En las primeras horas de la mañana, el señor tiene una clara misión. Nos ha hecho señas desde el momento en que nos detuvimos. Esta es su oportunidad de decirnos lo que vende: unas fresas bastante agraciadas. Pronto nos damos cuenta que le compraremos unos tres paquetes, y él contento por aquello.
Mirando seriamente a su respuesta, le preguntamos de pasada si le va bien en su trabajo. La reacción resulta terminante: “me permite tener a mi hijita en la escuela”. No nos dice en ningún momento algo sobre las palabras que se desataron cuando se implementó el complicado cuatro por ciento (4%): se le hizo un llamado a todo el mundo para que enviaran los niños a las escuelas. En este caso, estamos cerca de Jarabacoa, una zona bastante característica por tener sembradíos en sistemas climatizados que generan millones de pesos.
A su manera, el señor intenta decirnos que es un “hombre de bien”. No le preguntamos mucho más: queríamos saber si se podía acceder a otra zona un poco más arriba. Le dijimos que gracias y tuve la oportunidad de decirle: “esto por aquí es bastante bonito”. Me dijo que tenía una cuenta de banco que se había inflado. No nos quería dejar ir: era de esos casos en que una persona te va a decir cuestiones que te ayudan a comprender el cosmos diminuto de una región, sea esta la que sea.
Al regresar, pudimos volver a detenernos con el vendedor de estas fresas. Bajamos el vidrio y este nos dijo que ahora quería preguntarnos algo: quería saber si era justo y rentable bajarle el precio a las fresas. “Déjalas así”, le dijo mi acompañante. Al cabo de unos segundos, nos dijo que por aquí, en estos lugares, casi no se hace campaña política. Pero que sabe muy bien cómo se mueve todo en la zona de La Vega y en otros lugares del norte del país.
Por asuntos de trabajo, baja a La Vega montado en una motocicleta. Me dice que aquí en este país “no hay que temerle al futuro”. Recordaba la época de Balaguer y me decía que las campañas en estas zonas eran superbas. El término “superbas” lo he empleado yo, pero así con ese color estaban sus impregnadas sus palabras en ese momento en que estábamos en la orilla de una carretera bastante transitada por muchos tipos de vehículos que corren rápido por una gran cantidad de parajes.
Algunas veces en la semana, cuando baja a La Vega, tiene claro que volverá tarde a la casa donde su esposa lo espera. Su hija hace la tarea asignada por lógicos profesores, maestros que se han especializado en darle a estos niños un poco de gramática, otro poco de matemáticas y un mucho de conciencia cívica. Estos niños se levantan bien temprano, según nos decía el vendedor, y puedes verlos en largas hileras camino de su escuela con la disciplina de hijos bien educados.
Con una mirada práctica que ha aumentando con los años, nuestro amigo de la carretera sí sabe que tiene que diversificarse: vender otros productos. “Las flores no son tan vendidas”, me dice. “Mire, quiero ir a la gran ciudad, se refería a la capital de la República, y comprar allí cuestiones que por aquí no tiene la gente: quizás muebles de mayor calidad”. Le digo que eso es sencillo hacerlo porque en algunos lugares de la autopista encontrarará un montón de muebles para patio y para viviendas. Me dice: “mi hermano de New York tiene una tienda de ropa allá, pero no puede mandarme nada de eso”, nos dice.
Con cierto tipo de nostalgia, me dice que eso de ir a buscar la Visa es algo que no ha estimado. No resulta, como nos dice, una solución para él, porque desde siempre fue un buen negociante aquí por estas zonas campesinas. Me dice que no tiene interés en que se le hable de Manhattan, aunque lo ha visto por películas y también por celular.
Mirándome como se mira a un viejo amigo, se saca del bolsillo de la camisa un IPhone y me dice que ese teléfono sí lo adquirió por recomendación de su hermano, que le dijo a quién tenía que comprárselo: unos viajantes que habían llegado al sitio la navidad pasada. “Usted ve, en esta navidad espero que venga más gente de la gran capital, así podré vender más fresas en estos paquetitos que usted ve”: nos habíamos desmotando y ahora hacíamos “vida social en la montaña”, sea esto lo que fuere.
Impresionado con el movimiento de la zona, le pregunto dónde es que se reúne la gente. Midiendo sus palabras, me responde que hay un montón de tigueres, el tigueraje que se mete en la cancha y que no sale de ahí sino hasta las cuatro de la tarde, que es cuando el colmando empieza a “ponerse bueno”. Me aclara que eso no quiere decir que en este sitio vendan mucho: “venden lo que han calculado, unos cuantos pesitos”. Luego nos dice, “pero donde las cosas se ponen buenas es en el billar y en la casa club”, todo el mundo se reúne ahí y comienzan la chercha hasta altas horas de la noche.
Entre otros, me pareció bonito este término: casa club, y pronto nos dio varios nombres de políticos que él considera sonoros, que es peligroso citar, me dice porque pueden ponerte en china. Al cabo de un rato, ya nos íbamos cuando me dijo la última noticia: mire usted, “este motor lo tengo que pagar todavía, no me dan las fresas y el apio para pagar todo lo que debo”. Mis últimas palabras para el: “cómo te entrará la Navidad y su respuesta fue terminante”: “muy bien porque como le dije, viene mucha gente de la gran ciudad”. Le dije que ya sabíamos dónde él vivía, para ir a comprarle “cuando volviéramos” al lugar, que quizás es el mes que viene.
Como he mostrado más arriba, las estampas necesarias para conocer al hombre de campo dominicano, pasan por un intercambio de preguntas que buscan desentrañar cómo piensan estos habitantes de nuestras zonas campesinas. Son seres los dominicanos de una alta visión cívica, es lo que uno mira cuando se acerca a los campos criollos e interroga a sus habitantes. Tienen, aunque no hayan cursado la Universidad, una alta conciencia patriótica y saben lo que es la política. Con la experiencia que otorgan los años, tienen claro que la política es una especie de fuente del poder, y saben decirte que fulano de tal tiene tal visión o tal creencia.
Nos dice que prácticamente no ha dormido desde la noche anterior: un discolight recorre todo el paraje.