Un amigo me dijo recientemente que una inflación de 9% es manejable, que no debe afectar las perspectivas de crecimiento económico y que estando tan lejos todavía de las elecciones no debería ser un problema político. Y creo que en parte tiene razón en sus planteamientos. Pero solo en parte. El fenómeno es un poco más complejo de ahí, como todo en economía.
Una inflación de 9% no es para nada cercana a la vivida en las crisis de 1990 (80%) y del 2003 (43%). Es más parecida a la que experimentamos en 2008 y 2011, cuando el país enfrentó aumentos inesperados de precios internacionales. Y al igual que en esos episodios, no hay dudas de que el actual es un fenómeno mundial: la inflación en Estados Unidos, en Europa y en la mayoría de los países de América Latina está rompiendo récords históricos.
En nuestro caso el problema es que venimos de un periodo de inflación menor a 3%, el cual inició en 2012 y se extendió hasta fines del 2020. Ahora es tres veces superior. Por eso se siente tanto. Ya estábamos acostumbrados a vivir con muy baja inflación. Durante ese periodo de más de cien meses, la inflación interanual no superó el 6% en ningún mes.
Cuando se publiquen los datos a marzo, este será el décimo quinto mes consecutivo con inflación superior a ese umbral; y esto lo convertirá en el segundo choque inflacionario más persistente desde el observado entre el 2010 y el 2011. Y con un promedio cercano al 9% es el segundo choque inflacionario más grande luego de la crisis bancaria, solo detrás del que se verificó entre 2007 y 2008 en que la inflación promedio durante más de un año fue superior al 10%.
Estos tres episodios tienen algo en común: están asociados a crisis del petróleo y de los precios de alimentos e insumos a nivel internacional. Es decir, se trata de choques importados. Esto refleja el adecuado manejo de la política monetaria, la cual fuera de periodos inflacionarios internacionales se maneja dentro de los rangos de su meta de inflación.
Otro gran problema que enfrentamos es que, para dos grupos de bienes sensibles, como son los alimentos y el transporte, la inflación ha sido consistentemente más alta que el promedio: 10% y 16% respectivamente en el mismo periodo. Y como estos son los rubros que más consumen los sectores más pobres, entonces el choque es altamente regresivo. Esto ha ocurrido a pesar de los subsidios que se han otorgado.
Entiendo que en general el Gobierno está haciendo lo que puede: un menú de medidas por el lado fiscal, algunas más eficientes que otras. Un aumento del déficit y la deuda parece inevitable. La alternativa es una fuerte contracción del gasto que se considere no prioritario. Es una de las disyuntivas que enfrenta el Gobierno, pero no la única.
La apreciación reciente del tipo de cambio es otro ejemplo: si bien por un lado ayuda a combatir la inflación, por otro perjudica a los sectores exportadores. A partir de ahora, tristemente, las opciones de política económica reflejarán dilemas y disyuntivas en que habrá sectores perdedores.
Otro caso ocurre en el sector turismo. Ahora se propone la eliminación de la exención a los impuestos que pagan los combustibles en los sistemas aislados de generación eléctrica. Esto simplemente se trasladará a mayores precios en la tarifa eléctrica. Con el objetivo de recaudar una cifra marginal: ¿Vale realmente la pena afectar a un sector impactado por la COVID, la guerra de Rusia-Ucrania y ahora por la apreciación de la moneda? No parece razonable.
Como tampoco lo es un aumento de la tarifa eléctrica que está siendo sesgado hacia los sectores de menor consumo. En español esto significa que a los pobres les está aumentando la tarifa mucho más que a los ricos. Para algunos clientes de bajos recursos con consumos menores a los 200 kwh, el aumento acumulado de la tarifa en los últimos meses es superior al 25%. Esto puede ser eficiente, pero no es sensato. La alternativa, por supuesto, no es nada halagüeña. El Gobierno enfrenta la posibilidad real de un déficit del sector eléctrico cercano a los dos mil millones de dólares este año.
Desde que se inició la pandemia los países viven bajo un drama constante: pandemia, confinamiento, inflación, escasez de algunos productos, desempleo, problemas en las cadenas de suministro, por citar algunos. Nosotros hemos sorteado la crisis mucho mejor que la mayoría de los países del mundo. Somos privilegiados. El tiempo de corregir distorsiones históricas tal vez debe esperar un poco más.