Escribo este artículo en mi condición de ciudadana, de artista y de la madurez acumulada por los años. Darme cuenta de cómo el mundo se manifiesta de manera intuitiva y primitiva, muy a pesar de los cambios y avances científicos y tecnológicos, me permite afirmar, de forma convencida y categórica, que la naturaleza humana no ha cambiado un ápice en los más 200.000 años desde la aparición del Homo Sapiens.
El mono alfa, que es el título en este artículo, llama mi atención por el hecho de que aún procedamos en nuestro accionar social del presente, con la misma naturaleza primaria que heredamos, precisamente de los primates. La investigación, la teleaudición de documentales y la lectura libros como El mono desnudo, de Desmond Morris, sustentan sobremanera mi convicción.
La estructura social de estos primos cercanos, incluye la subdivisión jerárquica y la determinación de vivir en un conglomerado de individuos, con extensiones territoriales bien delimitadas para la convivencia, los acercan definitivamente a nuestros usos e instituciones. Igual que nosotros, habitan en grupos sociales, con un orden bien establecido y aceptado por todos. El señor alfa se erige como líder del grupo desde muy temprana edad, presentando dotes de fuerza, independencia y liderazgo. El grupo gremial rápidamente lo comprende y se comporta consecuentemente. Necesitan, igual que los humanos, un mentor que dirija, administre, defienda, y oriente al grupo a lo largo de la existencia.
Qué gran parecido tenemos con estos grupos de animales. Precisamente, estos comportamientos que la naturaleza de manera sabia produce son necesarios, pues aseguran la diversidad y el equilibrio de las especies. Nace el líder, pero en escaso número. Llama la atención el hecho de que no podamos revertir nuestros comportamientos primarios de “monos desnudos”, como llama Desmond Morris a los humanos. He aquí una constante igual en nosotros, y nunca se rompe este ciclo.
Hoy en tiempos modernos y de opinión pública, redes sociales ultramodernas tecnológicamente hablando, con una comunicación proactiva e inmediata, en que todos podemos navegar y opinar, buscar infinidad de informaciones y conocimientos de manera exprés, las ambigüedades son la norma por la que transitamos ante este despliegue de posmodernidad y transhumanismo. La doble moral con que el hombre ha construido este modelo de civilización, que no es más que la misma selva donde habitan los primates, pero con calles, edificios, carros, humo, stress, psicópatas, jefes, obreros y estúpidos. Nosotros los inteligentes humanos nos hemos inventado todo este concepto de civilidad y hemos bloqueado al planeta Tierra en su derrotero de biodiversidad de cambios propios evolutivos. Sin embargo, el humano trasciende de manera exigua.
Desde el inicio de las grandes civilizaciones del pasado, el hombre se comporta de la misma manera: los grandes devoran a los más pequeños y débiles. Parece tonto, pero no hemos abandonado esta conducta. En nuestro espectro social universal, según el escritor Carlo M. Cipolla, la naturaleza creadora se maneja de manera espontánea y previsible con respecto a la población mundial. Una cantidad indistinta de idiosincrasias humanas, que incluye incautos, inteligentes, estúpidos y malvados, indica en su libro La estupidez humana, surgen a la vida de manera constante. Esta es la condición sine qua non con que el mundo humano se reproduce y equilibra, muy parecido al de los animales, y sin que el hombre de pensamiento e de razón altere o revierta esta condición.
La posibilidad de un sistema social igualitario entre los seres humanos se revela como quimérico y como un imposible absoluto. Lo que lleva la humanidad de vida civilizada, en términos de razón y pensamiento, ya debieron haber tenido un proceso real de transformación ideal para la humanidad.
Los especialistas en geopolítica, los politólogos, historiadores, antropólogos, los mismos políticos, y la gente, en sentido general, la mayoría de las veces, enfocan el panorama social de un país o de una región, bajo los esquemas de la polarización de los sistemas que rigen el momento político y sus circunstancias. Nos vamos hacia un lado o hacia el otro. Según nos convenga más de una manera o de otra, es mejor un sistema u otro; presuponemos que somos mejores con estos que con los otros. La lucha es eterna mientras la esencia humana se desintegra, se desvanece.
Los papeles de los protagonistas hegemónicos, trátese de las actuales potencias o de las élites, las luchas por el espacio para la conquista y la explotación, la absolutización de los jefes o macho alfa, son cada vez más oportunistas y desafiantes respecto a su largo pasado histórico y su presente modo de proceder. Definitivamente, el sueño de un mundo mejor se presente como algo cada vez menos posible. Entretanto, la gente está sufriendo.
El hombre es cada vez más culto y menos capaz de vivir en paz. El hombre es cada vez más ingenioso, pero también más inconforme con su vida y su capacidad de disposición. El hombre es cada vez más superior al resto de los demás seres en la tierra, pero también intencionalmente más crueles y egoístas.
La tecnología, el ciber-mundo, las universidades, los centros espaciales, las instituciones científicas, la medicina son logros de nuestra especie de un valor incalculable, si los vemos sin su dual reverso. Sin embargo, sus opuestos: la pobreza, la ambición desmedida, el poder sin razón, la destrucción de la tierra en menos de 100 años, la guerra, el abuso de poder, la corrupción, la matanza indiscriminada de millones de animales para la gula y el comercio, la estafa y el engaño, y una lista grande de etcétera… topamos con las miserias más aborrecibles como precio en negativo de la razón humana.
¿Es, por ventura, esto a lo que hemos estado apostando como reto de vida y humanidad, sin resultado final claro para la colectividad? ¿Ha valido la pena esta exacerbada explotación del hombre para, simplemente, hacer ofrenda al monstruo del ego, reparar a penas en las consecuencias que de ello se derivan?
Los acontecimientos recientes de Venezuela han dado lugar a opiniones muy duras, muy parcializadas y disgregadas hacia dos polos. Los derechistas, que siempre lo han sido, y los de izquierda, que han traicionado sus ideales al resultar más de ultraderecha que nadie. ¿En qué lugar colocamos a la población, que se ha manifestado con total claridad y espontaneidad, con el solo propósito de hacer valer sus derechos fundamentales, aun en cuestión?
El mono alfa en Venezuela, el mono alfa en Cuba, el mono alfa en Moscú, en Estados Unidos, en Israel, en fin… La destrucción del pensamiento como finalidad. Reducirnos a rebaños para facilitar el control siniestro para la explotación sin que emerja alguna queja, por elemental que sea. Olvidan, quienes diseñan el modelo a seguir, que no todos somos iguales ni discernimos de igual manera pensamientos ni emociones.
Nuestra selva ciudad crece. Se vuelve cada vez más complicada. La esencia del mono alfa, desprovisto de humanidad y con las mismas características del primate chimpancé, campea por el bosque de cemento que hemos ideado. Queda mucho porvenir, sin embargo, de lucha por una humanidad para todos, parecida a los ideales de siempre, tan vírgenes que aún se erigen como un gran reto por alcanzar.
“Hay que guardarse de confundir Idea de bien y Dios personal: el Bien es el principio de todo ser,
mas un principio que no habla, no se revela,
y no es objeto de fe, sino de inteligencia”.
Platón