Un necio preguntó en un parque cómo empieza la vida humana. Un cura dijo: Bueno, la vida empieza tan pronto un espermatozoide penetra el óvulo produciéndose la concepción. A continuación el pastor expuso: Yo creo que la vida comienza cuando un bebé al momento de nacer aspira la primera bocanada del aire que Dios nos da como aliento. El ayatola, previniendo que su turbante o kufiyya estuviera correctamente adosado a su cabeza, levantó las cejas y dijo: No hay duda de que la vida comienza desde el momento en que Alá sopla con su aliento el espíritu de vida a la criatura en el vientre de la madre. Y el rabino, de mayor edad que los otros contertulios, agarrándose el solideo con la mano derecha, detalló: Claro, no me extrañan en lo absoluto sus opiniones acerca del inicio de la vida puesto que todavía son muy jóvenes para saberlo. Sepan ustedes que la vida comienza cuando los hijos se van de casa y el perro se muere.

Cada seis meses, aproximadamente, los medios de comunicación, los diversos sectores de la sociedad, los cleros católico y  evangélico y los partidos de oposición al gobierno de turno, dan cuenta como hechos noticiosos, los primeros, y como reclamo de que preste atención el gobierno, los segundos, a la ola de violencia social que se desencadena cíclicamente  en nuestro país.

Pero, curiosamente, al igual que los distintos líderes de opinión de los cuatro dogmas religiosos mencionados que detallaron sus creencias sobre en qué momento comienza la vida, los distintos grupos dominicanos creen, cada grupo por su lado, que la causa de esos periodos de violencia que vive nuestro país cada cierto tiempo, están relacionados con la pobreza, el desempleo, el predominio de los antivalores,  con que la Policía no cumple con su deber, a la drogadicción, a fallas del Gobierno,  y no faltan quienes achaquen la violencia tipo huracán que nos azota, a que ya empezamos a vivir los últimos tiempos y que tanta violencia es una clara señal de que la Segunda Venida de Cristo a la tierra está a la puerta.

Increíblemente, la gente no se da cuenta que los jóvenes que participan en acciones violentas solo repiten la misma conducta violenta que han visto en sus papás, tíos, hermanos  mayores y sus abuelos y hasta en sus vecinos mayores de 50 años.  O sea, el mismo comportamiento violento que ven en la televisión y en sus relacionados.

¿Dónde empieza la espiral de violencia que vivimos? O mejor dijo, qué la desencadena casi siempre? ¡LA IRA! ¿Qué es la ira? Es una emoción  que se diferencia del resto de las emociones como el  miedo, la alegría, el desprecio  y otras, en que tiene la capacidad o potencia de arrastrar al individuo hasta la ceguera racional total. Ni siquiera una emoción tan diseminada y expresada oculta o públicamente en toda sociedad humana como la envidia, es tan nociva o feroz como la ira. A pesar de que es común que la gente crea que la ira se desencadena por sentimientos inconscientes, la verdad es que estamos plenamente conscientes cuando nos ponemos iracundos de la misma manera que estamos conscientes cuando sentimos miedo o nos tornamos envidiosos.  Es decir, que cuando nos volvemos iracundos o envidiosos, tenemos una clara percepción de cómo nos sentimos.

De modo, que cuando perdemos el autocontrol, nos encojonamos o nos enfurecemos  con alguien que nos dio una galleta, nos acusó de ladrón injustamente o se burló de nuestra generosidad al no pagarnos una deuda, pues recurrir en nuestra defensa diciendo que “no sabíamos lo que hicimos”, después de dispararle diez tiros  a quien nos dio la pescozada, es un argumento flojo, dicho como intento de crear confusión y así justificar la muerte del otro.

Dependiendo del estado de ánimo que tengamos en un momento dado, nuestras emociones  facilitan que podamos establecer los límites entre nuestros procesos mentales conscientes y aquellos inconscientes. Es decir, que si la ecuanimidad y la baja reactividad frente a un insulto o frente a un abuso de un tercero, son procesos mentales que nuestro cerebro tiene almacenados para cuando los necesitemos, pues sería más difícil que le pegáramos dos balazos al truchimán que nos engañó o que nos valiéramos de un sicario para ponerlo a “dormir”.

Una emoción de consecuencia funesta como la ira, por lo general consta de dos ejes: “valencia” e  “intensidad”. La primera se refiere a la satisfacción o insatisfacción que nos provoca esa emoción, y la segunda tiene que ver con la fuerza, la escasa o gran excitación que la emoción de ira nos provoca. La amígdala cerebral  es quien organiza nuestras emociones incluyendo la ira, pero es la corteza prefrontal cerebral la que evalúa  la respuesta que le vamos a dar, la que evalúa la fuerza o intensidad con la que vamos a responder al sujeto que nos dio una pescozada o que nos voceó cornudo ante un grupo de vecinos. La amígdala y el cuerpo calloso de nuestro cerebro lo que quieren es que respondamos inmediatamente con fuerza letal y que con plomo o cuchillo traspasemos el hígado y el corazón del contrincante. Pero nuestra corteza prefrontal, más sabia, puede decir: “hey, aquí quien decide soy yo!”  Nos baja los humos y dice: tengo la sabiduría y ustedes  representan la caverna, la muerte. Así que, a ver si se tranquilizan.

Empero, no pocos dominicanos frente a la más mínima provocación o negación de algo que le pidieron a otra persona, reaccionan con ira incontrolable. Incluso, muchos encuentran la muerte al suponer ciegamente que debe matar a quien lo ofendió o agredió levemente y entonces es él quien resulta asesinado. Tal vez pensando en esa clase de desenlaces fatales fue que el psiquiatra Héctor Guerrero Heredia dijo recientemente que a veces es preferible pasar por pendejo que morir prematuramente. Esa frase equivale al dicho común de: “Para que digan aquí mataron al pobre Juan, prefiero que la gente diga: allí salió “juyendo” el cobarde Juan”.

Si queremos disminuir el alto índice de violencia (recuerdo a los lectores que la delincuencia es un tipo de violencia) lo primero es bajar el tope de la ira de viejos, adultos, jóvenes y adolescentes empezando por mi casa. A partir de hoy, dejemos de repetir frente a nuestros niños y jóvenes y en la televisión que: (1) “quien dá primero….. dá dos veces”; (2) que los exmaridos, a quienes sus mujeres dejaron de querer, dejen de repetir en bares, colmadones y barberías que a ellos  ninguna mujer los deja o que a él ningún otro hombre le quita una mujer. Que aprendan de una vez por todas, que es casi imposible que una mujer después que dejó de amar al marido, vuelva atrás por promesas ni amenazas; y (3 a) que el Ministerio de Interior y Policía inicie una campaña publicitaria diciendo que en cualquier altercado entre gente la ira no llega con un letrero de identidad sino clandestinamente, y que su presencia solo se nota cuando alguien lanza la primera galleta, y (3 b) entrenamiento a policías para bregar con borrachos, con mujeres y hombres histéricos y con psicóticos que parece gente sana.