Imagina que te asaltan, te quitan tu celular, tu computadora y te golpean. ¿Crees que tu papá, tu mamá o tus tíos tratarían de convencerte de retirar la querella para darle “una oportunidad” al delincuente porque a lo mejor es “un hombre serio”?

Si esa posibilidad suena descabellada, ¿por qué hemos normalizado la idea de que es justo o razonable pedir a mujeres víctimas de violencia, víctimas de palizas, que retiren las querellas contra agresores que ponen sus vidas en riesgo? Peor aún, ¿cómo hay fiscales que contemplan la posibilidad de negociar con hombres que han disparado contra mujeres?

El feminicidio de Chantal Jiménez pone en evidencia casi todo lo que está mal con la prevención y sanción de la violencia machista en la República Dominicana. Queda claro que necesitamos más educación en temas de igualdad y derechos humanos en las escuelas y universidades; y a través de los medios de comunicación, las organizaciones sociales, las iglesias y, en general, en todos los lugares donde socializamos.

Como en muchos casos, el feminicidio empezó a gestarse porque un hombre violento y machista se negaba a aceptar la libertad de una mujer y a reconocer que ella era su igual y gozaba de sus mismos derechos. Ni el derecho a la vida se nos reconoce plenamente.

Posteriormente, el Ministerio Público y el sistema de protección a víctimas de violencia machista fallaron. Chantal hizo lo que se nos sugiere: denunció la violencia, utilizó las vías legales. Pero el hombre que ya ha la había intentado asesinar fue liberado y portaba su arma de fuego. ¿Cómo le permitieron conservar una pistola a alguien que ya había intentado cometer un feminicidio?

Y el padre de Chantal, a quien no debemos juzgar por la muerte de su hija, porque está destrozado y es, a fin de cuentas, una persona con buenas intenciones, producto de nuestra cultura machista y de la falta de información y formación sobre violencia de género; pensó que resolvería el problema con un “pacto de hombres”, entre él y el ahora asesino de su hija, Jensy Graciano Cepeda, quien se suicidó luego de cometer el crimen.  Él pensó que Graciano no la asesinaría y convenció a su hija de que fuera a la Fiscalía a retirar la querella. Recordemos que los casos de violencia de género son de interés público, pueden y deben continuar su curso hacia la justicia incluso si la víctima trata de detenerlos.

De acuerdo con publicaciones de medios de comunicación, miembros de la familia del feminicida responsabilizan a Chantal de su propia muerte, por supuestamente tener un comportamiento que consideran inapropiado. ¡Hasta de nuestra muerte nos van a culpar!

¿Qué decir de los medios de comunicación? ¿Por qué un medio de comunicación, con una gran audiencia, publica informaciones que no ayudan ni a entender este caso en particular, ni a revelar problemas en el sistema judicial o de protección a la víctima, y que dañan la imagen de una persona que ya no puede defenderse, hieren la sensibilidad de sus familiares y contribuyen a perpetuar la idea machista de que las víctimas “se buscan la muerte” por no cumplir con las expectativas de los hombres?

Por otro lado, muchos mensajes de las redes sociales reflejan la necesidad de implementar políticas públicas integrales que promuevan la educación, prevención y sanción de la violencia machista con carácter de urgencia en cada barrio, campo y ciudad. Hombres que justifican el feminicidio en caso de infidelidad o de simple “comportamiento inapropiado”, que para las mujeres no suele ser más que actuar con la libertad de salir y divertirse como la mayoría de los hombres.  Mujeres que piensan que la responsabilidad es de la mujer por no guardar las apariencias durante un tiempo y “provocar la rabia” del hombre.

Argumentos absurdos y sin valor alguno. Hay que educar para instalar en la sociedad una idea muy simple: las mujeres y los hombres tenemos los mismos derechos. Las mujeres no somos propiedad de los hombres, ni ciudadanas de segunda categoría. Tenemos el derecho de relacionamos con ellos, o no, desde la libertad.

Y también tenemos que insistir en la necesidad de trabajar nuevas masculinidades. Necesitamos hombres capaces de ser nuestros compañeros y de respetar nuestra autonomía. Todo un cambio cultural que no vamos a lograr mientras se prohíban contenidos sobre igualdad en las escuelas y se pongan trabas a políticas de equidad en todos los espacios.

Sé que hay que continuar educando a las mujeres sobre la necesidad de identificar los signos de violencia y buscar ayuda. Pero, ¿de que sirvió en este caso? De poco sirve centrarse solo en las mujeres. Todas y todos debemos educarnos para construir una sociedad más igualitaria, una en la que los hombres que elegimos para ser nuestros compañeros respeten nuestra libertad y nuestra vida.

El Ministerio de la Mujer ha alertado de que ya 25 mujeres han muerto a manos de sus parejas o exparejas en lo que va de año, según ha publicado la prensa nacional. No es un tema individual, no es culpa de la minifalda, del alcohol o de los celos. Es el machismo que atraviesa toda la sociedad y no respeta la libertad ni la vida de las mujeres. ¿Cuánto tiempo más hay que esperar para hacer políticas públicas reales que ayuden a parar esta violencia, este gran problema de seguridad pública?