La meritocracia es ampliamente aceptada como un ideal a seguir en muchas sociedades, pues resalta la idea de que los empleos, ascensos, cargos, recompensas y los logros deben distribuirse según la capacidad y el esfuerzo individual.

El mérito es lo ideal, lo que queda por definir son sus limitaciones reales, los desafíos y las disparidades que de él puedan surgir y que develan si es una ilusión o realidad.

La idea fundamental detrás de la meritocracia es que los que trabajan arduamente y tienen habilidades blandas excepcionales deben ascender en la jerarquía social y disfrutar de mayores recompensas y oportunidades.

El término “meritocracia” fue acuñado en 1958 por el sociólogo británico Michael Young en su libro The Rise of The Meritocracy. Aunque este inicialmente lo usó de manera satírica, luego se convirtió en un ideal social.

Con el tiempo, el camino fue descubriendo las limitaciones que implica aplicar la meritocracia por las desigualdades iniciales que existen en toda sociedad, quedando claro que no se puede partir del supuesto de que todos los actores sociales parten de una situación personal de igualdad de condiciones.

Factores como el género, la filiación político-partidaria, la situación económica o la raza, incluso hasta las diferencias de ideas pueden crear desigualdades que dificulten a las personas acceder a las mismas oportunidades.

Otro aspecto para considerar son la discriminación y los sesgos, porque afectan directamente la evaluación al mérito; esto sin contar con las inequidades estructurales de la sociedad.

El acceso a los recursos, la distribución de la riqueza y un sistema educativo de calidad continúa favoreciendo a ciertos grupos en detrimento de otros.

Contemplar estas limitaciones es un paso importante en la reconstrucción del tejido social y la creación de sociedades más justas y equitativas, donde los esfuerzos individuales y el mérito sean valorados.

La meritocracia puede tener un efecto paradójico, en la misma medida en que las personas creen en ella, se vuelven menos sensibles ante las desigualdades reales y desisten en la demanda de políticas que atiendan las disparidades socioeconómicas.

A menor desigualdad social, mejor sistema educativo y fomento de la sana competencia y la superación personal, la meritocracia encuentra un contexto adecuado para expandirse.

Por eso, si bien el ideal de la meritocracia sigue teniendo vigencia, las políticas públicas deben apuntar a crear condiciones para que las desigualdades iniciales de naturaleza social o estructural vayan mitigándose, para que la meritocracia no devenga en un mito.