempo real, esto es, al momento en que ocurría el hecho. Para entonces se tenían que esperar días a que un acontecimiento de interés llegara a saberse en otra parte del planeta, y si se trataba de un hecho ocurrido en el mismo territorio, transcurrían horas hasta que los noticieros transmitieran la información. En la contemporaneidad, los hechos llegan a nuestro conocimiento justo en el momento en que ocurren y, muchas veces, se le puede dar seguimiento mientras acontece el evento. Visto de ese modo se trata de algo mágico; impensable para nuestros antepasados.

Marshall McLuhan acuñó el término Aldea Global por primera vez en el año de 1962, haciendo referencia del concepto en varios de sus libros. McLuhan era sociólogo, había escrito la obra Guerra y Paz en la Aldea Global y se refería al término como una consecuencia sociocultural de la comunicación inmediata, creando la sensación entre la población mundial de que se vivía en una aldea, donde todos lo saben todo y todos se enteran al mismo tiempo de los acontecimientos. Es precisamente en esa sociedad distópica que estamos viviendo, donde nos gobierna la internet y la información nos dirige haciéndonos creer que vivimos en un ambiente de libertades cuando, en realidad, somos víctimas de las inducciones de pensamiento que podría, eventualmente, responder a intereses sociopolíticos determinados.

Curiosamente, todas las obras futuristas pero que ambientan un porvenir distópico apuntaban a un inminente control de la población mundial a través de diferentes mecanismos. Obras como la de Orwell o como la de Aldous Huxley plantean en el imaginario del autor un mundo totalitario donde impera sobre todo el control del pensamiento. Aquella comunidad global donde se conviva bajo el más absoluto centralismo sin que los ciudadanos del mundo sepan que están siendo controlados, pero, en caso de saberlo, abrasen su esclavitud a cambio de sentirse seguros y estables, es el escenario que pudiéramos presenciar al corto plazo. Aquella realidad es incluso la que pudiéramos estar viviendo hoy día, siendo las redes sociales, las plataformas para reproducir videos y el internet en general, las principales herramientas a utilizar a fin de lograr el acondicionamiento.

Es cierto que el mundo de las redes sociales y las plataformas de comunicación alternativas proponen tener un sistema de comunicación más democrático y al alcance de todos, pero el hecho de que dichas plataformas sean verdaderamente democráticas es cuestionable. Para los usuarios de estas plataformas constituye una ventaja el uso de las mismas, pues brindan la posibilidad de acceder a la programación o video en cualquier momento y sin anuncios. Para los productores de dichos videos, también resulta ventajoso el uso de la internet y sus aplicaciones, ya que se abaratan costos de producción ahorrándose todos los recursos que implicaría emitir desde un espacio de televisión. Sin embargo, el hecho de que la internet a través de las diferentes aplicaciones permita a todos producir y a todos consumir, no significa necesariamente que la comunicación esté ahora más descentralizada.

En el marco de los diferentes países, por mucho tiempo se denunció que la prensa y los programas de televisión respondían a los intereses de ciertos sectores económicos nacionales, sin embargo, ¿No podrían ahora las redes sociales y las distintas plataformas de comunicación responder a intereses de sectores de poder a escala mundial?  Preguntamos: ¿Quiénes o quien controla las redes sociales?, la respuesta a dicha pregunta podría aterrorizarnos ya que nos sugiere que tanto poder reside en manos de muy pocas personas. Aquellas plataformas no están reguladas por Estado alguno, no existe en nuestros países un marco legal que permita normar lo que en dichas redes se comparte o se transmite. Las reglamentaciones de la comunidad de aquellos mundos paralelos de comunicación vienen dadas por ellos mismos, son los que deciden qué se transmite, cómo se transmite, quienes transmiten y a quienes censurar por transmitir o informar.

En la actualidad se han reportado casos de censura a cuentas de diferentes redes sociales, incluso de videos previamente colgados en YouTube, y la explicación que ofrecen aquellas plataformas suelen ser lacónicos mensajes que refieren a un incumplimiento de las normas de la comunidad. No obstante, en el mismo mensaje, no se abunda más, no contienen mayores explicaciones que esa advertencia indiferente por demás a las razones que dieron lugar al mensaje censurado. Ellos desconocen derechos como la libre expresión del pensamiento, sencillamente se censura y se vedan los mensajes. En su defensa se ha explicado que existen términos que resultan sensibles para la comunidad y que dichas palabras son captadas por complejos algoritmos que las detectan y emiten alertas, dando por resultado la censura. No obstante, se sabe que una misma palabra puede comportar diferentes significados, incluso distinto valor, dependiendo el contexto literario en la que se emita; Sin embargo, se ha explicado que aquellos algoritmos no tienen la capacidad de discriminar un contexto de otro, sino que solo identifica las palabras y emiten la alerta.

Se trata pues de un escenario en ciernes, sobre el cual no podemos llegar a juicios conclusivos. Lo cierto es que frente a los dramáticos cambios que han experimentado las vías para comunicar, hace falta mayor cuidado y una mejor regulación del uso que se otorga a dichas plataformas.