Acaba de concluir con relativo éxito la Feria del Libro, pese a las quejas sobre deficiencias en el montaje de la actividad. Atreverse a producir este festejo de la cultura y la educación, cuando el país ha estado cerrado a toda actividad pública por dos años consecutivos y concitar una masiva asistencia de ciudadanos constituye un notable éxito. Hasta mediados de enero difícilmente se podía pensar en su celebración, no solo en los detalles finales de planificación, sino en sus actividades ejecutivas que deben ser realizadas con un considerable tiempo de antelación. El problema de la escasez de libros principalmente de novedades, no se puede imputar como una dificultad de esta Feria del Libro, sino de nuestra sociedad donde la industria editorial no existe, siempre ha sido pura ficción.
Contrario a lo pregonado por los enemigos del estudio y la educación, el libro no podrá desaparecer hasta que las computadoras no reemplacen el cerebro humano y su especialidad en las múltiples facetas de la ciencia y la cultura. Desde el papiro hasta el libro electrónico, esto solo es un medio para comunicar ideas y lo que puede debatirse es si expirará o no el libro de papel en su elegante litigio con los medios electrónicos.
Acento en su edición del 1 de mayo insertaba la información que el escritor y guionista argentino Guillermo Saccomanno, encargado del discurso inaugural de la Feria del Libro de Buenos Aires, criticó la organización de la actividad y a la industria editorial. Una de sus quejas es sobre el elevado costo del papel impuesto por las industrias que en la Argentina monopolizan este producto. Esto ocurre en múltiples lugares, donde el libro de papel se ha reposicionado con relación al electrónico. Este último tiene reales valladares, primero es acostumbrarse a ese tipo de lectura más compleja, prender la computadora, verificar la carga, ubicar el archivo. etc. Mientras el libro en papel no tiene dificultades, como decía Saramago usted lo puede oler cuando es nuevo. Además lo puede abrir y leer al instante, abrazar, rayar o subrayar y leerlo en las condiciones que usted considere pertinente, solo con un rayito de luz, aunque sea en una loma inhóspita o en alta mar sin comunicación satelital. No tiene diferencias con el tiempo y sus avances tecnológicos, tengo en mi biblioteca el Album del Comendador Moreno de Chirsto, editado en París por la Imprenta de P. Mouillot en 1889, lo puedo leer, rayar cuando quiera, y alguien en 2089 podrá hacer lo mismo. ¿Sucederá algo similar con un libro electrónico?
No obstante, el problema básico no es pugilato entre el libro de papel vs. libro electrónico. El tema es: ¿Podrá el libro en cualquiera de sus modalidades sobrevivir en medio de nuestra histórica incultura dominante? Hace exactamente ochenta años, que Francisco Moscoso Puello en su penetrante obra Cartas a Evelina, nos decía:
“Muchos son los libros que se han escrito en la República; desgraciadamente son poco leídos; las ediciones han sido escasas; los escritores dominicanos figuran rara vez en nuestras bibliotecas y, para tortura de los bibliófilos, hay muchas obras sobre las cuales existen serias dudas de si fueron editadas alguna vez. Un dato curioso, señora, todos, o la mayoría, están en su primera edición”
“Los escritores dominicanos se caracterizan por el hecho de que en su mayoría han realizado la hermosa máxima del Arte por el Arte. […]. (Francisco Moscoso Puello. Cartas a Evelina. Editora Manatí. Editora Manatí. Santo Domingo, p. 51).
Este sermón literario parece dictado al filo de nuestros tiempos, se vive el mismo drama, ha sido perpetuo. No contamos con verdaderas editoras que asuman el rol mercantil y de promoción de las publicaciones desde la época de Moscoso Puello, que ya teníamos editoras famosas en Amèrica, por ejemplo las argentinas Claridad y Kapelusz, y las cubanas: La Moderna Poesía y Cultural S. A.
Saccomanno en su discurso en la Feria del Libro de Buenos Aires, cuestionó la industria editorial Argentina, quejándose que los autores cobran solo el 10% del beneficio de las ventas de sus obras. Pero aquí la cosa es peor, los autores debemos costear la edición de los libros y no existe un ambiente de mercado para su venta, porque la mayoría de las librerías importantes cerraron sus puertas. Solo queda una gran librería que se mantiene en pie con todo su esplendor, depende de una poderosa empresa comercial y sus propietarios con dignidad han apostado a la cultura. La competencia de esta empresa, hace cerca de diez años dejó de comprar libros a los autores criollos, y en los estantes de sus tiendas dispersadas por todo el país tienen dos o tres libritos de manera simbólica.
Se añade el aciago ingrediente que pese a la crisis editorial congénita, los autores también debemos cargar con un bendito “comprobante fiscal” de la Dirección de Impuestos Internos, (supuestamente los libros no pagan impuestos) que además de saldar, se debe contratar a un contador público para los trámites burocráticos de lugar. Esto ha provocado la irrupción en el escenario del libro de intermediarios, que te facilitan el comprobante fiscal a cambio de un porcentaje de la venta de los libros.
Este es nuestro dilema, por eso en las ferias del libro los estantes de los autores son dos o tres mesitas en un local apiñado, para no decir hacinados, no solo en esta sino en todas las demás.
Las librerías, salvo Cuesta y La Trinitaria (que lucha por no desaparecer) que usted observa en las ferias del libro con estantes, son fantasmas en su mayoría, no existen en ningún punto geográfico. Con la excepción de Mateca, que fue un gran esfuerzo editorial de sus propietarios, auténticos bibliófilos que cerraron sus puertas, debieron recibir alguna ayuda gubernamental. El auge de los libros siempre fue impulsado por librerías emblemáticas como La histórica de los hermanos García en el siglo XIX, la Librería Dominicana, regenteada por Julio Postigo, Amengual, Editorial Duarte, La Amèrica, Instituto Americano del Libro, la Librería e imprenta de La Rosa, de Juan de La Rosa Méndez, que constituyó un faro de cultura en mi barrio de Villa Francisca, con sus concursos de álbumes de postales con aspectos de la naturaleza, beisbol, literarios, cine, etc. Crecimos en el barrio con este destello de cultura.
Se trata de un grave inconveniente que no podemos achacarlo a la Feria del Libro recién pasada, ni a las demás. Otras dificultades como la geográfica deben ser valoradas. En la zona colonial con calles estrechas, escasez de estacionamientos, agravado con el cierre del parqueo del Ayuntamiento en la calle Del Conde, atentan contra la movilidad de los asistentes que poseen vehículos propios, por las dificultades para estacionarse, esto no se soluciona parqueándose en la plaza de la Cultura y trasladándose en guaguas a la zona ferial. Conlleva buscar parqueos en las calles aledañas a la Feria, que en su mayoría no tienen parqueos y los visitantes compiten con los residentes de la zona apoderándose de sus parqueos frente a sus domicilios, originando un caos. No sería lo ideal, la alternativa menos problemática es la antigua ubicación en la Plaza de la Cultura, porque las edificaciones de las calles laterales además de ser más amplias, tienen en su mayoría parqueos propios y los visitantes pueden ocupar espacios entorpeciendo en algún grado menor a los residentes, además el Metro tiene una parada en la Plaza de la Cultura.
En cuanto a las novedades bibliográficas, generalmente son muy esperadas las de editoriales extranjeras, en esta oportunidad por las dificultades muy pocas editoriales foráneas asistieron, y es entendible. Esto tiene mucho que ver con el país invitado, como ha ocurrido con Uruguay, Chile, Guatemala, Venezuela, México, Cuba, Puerto Rico, Perú y otros, que han traído fondos bibliográficos poco disponibles para nuestra incomunicación insular y han sido un éxito. También la coincidencia con otras ferias.
Lo penoso lo constituye que para la próxima feria, el país invitado es Israel, Estado genocida que mantiene un apartheid contra el pueblo palestino, provocando que sectas musulmanas irracionales asuman represalias inconsecuentes en otros lugares del mundo. Además de los pocos vínculos nuestros con la cultura xenofóbica israelí, y la diferencia de idiomas. Será muy poco lo que nos puedan ofrecer en materia de novedades editoriales en nuestro idioma estos asesinos de niños, mujeres, ancianos y hombres palestinos.
Sin regateos, pese a las dificultades la Feria del Libro fue exitosa, tomando en cuenta que se desarrolló contra los vientos y mareas de la pandemia y de manera concreta la lluvia, que no pudo parar la fiesta. Se deben valorar y superar en el futuro los aspectos inadecuados, como el exceso de conferencias, lo ideal es realizar un programa mínimo y puntual, bien organizado y promocionado. Además de buscar la asesoría necesaria de quien demostró ha sido el mejor organizador de estos festejos, José Rafael Lantigua, que es un bibliófilo de larga data y no creo se niegue a aportar su colaboración, de igual modo rescatar la librería ideada por este. No obstante, por encima de todos los inconvenientes: ¡El libro jamás será vencido!