El reloj avanza hacia el compromiso electoral del 2024 que marcará un episodio más de la no tan joven democracia formal de la República Dominicana, construida a puro derramamiento de sangre, a fuerza de vencer una dictadura con los disparos de las balas del hartazgo y la resistencia a formas edulcoradas de tiranías, enfrentadas en las calles, en los clubes, en las universidades populares, en la prensa combativa y en las urnas hasta sus derrotas definitivas para levantar instituciones sólidas.

La construcción de instituciones fuertes tuvo una base material que se ancló en el desarrollo de fuerzas productivas que han resistido malquerencias políticas, aquellas que en algún momento pusieron en juego la estabilidad que, a pesar de malformaciones en el diseño de la institucionalidad, construyó el pueblo en sus diferentes expresiones; en alianza con los dueños del capital que necesitaban paz social para garantizar la renta que se ha acumulado a base de una obscena desigualdad que cargamos en la canasta de la deuda social y se presenta como tarea impostergable.

Con altas y bajas -sueños alcanzados, proyectos frustrados- fuimos edificando una sociedad que, de a poco, comenzó a colocarse, en materia de desarrollo, en un sitial de privilegio frente a nuestros pares de América Latina. Tal fue nuestro avance que algunas administraciones descompuestas, embutidas en singulares y olímpicas incapacidades, no pudieron romper la ley de la física, aplicada a la economía en su puje y conjunción con la inercia, porque aislados actos de desaceleración no lograron detener el carro que las fuerzas sociales y económicas impulsaron, que la visión de largo plazo proyectó más allá de un horizonte con orillas sin firmezas.

"Líderes" de poco vuelo, administrando miserablemente los bienes públicos, gestionando torpemente el Estado, además de eventos económicos internacionales con impacto local e incluso desastres naturales como huracanes y la propia pandemia de la Covid-19, no lograron minar los cimientos de nuestras fuerzas productivas. Y así, eventos tras eventos eslabonados con procesos electorales, nos han perfilado como una sociedad que seguirá avanzando, sólo que el ritmo de nuestro avance lo determinará el resultado del proceso electoral, pues ocurre que accidentes electorales en el pasado ralentizaron nuestra carrera hacia el progreso; progreso expresado en episodios que han evolucionado en una infinita cadena de crisis y soluciones que desembocan en nuevos retos y desafíos; en la dinámica de la demanda creciente que requiere de conductores sagaces, inteligentes, creativos, actualizados e instruidos.

Las elecciones del 2024 pondrán al país frente a la disyuntiva de continuar dando vueltas en el accidente histórico en que nos metió la coyuntura política del 2020, en la arritmia sofocante que nos ahoga como nos ahogó la que inició en el año 2000, o reencauzar al país por el sendero de la estabilidad que dan unas fuerzas productivas que, aunque lastimadas, son suficientemente maduras, y por tanto, capaces de tomar el carril que recomienda asirse de un guía, un maquinista capaz de conducir un tren de última generación, el que -sin ser panfletario, porque no es necesario- mencionaré: ¡Leonel Fernández! El maquinista que junto la Fuerza del Pueblo (FP) y a sus militantes, como el tren y los rieles sobre los que debe caminar la República Dominicana para avanzar hacia el desarrollo sin percances. Solo la formalidad me ha hecho ser explícito, porque el argumento de este trabajo y la realidad alimentada de memorias y de datos duros, señalan con índices claros al líder y al Partido como guía y vía.