Durante este semestre de otoño, en University of Pittsburgh, cursé, entre otras, una clase con el mayor especialista en el mundo académico americano en Borges, y fundador del Centro Borges en Pittsburgh –a instancia de mi padre–, el doctor Daniel Balderston. Esta fue, justamente, su última clase a estudiantes de grado sobre el escritor argentino, en mi Universidad.

Como cierre y trabajo final, me resultó oportuno reflexionar sobre un momento crucial en la trayectoria de Jorge Luis Borges (1899-1986), ya para el ocaso de su vida, en su última etapa creadora. Y también me resultó fascinante, como ejercicio reflexivo, entender los aprendizajes como este, como algo más que aquellas estrellas fugaces que sobrevuelan por nuestro cosmos y permanecen como indefensas barreras en el laberinto de nuestra memoria.

Entre laberintos y espacios infinitos ha transcurrido la vida de Borges y su obra. En 1975, Borges publica su penúltimo libro de cuentos, El libro de arena, donde incluye cuentos con temas recurrentes en su obra: los libros, el tiempo, el infinito, la eternidad, los laberintos, la identidad, entre otros. Durante este tiempo (la década de los 70 y 80), Borges ya era un autor reconocido a nivel mundial. Famoso entre escritores y lectores de todo el mundo, fue una época en la cual se dedicó a dar conferencias, charlas, conceder entrevistas, dictar clases y cátedras en las universidades más prestigiosas del mundo (Harvard University, Michigan State University o la Universidad de Buenos Aires). Y a desarrollar esta figura de hombre sabio, que le otorgó mayor popularidad, gracias a su excepcional habilidad para las entrevistas y para hablar en público, algo que, irónicamente, se le dificultó mucho en la década de los 50 (al principio le aterraba, pues tenía miedo escénico, era tímido y tartamudo). Durante esta época, el nombre de Borges en las discusiones sobre el Premio Nobel de Literatura era recurrente, aunque nunca logró hacerse con este Premio –que tanto se lo mereció.

El mismo año en el que fallece su madre (1975) –la cual le había servido como secretaria–, publica este libro. Y, precisamente, siento propicio y útil hablar de la necesidad de entender a los dos Borges: el de antes y el de después de su ceguera, y que, por esto, no se pueden comparar.

Ya con una ceguera total, en 1955 (que, según él, era hereditaria, pues su padre y su abuela también sufrieron de esta ceguera degenerativa), a Borges se le dificultaba más realizar sus trabajos, ya que debía valerse de acompañantes a los cuales les dictaba sus obras. Como es el caso de su madre, que le ayudó durante muchos años con esta tarea—y que fue, mientras vivió, su agente literaria y secretaria. Pero enfrentaba un reto aún mayor: no podía utilizar su valiosa bibliografía, pilar para la sabiduría, demostrada en sus primeras obras de cuentos.

El cuento que le da título al libro trata de un bibliotecario jubilado que un día recibe la visita de un vendedor de biblias. Este vendedor traía consigo un libro que le interesaría aún más al ex bibliotecario llamado Borges: este era El libro de arena, que no tiene principio ni fin. La conversación entre el vendedor y Borges transcurre entre la incredulidad del protagonista para entender lo que el vendedor le decía: que el libro era imposible de descifrar. Pasan los días, y Borges se ha obsesionado hasta el punto de convertirse en un prisionero de este libro. No logra encontrar patrones en él, pues cada vez que abre una página, esta cambia; la sucesión de las páginas no era lineal: los números pares e impares no hacían sentido, y cada vez que intentaba abrir la primera página, otras, infinitamente, brotaban sobre su mano. Ante esta maldición, y este libro imposible, Borges entiende que presenta un peligro para la humanidad y decide deshacerse de él. Pensó que, si lo quemaba, el fuego sería infinito, como sus páginas, llenando de humo al mundo y acabando con él. Entonces, decide ocultarlo en la antigua sede de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, donde había trabajado durante muchos años (ubicada en la calle México). Lo coloca en uno de los viejos y húmedos anaqueles, sin intención de recordar dónde ni de volver a aquel lugar.

Del protagonista, llamado Borges, caracterizado mediante varios rasgos autobiográficos del mismo Borges, podemos sacar conclusiones de que se trataba, o de él mismo, o de un personaje basado en sus características, como la edad avanzada, el departamento de la calle Belgrano, donde él vivió de 1967 a 1970, durante su matrimonio con Elsa Astete Millán. Además, el hecho de que se había jubilado de la Biblioteca Nacional es una encarnación del escritor argentino en el libro, y, como nos ha acostumbrado en textos anteriores, cuando suele hacer esta inmersión literal, busca explicar momentos sentimentales de su vida.

Este cuento explora temas recurrentes en su obra, como el infinito, la memoria, la obsesión y los límites del conocimiento humano. La estructura del relato, impregnada de misterio y simbolismo, refleja su interés por los enigmas metafísicos y la naturaleza de la realidad. La obsesión del personaje de este cuento sería equiparable a la que siente el personaje de “El Zahir” con aquella moneda misteriosa.

Quiere también hacer referencia a su antiguo trabajo, mencionando específicamente en la sede de la Biblioteca Nacional (de la calle México), y recordando que nunca más quiso volver a pasar por esa calle, pues Borges había renunciado a su puesto por diferencias ideológicas con el recién reelecto en ese momento presidente Perón.

El infinito es quizá una de las características más distintivas en la obra borgeana. El uso del infinito en la obra borgeana está presente en cuentos como: “El Aleph”, “Jardín de senderos que se bifurcan”, “La muerte y la brújula”, “El Zahir”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” o “La biblioteca de Babel”. Se utiliza como una trampa circular de la que no se puede salir; como algo inabarcable y aterrador; o como algo divino, digno únicamente de un poder superior al ser humano. En este caso, tenemos una especie de amalgama. Es un libro infinito en el hecho de que no tiene comienzo ni fin, como también que tiene infinitas páginas y múltiples posibilidades de lectura en cada una. Pero también tenemos un aspecto único, y es que cada página es finita: solo puede ser vista una sola vez. Cuando pasas la página, nunca volverás a encontrar la misma, como si de la vida misma se tratara; por lo tanto, cada momento es único.

Considero que, como Jorge Luis Borges dijo en una entrevista en el programa A Fondo, siempre trató de explicar su vida a través de símbolos. Más que una repetición cansina de su obra pasada, en este libro de cuentos entiendo a un Borges más melancólico, que trata de simbolizar lo que ha sido su vida, ya en el ocaso de esta y que se encuentra envuelto en mil y un azares.

En “La biblioteca de Babel” ya nos planteaba el concepto de lo infinito, una de las pasiones del escritor argentino, que caía en una biblioteca donde el espacio parecía no tener fin y donde se encontraban todos los libros del mundo. La biblioteca se convertía en el deseo de cualquier lector, un espacio donde el tiempo no importaba, porque solo era importante la posibilidad de leerlo todo para iniciar un nuevo viaje. De este cuento podemos sacar cuando deja la posibilidad de que todos esos tomos sean incluidos en uno solo, idea que retoma para escribir El libro de arena, ejemplificando este escenario.

Más de treinta años después, Borges explora esa hipótesis: en “El libro de arena” (1975), un vendedor llegado de muy lejanas tierras ofrece al narrador —un hombre viejo que vive en Buenos Aires— un libro cuyo número de páginas es infinito.”

De ser así, la publicación del cuento ‘El libro de arena’ sería una solución al dilema que él mismo postula 30 años antes. Se podría debatir con que el ‘Libro de arena’ no es simplemente una conjunción de todos los libros sino uno ilegible que no es posible de descifrar ni un instante. Sin embargo, a esta interpretación también habría una contraparte de que, si sea una compilación de todos los libros, solo que, de manera aleatoria, y que no siga un orden específico, pues cada vez que se abre, se sigue actualizando hasta la eternidad.

Ineludiblemente, historias como las de El Aleph, Historia universal de la infamia, y Ficciones, guardan un lugar más especial, en la mente de sus lectores, pues han sido, por alguna razón, las que más han perdurado en la crítica literaria, y las que han sido denominadas las mayores obras de Borges, quien enfrentó grandes dificultades para transmitir y plasmar sus ideas después de la ceguera. Tuvo que recurrir a oyentes mientras dictaba sus escritos de memoria–y depender de su secretaria, luego esposa y albacea, María Kodama. Muchas de estas veces, por mala ortografía del oyente, ignorancia de los temas, o el simple hecho de no entender o diferir en lo que Borges quería decir, puede dar cabida a cambios en el resultado que, quizá, Borges estando en toda su habilidad visual, hubiese podido corregir. En sus manuscritos, podemos ver cómo había ocasiones en que llegaba a tachar tres y cuatro veces palabras por cambiarlas por otra; y de ahí que sus cuadernos están repletos de correcciones y citas bibliográficas con las cuales podía revisar y orientarse de los temas a los que hacía alusión en sus cuentos más dignos. Este Borges ciego fue un Borges que trató de pragmatizar sus ideas de manera más directa, que no se le dificultara ni al oyente ni al lector, pero manteniendo la esencia que lo caracterizó en sus años nobles. Esas grandes obras de su etapa temprana, en aquel entonces, no fueron valoradas debidamente. Un Borges sin tiempo, dada la agonizante y ajetreada vida que llevaba, y con la gran dificultad de no tener una fuerte ayuda como lo fue su madre al copiarle sus dictados, es un gran factor a tomar en cuenta para la crítica de sus últimas obras, que de igual manera no carecen de calidad. Por eso, entender a Borges como dos etapas completamente distintas, es muy importante.

Este cuento es una oportunidad para entender el conocimiento como una batalla compleja. ‘El libro de arena’, el libro de los libros, sin principio ni final, nos quiere decir que nunca seremos capaces de alcanzar todo el conocimiento del mundo. Por eso, cada vez que abrimos el libro, las páginas son distintas, haciendo imposible entender el principio, y aún más imposible, llegar al final. Sin embargo, nos volvemos prisioneros del libro, ya que siempre tratamos de buscarles solución a los problemas, por más inverosímiles y ficticios que estos parezcan. Y este es el sentido del libro, del conocimiento, o la búsqueda del conocimiento. Más que encontrarlo y entender por completo, que es tarea imposible, nos sirve para caminar, tratar de buscar el conocimiento, ejercitar nuestra curiosidad y nuestro pensar, que como explica en “Funes el memorioso”: “es la habilidad de olvidar y abstraer”. Ante situaciones de inverosímil complejidad, tratar de encontrar alguna pista que nos conduzca hasta lo pragmático, abstrayendo los símbolos que el universo nos da. Por eso, cada vez que abrimos una página del libro, o de cualquier libro, o hasta de la vida, nos espera una nueva página: este andar nunca termina. Y a los que nos sentimos verdaderamente atraídos por la búsqueda del conocimiento, nos sirve para andar por los caminos que nos causan intriga, a veces miedo, pero que, bajo toda incertidumbre, aun encarcelándonos en nuestros propios pensamientos, nos da la esperanza de que, algún día, podamos entender la página siguiente, aunque esta tarea sea imposible y dure hasta la eternidad.

El libro despierta más dudas —porque el conocimiento es imposible— que el conocimiento que debería brindar. Este, de hecho, no existe, pues no se puede entender el libro. Por eso, el protagonista concluye que lo mejor es abandonarlo y no leerlo más.

Entonces, el libro se convierte en una de las trampas del tiempo. No somos capaces de vencerlo, pues, con el tiempo se actualiza y se aleatoriza, dejando al mortal sin capacidad de entenderlo. El tiempo y el espacio se transforman en nuestro enemigo, imposibilitando la tarea de comprender “el Libro de los Libros”.