En fecha 13 de febrero de 2023, el presidente y el secretario general del Instituto Duartiano, Dr. Wilson Gómez Ramírez y arquitecto Jacinto Pichardo Vicioso, acompañados de otros distinguidos ciudadanos, me hicieron entrega, en calidad de director del Archivo General de la Nación, de una correspondencia, fechada el 10 de ese mes, en la que se anexa el “Manifiesto Patriótico del 6 de agosto de 2022. A todas las naciones, instituciones, organismos y pueblos del país y el mundo”. Tras escuchar la exposición del doctor Gómez Ramírez, me comprometí, en tanto que ciudadano independiente, a comentar su contenido.

A mi juicio este es un documento que reviste enorme importancia, porque expone posturas juiciosas acerca de las consecuencias del flujo migratorio proveniente de Haití y otros aspectos relativos a la dramática situación por la que atraviesa el país vecino y las relaciones entre los dos Estados que comparten la isla de Santo Domingo.

No es mi propósito analizar todas las aristas que contiene el documento. Me limitaré a algunos puntos que me parece que contribuyen a una correcta intelección y resolución de los problemas enunciados.

En el Manifiesto del 6 de agosto de 2022 se aprecia que la República se encuentra en un “grave riesgo de que perezca…”, por lo cual se precisa la aplicación de los preceptos de Juan Pablo Duarte. Infieren tal amenaza de la situación de Haití como Estado fallido y del abandono por parte de la comunidad internacional y algunos de sus organismos. Se enuncia que, aunque es el pueblo haitiano quien debe resolver sus problemas, en el presente se precisa de “un esfuerzo de corresponsabilidad de otros actores…”.

Respecto a este señalamiento, aunque correcto en abstracto, me parece que debería precisarse en el llamado de que se constituya una genuina comunidad internacional que actúe en este tema. Desde hace más de un siglo, al menos desde 1915, cuando se produjo una abusiva invasión a su territorio, Haití se encuentra en el patio trasero de Estados Unidos. Los males de Haití son complejos, pero Estados Unidos ha formado secularmente parte de ellos. Hoy más que nunca Estados Unidos ejerce una hegemonía completa sobre lo que se conoce como Occidente, y voceros de esa potencia han expresado que no tienen planes para actuar en Haití. Por tanto, tiene toda la razón el Manifiesto cuando enuncia que “los líderes de la comunidad internacional y hemisférica nunca han hecho un esfuerzo auténtico, consistente, sincero, de rescatar y reconstruir a Haití en Haití, ni siquiera después del horroroso terremoto de 2010…”.

Soldados invasores estadounidenses en Haití, 1915.

Una comunidad internacional implicaría, en primer lugar, la participación de América Latina y de otros países que muestren simpatías genuinas por Haití y por la delicada posición de la República Dominicana.

El componente central del Manifiesto denuncia un crimen contra los dos pueblos por efecto de la violencia descontrolada en Haití, que podría llegar a tener por consecuencia trasladar millones de haitianos a territorio dominicano, “a la vez que se maniobra en las sombras para que se complete el proceso de trasladar millones de haitianos, para su asentamiento definitivo en la parte oriental de la Isla de Santo Domingo”.

No dispongo de los elementos para juzgar el origen de este planteamiento. Ahora bien, los hechos conceden razón al Instituto Duartiano. La magnitud del flujo migratorio existente lo torna altamente amenazante, y el país ciertamente debe usar sus prerrogativas soberanas para revertirlo. Ante esto, como bien indica el Instituto Duartiano, han proliferado las presiones de los organismos internacionales y de las potencias involucradas para impedir que el Estado dominicano despliegue un proceso de regularización migratoria. En términos del Manifiesto: “han abusado de la debilidad y la dependencia de la República y de parte de sus clases dirigentes políticas y no políticas, que no han sabido o no han podido resistir las injerencias, los chantajes y las manipulaciones, que ejercen los grandes centros de poder conjurados…”.

Haciendo abstracción de componentes de este trascendental documento, me interesa abordar dos otros aspectos. Primero la estigmatización de racismo, xenofobia y antihaitianismo a los que propugnan por una regularización del problema migratorio. No dudo que haya personas con esas posiciones, pero lo que se discute hoy no está condicionado por ellas. Se ha extendido el sambenito de “racista antihaitiano” a todo aquel que reconoce la gravedad de lo que se califica como “un serio problema de seguridad”. Por el contrario, me consta que muchas personas alarmadas ante lo que sucede no abrigan sentimientos antihaitianos. En lo que a mí respecta, he sentido siempre que debe primar la amistad entre los dos pueblos. De igual manera, me siento por completo libre del pecado moral del racismo, cuya mayor intensidad se produce a escala mundial en el país que alberga millones de integrantes del Ku Klux Klan y una miríada de organizaciones armadas de ultraderecha. ¿Ha habido alguna vez entre los dominicanos un planteamiento agresivo y excluyente a favor de la supremacía blanca? Por el contrario, una de las claves de la constitución del pueblo dominicano ha estribado en la integración de sectores étnicos, aunque, claro está, acompañada por la reproducción de preceptos de racismo o prejuicio racial como derivación de la formación en la colonia y de la ideología proveniente de España y reciclada en tiempos ulteriores en Occidente.

Un segundo punto radica en la acertada propuesta de la unidad nacional, que implica superar “banderías partidarias” y “preferencias ideológicas”. La búsqueda de una regularización de la migración en nuestro medio, efectivamente, no se corresponde con las perspectivas de ultraderecha en fase de ascenso en Europa desde hace mucho tiempo. La atribución que hacen algunas personas que se ubican en la izquierda de un contenido reaccionario al planteamiento regulatorio choca con la realidad. La acusación no es asumida por la izquierda en bloque ni mucho menos, aunque, ciertamente, al igual que en Europa, se ha producido un deslizamiento hacia temáticas que no se corresponden con la naturaleza tradicional de la izquierda.

Hoy, en la derecha y la izquierda de República Dominicana contrastan las variedades de posiciones. Me consta que, a pesar de las naturales actitudes humanitarias e internacionalistas, una amplia porción de personas de izquierda comprende que el problema migratorio y de las relaciones con Haití obliga a definiciones a favor de la nación dominicana. En lo que concierne a mi experiencia, creo que son pocos los izquierdistas definidos que esgrimen los sambenitos del antihaitianismo. La generalidad de los que lo hacen en verdad han abjurado de la izquierda en gradaciones variadas. En cuanto a la derecha, en su componente social, resulta ser la agente local del flujo migratorio, como bien lo ha expuesto el intelectual marxista Mario Bonetti, con la finalidad de generar una mano industrial de reserva con la cual explotar a discreción una población depauperada, sujeta a abusos extraordinarios y con escasa posibilidad de negociación. De manera que la derecha, en términos genéricos, se mueve entre el interés empresarial y un temor a las consecuencias de lo que acontece teñido de prejuicios raciales y étnicos.

Miradas las cosas, la demanda del Instituto Duartiano, si bien de válida inclusión, tiene un contenido objetivamente democrático y progresista. El engrosamiento incontrolado de la migración, como hasta ahora, tendría la consecuencia de alterar la existencia de la nación, entorno conveniente para que los dominicanos gocen de la posibilidad de ejercicio de sus derechos. La nación dominicana se formó con intenciones democráticas recibidas del padre de la patria, contrarias a exclusiones étnicas y sociales. Los que afirman lo contrario, a nombre de la solidaridad con Haití, desconocen o falsifican la historia del pueblo dominicano, fraguado en combates a opresores extranjeros entre 1801 y 1965. Recuerdo la narración que me hizo Rafael Mejía Lluberes de que, cuando en el exilio en Venezuela en 1960 se planteó una intervención extranjera para derrocar a Trujillo, amenazó con denunciarla. Quienes saludaron la intervención en Haití ordenada por Bill Clinton evidentemente carecen de los elementos ideológicos de una izquierda genuina.

El Instituto Duartiano concluye su Manifiesto con una propuesta de medidas, cuyo análisis dejo para una próxima entrega. Subrayo, de todas maneras, que lo que está en juego, como indica, es que el Estado dominicano asuma las prerrogativas de la soberanía, se coloque por encima de intereses particulares y obre en beneficio del colectivo nacional. Son cuatro las dimensiones, y no otras supuestas, que accionan sobre el desbordamiento de la migración, cada una de las cuales remite a consideraciones particulares para analizar las propuestas: los intereses empresariales, la agudización de la depauperación en Haití, la corrupción estatal coludida con la empresarial y las presiones de Estados Unidos.

 

Roberto Cassá en Acento.com.do