Los medios electrónicos de la República Dominicana han visto un aumento significativo en el uso de expresiones obscenas y vulgares, tanto en programas de televisión y radio como en contenidos publicados en redes sociales. Palabras que antes se consideraban inadecuadas para espacios públicos o formales ahora se utilizan con total normalidad, lo cual plantea inquietudes sobre la influencia que este tipo de lenguaje puede ejercer en la sociedad.
La rapidez con que se difunden las expresiones soeces a través de plataformas digitales refleja un fenómeno cultural que trasciende la mera moda. La normalización del lenguaje vulgar no solo revela cambios en las costumbres, sino que también pone de manifiesto tensiones entre la libertad de expresión y la protección de aquellos sectores más frágiles, especialmente niños, niñas y adolescentes.
Consecuencias para la infancia y la juventud
El uso frecuente de un lenguaje agresivo puede influir de manera determinante en el desarrollo integral de niños, niñas y adolescentes. Durante la niñez, las personas están construyendo su identidad y adoptan patrones de conducta que, con el paso del tiempo, definen su modo de relacionarse con los demás. La incorporación de expresiones soeces puede afectar la forma de resolver conflictos y el entendimiento del respeto hacia otros.
En la adolescencia, la búsqueda de aceptación social coincide con un contexto saturado de contenidos mediáticos que celebran el hablar vulgar. En ocasiones, esta dinámica produce una desensibilización frente a expresiones ofensivas y a la violencia verbal. En el futuro, la interacción social y el desempeño académico o laboral podrían verse comprometidos por la práctica sistemática de un lenguaje inapropiado, alimentado por la alta exposición a modelos poco constructivos.
Regulación y debate sobre la libertad de expresión
La Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía (CNEPR) ejerce la función de regular la difusión de programas que se consideren perjudiciales para la moral y las buenas costumbres, especialmente cuando involucran a menores de edad. Esta labor, sin embargo, suscita el debate sobre los límites que podrían imponerse a la libertad de expresión. Para unos, es esencial proteger a la niñez y la adolescencia de influencias tóxicas; para otros, imponer restricciones significaría una forma de censura contraria a los principios democráticos.
En este punto, surgen posturas que reclaman una mayor precisión en la clasificación y clasificación por horarios de los contenidos televisivos, radiales y digitales. Se propone que, en lugar de prohibir totalmente ciertas expresiones, se ajusten los espacios y las franjas horarias para garantizar que los más jóvenes no estén expuestos al uso continuo de lenguaje obsceno, sin por ello limitar la libertad de una audiencia adulta capaz de elegir.
Hacia una cultura de responsabilidad compartida
La familia cumple un papel fundamental en este proceso, pues la supervisión y el diálogo constante acerca de lo que niños, niñas y adolescentes consumen en redes sociales y medios electrónicos posibilita la creación de un filtro natural ante el lenguaje ofensivo. El liderazgo de los padres, madres y tutores en la orientación de los hábitos de consumo puede contrarrestar la influencia de la cultura mediática que impone modas lesivas para el desarrollo personal y el respeto mutuo.
La proliferación del lenguaje obsceno y vulgar en los medios electrónicos dominicanos refleja transformaciones en el plano social y cultural que, si bien responden al derecho de expresarse libremente, también plantean la responsabilidad de salvaguardar el bienestar y la formación de la infancia y la juventud. Hallar un punto intermedio entre la libertad individual y la protección de los más vulnerables, es un desafío que reta a los diversos actores involucrados, desde el Estado y la industria mediática hasta las familias y las comunidades escolares.
Lejos de pretender un discurso exclusivamente normativo, la clave radica en promover una cultura de conciencia y responsabilidad compartida. De esta forma, sería posible enriquecer el espacio comunicativo sin atentar contra la espontaneidad ni caer en la trivialización del habla, preservando así la calidad de los mensajes y el respeto hacia quienes merecen un entorno educativo y cultural seguro.