«Nunca pensé en ser luchador», dijo Cassandro en una entrevista. ¿Frase trillada o auténtica del hombre que quiso reivindicar en el ring a los exóticos?, como llaman al gladiador que se sirve de poses y atuendos afeminados, pero que, en una cultura machista como la mexicana, parece ser un mero bufón de la fanaticada y los rivales; situación que no estaba dispuesto a tolerar, insiste…

Nunca lo había escuchado mentar, pero ahora Gael García Bernal lo encarna en su nueva película. Lo vemos metido en un traje amarillo que combina con su pelo sedoso, los brazos erguidos, el rostro tierno y fiero a la vez, listo para contarnos su vida a trancazos y trompicones.

Así como los exóticos caminan por el borde de una masculinidad borrosa o, incluso, acarician la idea de una abierta atracción hacia el mismo género, así Cassandro había nacido en un sitio fronterizo, no en la violenta y divertida Juárez (donde se forjó como luchador) sino en la ciudad de enfrente, El Paso.

Aunque claro, no podemos mencionar Juaritos sin pensar en Juan Gabriel, un figurón de la cultura popular, adorado como pocos. Sabemos que allá su nombre preside calles, que su rostro sorprende uno que otro mural y que incluso hay parques y estatuas en su honor. En este mismo lugar, golpeado por el abandono oficial y explotado por las voraces maquilas, había espacio y tiempo para el júbilo, como cuando a Cassandro lo llevaban a las luchas a mediados de los setenta. Más tarde, irá a entrenar y a aprender llaves, previo requisito académico impuesto por la madre: «Eso sí, me acabas la escuela mijito», le habría dicho y a los diecisiete ya había terminado una carrera técnica de asesor administrativo en no sé qué…

En la aburrida vida real, Cassandro responde al nombre de Saúl Armendáriz y siempre estuvo seguro que de un par de cosas: de su identidad sexual, de ser gay sin closets de por medio y de sus ganas de luchar más allá del relajo y el escarnio con el que trataban a los exóticos, menciona en la conversación.

Sus ansias luchísticas le venían, cómo no, por las películas de Santo y Blue Demon que veía en su casa. Los superhéroes mexicanos que en innumerables ocasiones salvaron al mundo de ataques extraterrestres, de zombis terroríficos, de momias milenarias, le indicaron el rumbo a ese chico tímidamente fronterizo.

Por otro lado, habría que aclarar que el bando exótico no es novedad. En los cuarenta, por ejemplo, Dizzy «Gardenia» Davis era famoso por repartir esas aromáticas flores antes de cada lucha y por su peinado perfecto, que luego de las escaramuzas iniciales su valet volvía a arreglar. Algo inusual, eso de andar con un fiel escudero en aquellos años, mencionan los cronistas.

Tiempo después, aparecía otro luchador fundamental: Rudy Reyna, quien combinaba sus «finos modales» con mañas y golpes de rudo. Era rudísimo y feroz y combatía como nadie y también reivindicaba sus preferencias… Sin duda, en él se inspiraría nuestro Cassandro, pero él fue más allá, puesto que a principios de los 90 se enfrentó al Hijo del Santo. Una lucha impensable y que provocó mucha polémica (¡Cómo ponen a ese maric… y contra…!). Sin embargo, pese a haber perdido, ganó respeto y por supuesto, una linda dosis de popularidad…

«El maquillaje es mi máscara», sentencia sin ambages, para después añadir que en sus inicios le cubrieron el rostro con el nombre de Míster Romano, pero se sentía oprimido hasta que se liberó para presumirle a la fanaticada una melena pletórica de tintes, champús y demás menjurjes.

Por cierto, el entrevistador es nada menos que el Hijo del Santo, quien ni siquiera le da tiempo al súper exótico de acomodarse en su silla cuando le asesta si recuerda una fecha. ¡Claro! Aquel remoto 16 de junio de 2007 El de Juárez-El Paso perdía, por primera y única vez, su rubia y acicalada cabellera y el victimario no era otro que el preguntón. Fuera risas, si el hijo del Enmascarado de Plata tiene modales rudos a la hora de las entrevistas, es un caballero en el encordado.

Como decía, agradezcamos a Gael que nos muestra a este personaje (y al director Roger Ross Williams) polifacético y emocionante. La película me recordó al exótico de mi ciudad, que veíamos pelear en la destartalada Arena de Gómez Palacio y que incluso se le podía ver caminar por el parque central. La gente lo saludaba amablemente, Qué onda mi Sexi Piscis. Más valía, no fuera a ser que una mala y machista broma te costara un ojo morado o algo peor…