De todas las discapacidades, la hipoacusia o sordera, es decir, el trastorno sensorial que priva a una persona de escuchar sonidos y que obstaculiza el desarrollo del habla y de la comunicación, es uno de las más difíciles de identificar y de comprender. Nacer sordo no solo afecta a la comprensión de los demás, sino también a nuestro lenguaje.

El doctor Oliver Sacks (1933-2015) fue uno de los neurólogos que mejor supo transmitir y divulgar (en el mejor sentido de la palabra) el conocimiento de su campo científico, explicarnos los déficits cognitivos y las afectaciones neurológicas. Tenía la capacidad de convertir lo complejo en un relato accesible desde una historia clínica y a través de ella nos hacía no solo comprender, sino incluso sentir el déficit que esa persona padecía. Fue capaz de transmitir hasta semejante punto de identificación con el paciente.

Sacks nos dejó un legado inmenso con sus estudios y experiencias, que nos introducen en el mundo de la neurología y nos explican cómo se manifiestan las diferentes enfermedades en función del tipo de lesiones o de las zonas cerebrales afectadas. Así, su libro Veo una voz (Anagrama, 1994) es un tránsito hacia el mundo de los sordos congénitos que nos hace comprender qué significa e implica nacer sin uno de los sentidos eferentes más importantes y cómo estas personas pueden sobreponerse a este déficit. Con el viaje al “país del silencio”, Sacks cambió nuestra percepción sobre las dificultades que estas personas tienen para la comunicación y la expresión y, en definitiva, sobre cómo construimos nuestro pensamiento.

Con el lenguaje expresamos nuestros sentimientos y comprendemos a los demás, también construimos nuestras ideas sobre el mundo y sobre las personas que nos rodean. De hecho, desde hace décadas desde la psicología cognitiva se han elaborado teorías e hipótesis acerca de cómo el lenguaje se forja antes que nuestro pensamiento. Uno de los pioneros fue el lingüista norteamericano Benjamín Lee Whortf (1897-1941), quien planteó la conocida como “hipótesis de Sapir-Whorf”, cuya principal premisa señala que nuestras palabras determinan la forma en que vemos el mundo. No obstante, esta propuesta no estuvo exenta de controversia, ya que excluye otras formas de comunicación, como el lenguaje de signos, que es el que emplean las personas sordas y aquellas que tienen un déficit perceptivo auditivo.

Actualmente, gracias a los implantes cocleares, muchas de estas barreras han desaparecido y la verdadera diversidad es la integración. Cada vez las sociedades son más inclusivas y diversas y por consiguiente más creativas y, así, queda patente que los obstáculos físicos son una motivación para crecer como seres humanos, generando otras capacidades. La observación gestual está íntimamente relacionada con la creativa y hace que seamos más sensibles a los sentimientos de los otros. De este modo, aquellas sociedades más inclusivas hacia todas las discapacidades son sociedades más inteligentes.