El marxismo se petrificó y entró en crisis porque no supo asimilar la tradición liberal, en su intento por conciliar -o reconciliar- historia y razón. Como ideología social de redención, en el poder se volvió un “catecismo para indios remisos” –para tomar una frase de Carlos Monsiváis. El marxismo, al basarse en una utopía del progreso, el socialismo -su encarnación de Estado, expresión estatal de poder-, se transformó en una ilusión. Vivimos el ocaso de las utopías sociales -tanto capitalista como socialista- pues ambas se fundaron -o fundamentaron- en la idea del progreso no humano sino material. En el sueño socialista de una sociedad igualitaria y sin clases, está pues la semilla de la utopía del comunismo.
La tentativa revolucionaria de los movimientos sociales del siglo XX hizo de los ideales políticos la búsqueda de un absoluto. Al tratar de convertir en un dogma su ideología, terminaron por desplazar el espacio sagrado de las religiones. Y esa pugna, entre religión y política, creó una confusión ideológica que desencadenó su colapso histórico. El vacío existencial dejado por la ideología socialista ha sido llenado, por consiguiente, por las creencias religiosas: colindancia entre cristianismo y marxismo.
Modernidad y democracia
Nuestra idea de modernidad es hija de Kant, Montesquieu, Hobbes, Rousseau, Hume, Diderot y Tocqueville. Es decir, somos los hijos legítimos de los precursores de la Ilustración. Ellos son los padres de la libertad y la democracia moderna, al cultivar la crítica política, higiene moral de las sociedades. Sin crítica no habría nacido la democracia como régimen político. En consecuencia, democracia y libertad son las hijas siamesas de la modernidad.
Los filósofos de la Ilustración cimentaron los ideales universales del progreso humano como una forma cosmopolita de convivencia. Como se sabe, la Ilustración o Enciclopedismo, fue la madre de la modernidad.
Las ideologías
Todas las ideologías políticas, las filosofías y las religiones son, en el fondo, idealistas. Todas buscan la reconciliación del hombre con la sociedad y la naturaleza, y al hombre, con el mundo. La democracia, como ideal social, es una invención histórica y cultural, diría Carlos Castoriadis. Es un concepto de la modernidad y es imperfecta porque es una creación humana, y el hombre es incompleto, aunque perfectible. Si nuestra democracia no tuvo profundidad y eficacia, se debe a que no la tuvo España, como sí la tuvieron Francia, Inglaterra y Alemania. Es decir, la modernidad en América Latina fue tardía, al igual que las consecuencias de la Ilustración y el Renacimiento. De ahí la causa de las guerras civiles, los golpes de Estado militares, las dictaduras de los siglos XIX y XX. Como se ve, ha sido un proceso con tropiezos, caídas y ascensos. Esto explica el contraste entre la potencia Imaginativa del arte y la literatura, y la anemia del pensamiento científico y político, con sus efectos negativos en la madurez democrática. Crecimos conviviendo entre modernidad y posmodernidad, desarrollo y subdesarrollo.
La democracia se fortalece con su práctica, que es un ejercicio cotidiano de la sociedad y se alimenta con el pensamiento y la crítica. Funciona poniendo en ejercicio sus costumbres, sus ritos y sus usos, es decir, en un estado del ser social para asimilarse e incorporarse a nuestro modo de ser. La democracia, en efecto, se robustece con una clase política con conciencia histórica. La existencia de un clima de gobernabilidad, en el seno de un sistema democrático, es una garantía para evitar el caos, que conduce a la dictadura o al populismo. Así, la democracia es, en suma, no solo un régimen político; es, además, un aprendizaje diario. No es perfecta: la acechan las injusticias, las desigualdades sociales y la corrupción. Las democracias nos crean ilusiones sociales, materiales y espirituales. Sabemos que no es perfecta, pero tiene mecanismos de regeneración y autocrítica, y de alternabilidad: las elecciones libres. Como se ve, no es pura, pero es el menos malo de los mundos políticos y jurídicos de coexistencia en las sociedades civiles.
“La democracia funda al pueblo en nombre del pueblo: es la ley que los hombres se dan a sí mismos. No es un destino promulgado desde lo alto o desde un más allá de la historia; no es la ley dictada por la sangre o por los muertos; es no una fe ni nos propone un absoluto”, dijo lúcidamente Octavio Paz.
Teoría política y el político dominicano
Nuestros políticos no tienen una teoría política y menos una filosofía política. Hablan, pero no piensan ni escriben teorías porque no han escuchado a los maestros forjadores del pensamiento político universal. Su accionar político no tiene de trasfondo un pensamiento metabolizado. De ahí que su ideal moderno está distante del ideal de la Ilustración, que le dio sustento, fisonomía y fundamento.